“El proyecto europeo está amenazado”
"Un cambio en Alemania influirá, pero influirán más los comicios europeos", dice el político alemán
Cuentan que fue Colbert, aquel asesor de Luis XIV, quien dijo que el arte de recaudar impuestos consiste en desplumar el ganso de tal forma que se obtenga el mayor número de plumas con la menor cantidad de ruido. Con el cruce de políticas basado en subidas fiscales, recortes de gasto y reformas que están llegando al hueso del Estado del bienestar, el ganso europeo empieza a armar jaleo en Italia, en Grecia, en Chipre, en España, en Portugal. El alemán Martin Schulz, una de las cabezas visibles de las instituciones europeas, ha ido cincelando un discurso propio al respecto: “La interminable crisis europea no solo refleja el fracaso de una política, sino también el de una retórica”, dice en su despacho del Parlamento Europeo, que preside desde 2012. Schulz, afiliado al partido socialdemócrata desde 1974, carga contra la austeridad a ultranza europea y sus preocupantes efectos secundarios de todo tipo. Y concluye que el proyecto europeo, como el ganso de Colbert apunto de ser desplumado, “está amenazado”.
Pregunta. Alemania viene imponiendo una visión de Europa que está encontrando cada vez más voces críticas en España, en el Sur, incluso en los organismos internacionales. ¿Y en Bruselas?
Respuesta. Es peligrosísima esa retórica que se reaviva con la crisis de “los españoles son esto” y “los alemanes son eso otro”. Es parte de un cuento moral inaceptable. No hay que confundir a un país con su Gobierno: la canciller Merkel lidera al partido más fuerte, pero por sí sola no tiene mayoría. Así que no son los alemanes: es ese Gobierno alemán quien impone esa política de austeridad a ultranza con la que no estoy de acuerdo: los recortes por sí solos no generan ni crecimiento ni confianza. Mi propuesta es combinar la necesaria disciplina con estímulos estratégicos para que vuelvan el crecimiento y el empleo.
Si seguimos con los recortes sin ver una salida perderemos credibilidad
P. Eso dice todo el mundo. Pero los estímulos no aparecen.
R. Porque esa política de cortar, cortar y cortar no es cosa solo de Merkel. El Consejo Europeo, unánimemente, está de acuerdo con la canciller. Hay 27 primeros ministros que aprueban esa receta. Sin fisuras. Ese es el drama.
P. ¿Por qué nadie discrepa?
El Consejo está gritando que son ellos quienes deciden, nadie más
R. Algunos líderes creen que el análisis económico alemán es erróneo pero lo aceptan con la esperanza de que en caso de dificultades, Merkel hará lo que sea para salvar el euro. Además, ha calado una percepción equivocada, y es que los alemanes son quienes pagan y por lo tanto los demás no pueden oponerse. Alemania garantiza el 27% de los rescates; pero Francia pone un 20% e Italia un 18%. El problema es otro, es un sistema de toma de decisiones muy desequilibrado: la gestión política de la eurozona es pobre.
P. Chipre es la última prueba de esa pobreza en la gestión de crisis. Usted y algún otro parlamentario criticaron la decisión de gravar todos los depósitos tras el acuerdo inicial, pero su voz apenas fue escuchada. ¿Por qué?
R. Es curioso: hicimos mucho ruido. Y se corrigió el acuerdo, pero los periodistas siguen creyendo que el Parlamento no puede presionar lo suficiente.
P. ¿Puede el Parlamento pararle los pies a la Comisión y al Consejo? ¿Puede contrarrestar los excesos relacionados con la austeridad, por ejemplo?
R. No puede cuando se trata de decisiones nacionales, pero podemos influir en el proceso legislativo europeo. Por ejemplo, la posición del Parlamento sobre los Presupuestos de la UE hasta 2020 era menos restrictiva que la que salió del Consejo. Los socios europeos, España incluida, decidieron unánimemente establecer duros recortes, pese a que el Parlamento ha dejado claro que así no hay dinero para invertir, para contrarrestar a escala europea los efectos de la austeridad. El Parlamento tiene que evitar se repitan errores nacionales a nivel europeo.
