Obama invoca el ‘espíritu de Berlín’ para expandir la libertad y el bienestar
El presidente de EE UU propone desde la Puerta de Brandeburgo un plan para la reducción de armas nucleares
Inspirado en el compromiso de las generaciones que ganaron la libertad para Europa, Barack Obama ha pedido este miércoles en Berlín que las democracias occidentales no desfallezcan ahora en la construcción de un mundo más justo, más tolerante y más pacífico, que mantengan la guardia alta contra los retos contemporáneos, las desigualdades sociales y la corrupción, la intolerancia y el paro, el terrorismo y el cambio climático, y propuso un plan para liberar a la humanidad de uno de los mayores peligros que aún se ciernen sobre ella, la amenaza nuclear.
“Vengo hoy aquí, Berlín, para decir que la complacencia no es el carácter de las grandes naciones”, ha dicho, en medio de enormes medidas de seguridad y ante un público seleccionado. “Hoy las amenazas no son tan espantosas como eran hace medio siglo, pero la lucha por la libertad, la seguridad y la dignidad humana, esa lucha, continúa. Vengo hoy aquí, a esta ciudad de esperanza, porque las pruebas a las que nos somete nuestro tiempo exigen el mismo espíritu de lucha que definió a Berlín hace medio siglo”.
Vengo hoy aquí, a esta ciudad de esperanza, porque las pruebas a las que nos somete nuestro tiempo exigen el mismo espíritu de lucha que definió a Berlín hace medio siglo” Barack Obama
Reducir armas para ahorrar muchos millones
Las 17.265 armas nucleares que existen en el mundo están en manos de ocho países: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán e Israel. De esas, unas 4.400 están operativas, según datos del Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), o desplegadas: es decir, son cabezas nucleares colocadas en misiles, bombarderos o submarinos. De las operativas, EE UU posee 2.150 y Rusia, 1.800.
El tratado START III, suscrito por ambas potencias en 2010, estipula que deben reducir a 1.550 en siete años sus ojivas desplegadas en cada uno de los países. La propuesta del presidente Barack Obama de reducir un tercio ese número dejaría a Rusia y a EE UU con un millar de armas a cada uno.
Una reducción así permitiría a EE UU seguir manteniendo la defensa geoestratégica del país —más que de sobra— y al mismo tiempo un ahorro multimillonario. Mantener este tipo de armas es muy caro, y EE UU necesita, además, modernizar las que ya tienen y reemplazar componentes, por lo que la reducción armamentística abarataría el coste.
No obstante, como explica un investigador del SIPRI en la presentación de su anuario, “hay pocos indicadores esperanzadores de que los Estados nucleares estén dispuestos a renunciar a sus arsenales. Los programas de modernización a largo plazo que llevan a cabo estos Estados demuestran que las armas nucleares siguen siendo un indicador de estatus y de poder internacional”. Ahora mismo, solo China está expandiendo, según el Instituto, su arsenal nuclear.
No será fácil que EE UU y Rusia lleguen finalmente a un acuerdo bilateral para llevar a cabo esta reducción, como tampoco le será fácil al propio Obama vencer la resistencia interna que podría oponer el Congreso a desprenderse de parte de su arsenal, incluso aunque sea de modo bilateral.
Berlín ha alcanzado tal categoría como símbolo de la voluntad del ser humano de decidir su propio destino, que la presencia de un líder de Estados Unidos constituye por sí misma un mensaje. Hablarle al mundo desde Berlín significa que se comprenden los dramas de los que esta ciudad ha sido testigo y víctima durante casi todo el siglo pasado y que se asume la necesidad de defender aquello en lo que se cree.
John Kennedy es en gran parte responsable del valor testimonial de Berlín con un memorable discurso, del que se cumplen ahora 50 años, en el que reclamó la ciudadanía berlinesa para cualquier amante de la libertad, y Ronald Reagan convirtió su paso por la Puerta de Brandeburgo en uno de los hitos de su cruzada anticomunista. Bill Clinton y los dos presidentes Bush cumplieron también con el rito de observar el mundo desde ese mismo punto.