P. Rajoy repite que no hay alternativa a esa política. Si ni los Gobiernos ni el Parlamento tienen capacidad para promover un viraje, ¿no se corre riesgo de perder por el camino a la ciudadanía?
R. El déficit democrático es fácil de ver. El filósofo Jürgen Habermas lo ha denunciado recientemente: el Consejo está gritándole al resto de instituciones que son ellos quienes deciden, nadie más. Por eso soy partidario de combinar la presidencia del Consejo y de la Comisión, algo que permiten los Tratados, para no perder legitimidad democrática.
P. ¿Es esta la Europa que queremos?
R. No, no, no. Y para cambiar las cosas están las elecciones europeas. Los Tratados permiten hacer modificaciones: ahora se decide a puerta cerrada, con dudosa legitimidad democrática, por unanimidad; hay que pasar a las mayorías cualificadas, a las puertas abiertas, al escrutinio del Parlamento. Para ello, el primer paso es votar al próximo presidente de la Comisión: es la única manera de tener una campaña europea, un verdadero debate europeo sobre la austeridad. Europa debe ser una cuestión nacional, y por volver a las declaraciones de Rajoy, eso debe servir para que la gente piense que sí hay alternativas: también a las políticas de Rajoy.
P. Sin embargo, cambian los Gobiernos —la Francia de Hollande— y no se detecta ningún giro.
R. En mi opinión, si seguimos con la política de recortes sin que la gente vea una salida a la crisis perderemos credibilidad. Y ojo: si Europa pierde el apoyo de la gente está abocada al fracaso. El 95% de los europeos creen que las ideas que encarna Europa son buenas: mi sugerencia es que salvemos la idea con un debate adulto. Yo, que soy alemán, puedo ir a España y decir que debe haber disciplina, pero también estímulos contra el paro. ¿Qué diría Rajoy? ‘Este tipo es alemán, sus modales son alemanes, pero sus propuestas me interesan’. ¿O no?
P. Es difícil saberlo: Rajoy no habla mucho. Y para España cada vez es más importante lo que diga Berlín. ¿Pueden cambiar algo las elecciones alemanas?
R. Todas las elecciones influyen en el futuro de Europa. Los comicios cambiarán el Gobierno alemán, pero no necesariamente la política de la Comisión. De momento, tenemos a una canciller con posiciones económicas muy radicales, que comparte su visión con la Comisión. Un cambio en Alemania influirá, pero influirán más los comicios europeos.
P. Volviendo al Parlamento, ¿Por qué no ha reaccionado con Hungría con la dureza que tuvo con la Austria de Jörg Haider?
R. No estoy de acuerdo: el Parlamento ha lanzado mensajes muy duros. No se puede decir lo mismo del Consejo.
P. Lo cierto es que Viktor Orban aprueba leyes que restringen libertades y acosan a las minorías. ¿La ampliación europea ha ido tal vez demasiado lejos?
R. El anterior Gobierno húngaro respetaba las reglas. El problema actual no es resultado de la ampliación, sino de la estrategia específica de un primer ministro empeñado en llevar las cosas demasiado cerca de los límites que violan las reglas europeas.
P. Las costuras saltan por el Este, pero también por el Sur: Italia sigue sin Gobierno. ¿Ve riesgos de fenómenos políticos extraños?
R. No hay alternativa al proyecto europeo, salvo las utopías regresivas que plantean algunos populismos peligrosos. Pero es cierto que Europa está amenazada. Están surgiendo fuerzas centrífugas, hay quienes quieren una renacionalización capaz de desestructurar la UE. El apoyo popular que reciben es creciente; a menudo, por falta de esperanzas. Eso tiene que cambiar.
P. ¿Le decepciona Hollande?
R. Lleva nueve meses en el poder, tras 15 años de Gobiernos conservadores. En tan poco tiempo no puede hacer magia. En fin: no es una decepción, pero tiene un montón de problemas y se ha encontrado con un ministro que con una mano le decía a la gente que aceptara recortes y con otra tenía una cuenta en Suiza.
P. ¿Y Rajoy?
R. Difícil de decir. ¿Cuánto lleva en el Gobierno?
P. Casi año y medio.
R. Difícil de decir (sonríe)…
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