Obama ha acudido a su cita con Berlín disminuido, sobre todo en comparación con aquel muchacho espigado que cautivó a la ciudad y al mundo en 2008. Maltratado por quienes nunca lo quisieron y por quienes le estaban esperando a la vuelta de la esquina, criticado por quienes antes le adulaban, impotente o contemplativo ante los problemas que se le acumulan, empequeñecido por sus propia indecisión y falta de arrojo, Obama ha llegado a esta oportunidad histórica rodeado de dudas y sospechas.
Berlín ha alcanzado tal categoría como símbolo de la voluntad del ser humano de decidir su propio destino, que la presencia de un líder de EE UU constituye por sí misma un mensaje
Poco antes de subirse al podio, instalado esta vez en la cara Este de la Puerta, sumada desde hace dos décadas a la prosperidad y los valores del Oeste, Obama estaba ya a la defensiva para responder a preguntas dolorosas sobre por qué no ha cerrado Guantánamo –porque no me dejan los republicanos-, por qué su Ejército mata con drones –no son ataques indiscriminados- y por qué sus servicios de inteligencia espían masivamente –sólo espiamos a los terroristas-. Ese es el tono de su presidencia en los últimos meses, siempre al albur de las circunstancias, al rebufo de la última crisis.
En ese estado, Obama agarró el micrófono, se quitó la chaqueta –medida más que humanitaria a la vista del calor sevillano con el que le recibió Berlín- y trató de sacar lo mejor de sí mismo. No lo consiguió. O sí lo consiguió y este fue un discurso correcto de un presidente correcto, y lo de antes era un espejismo.
Como quiera que sea, Obama apeló al “espíritu de Berlín” para señalar nuevas y grandes empresas: “Podemos disfrutar niveles de vida que son la envidia del mundo, pero mientras siga habiendo cientos de millones de personas con el estómago vacío o bajo la angustia del desempleo, no seremos realmente prósperos”. “Sabemos por nuestra historia que la intolerancia genera injusticia. Ya esté basada en la raza, la religión o la orientación sexual, somos más fuertes cuando todo nuestro pueblo, sin importar quiénes son o qué aspecto tienen, disponen de las mismas oportunidades”.
Impotente o contemplativo ante los problemas que se le acumulan, empequeñecido por sus propia indecisión y falta de arrojo, Obama ha llegado a esta oportunidad histórica rodeado de dudas y sospechas
Hoy el reto para Occidente, dijo Obama, no es conseguir su libertad, sino conservarla haciendo a todos los ciudadanos, también a los del resto del mundo, partícipes del éxito obtenido. “Somos más libres cuando todos pueden aspirar a su propia felicidad… Tenemos que tener economías que funcionen para todos los ciudadanos, no solo para los que están en lo alto”.
Muchas de estas aspiraciones, aún nobles, encuentran a diario el obstáculo de la competencia entre naciones por la supremacía, de la que EE UU no está ausente, así como de las rivalidades ideológicas y políticas de corto plazo, en las que Obama es uno más. Pero cuenta a favor de Obama el hecho de que, a estas alturas de su presidencia, cuando ya es menos el tiempo que le queda en la Casa Blanca que el que ha permanecido en ella, el presidente norteamericano empieza a pensar en su legado más que en su agenda de mañana.
Con ese propósito, Obama quiso dejar en Berlín su huella hacia un mundo sin armas nucleares. “Después de una profunda revisión, he decidido que podemos garantizar la seguridad de EE UU y de nuestros aliados, y mantener una fuerte y creíble estrategia de disuasión, al mismo tiempo que reducimos nuestros misiles nucleares estratégicos (de largo alcance) en un tercio”. “Voy a negociar con Rusia para dejar atrás las posturas de la Guerra Fría”, aseguró.
Obama quiso dejar en Berlín su huella hacia un mundo sin armas nucleares
Si esa negociación tiene éxito, que no será fácil, EE UU, podría quedarse con poco más un millar de misiles nucleares estratégicos y reducir igualmente los que actualmente están desplegados en Europa. Obama informó que en 2016 se celebrará en EE UU una conferencia sobre seguridad nuclear en la que confía en que se pueda certificar el nacimiento de una era libre de la amenaza atómica.
Cinco años atrás, el público regresaba a sus casas eufórico tras escuchar promesas similares. Este miércoles, la gente desfilaba tranquilamente por el pasillo abierto entre las vallas protectoras como los espectadores de la segunda versión de una película inolvidable pero irrepetible.
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