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Tribuna
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La decisión de un país enfrentado

Las dificultades insalvables para tender puentes de reconciliación entre chavismo y oposición constituyen una cuestión preocupante que puede hipotecar el futuro de Venezuela

Segudores de Maduro, este jueves en Caracas.
Segudores de Maduro, este jueves en Caracas.David Fernández (EFE)

El final de la campaña electoral en estas sobrevenidas elecciones recorre e inunda de colores —rojo y azul— y sonidos —salsa cubana con Compay Segundo, frente a salsa Bronx con Willy Colón— todos los rincones de un país enfrentado en donde se vive la política hasta las últimas consecuencias, con un apasionamiento difícil de encontrar en otros pueblos del planeta. Más ahora cuando las encuestas vaticinan un final más disputado.

Cambio de la continuidad “chavista” —como promete Capriles—, o continuidad en el cambio “revolucionario” —como promete Maduro—; ante esta opción hamletiana se debate un electorado que ha respondido echándose a la calle, incluso más que hace seis meses, y ello a pesar de las hipótesis manejadas sobre un posible aumento de la abstención provocado tanto por el cansancio político fruto de las consultas de los últimos meses como —sobre todo— por la desaparición de Chávez a la hora de movilizar a los propios. De hecho puede ocurrir lo mismo con la participación electoral, superando el umbral alcanzado el pasado octubre. Las bases de convivencia en los últimos meses, la inflación campante y los problemas de inseguridad —según todas las encuestas, el problema más grave que vive el país y centro de las promesas de campaña— han llegado a niveles insoportables. Y lo más grave es que toda la población está esperando al próximo mesías capaz de cambiar la situación.

Chávez, ese “líder eterno” para muchos, cuyo megalítico rostro ocupa pantalla, cartel y telón en este cierre electoral, igual que en todos los actos oficiales de Maduro, en un ejercicio típico de culto a la personalidad —característico del populismo personalista y/o de los caudillos tradicionales— en donde el retrato del Comandante ya acompaña al del Libertador. Junto a ambos Maduro, un "heredero" inexperto —si lo comparamos con Capriles y sus cuatro elecciones disputadas en poco más de un año— que, sin programa definido y tras la más que probable victoria electoral, como nuevo líder bolivariano nacional y continental, tendrá que administrar dentro del PSUV el tránsito desde el miedo actual a la pérdida de poder, hasta el riesgo de fragmentación entre las distintas familias sanguíneas, políticas y de “interés”. Por no hablar, de las diferentes y encontradas tendencias leales dentro del ejército.

En caso de salir victorioso, debería consolidar el progreso relativo alcanzado dentro de las clases más populares que nunca tuvieron esa oportunidad, acabando con el derroche, la corrupción oficialista y la utilización descontrolada de los recursos petroleros, propiciando un sistema productivo propio y estable, sin caer en una prosperidad social financiada al “debe” de la compra sistemática de productos y servicios en el exterior. Dar una base sólida al proyecto de igualdad social de Chávez, más allá de su utilidad demagógica electoral.

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Capriles, ha tenido que enfrentarse probablemente a una de las maquinarias electorales y de utilización de todos los medios del Estado, más potente y de mayor control. De un liderazgo templado y endeble, ha pasado —especialmente en los actos cumbres cierre de campaña— a un discurso más firme, articulado y propositivo. El gran respaldo que ha logrado reunir y, sobre todo, el apoyo potencial electoral que pudiera darle la victoria en éstas o en posteriores elecciones -teniendo en cuenta que, probablemente, éste sea más un proyecto a medio plazo-, debe alejarse de la vieja politiquería bipartidista para estar cimentado en una práctica de cohesión electoral en la defensa de un programa con una alta "carga" social y una gran implicación de les sectores más jóvenes, tanto de la clase media profesional, como estudiantil, y de la clase trabajadora. Disputarle al chavismo su principal base electoral desde una visión moderna que combine eficacia económica y justicia social, en la búsqueda de una mayor seguridad jurídica y principalmente física.

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En conclusión, estas elecciones y los cierres de campaña, son reflejo del enconamiento en el que vive el país y del "odio político" entre dos formas de entender una misma realidad nacional. Aun así, probablemente no llegará la sangre al río, menos aún en esa clave caribeña en donde predomina “El venezolano feo" al que se refería el ya clásico de Adriana Pedraza; ese que en su interior encierra a la vez un Maduro y un Capriles echándose vainas. Aun así, las dificultades insalvables para tender puentes de reconciliación y para asentar ciertas bases de entendimiento entre ambas visiones nacionales, constituyen una cuestión preocupante que puede hipotecar el futuro de este país.

Gustavo Palomares es miembro de la Misión Electoral Internacional en Venezuela, catedrático europeo en la UNED y presidente del Instituto de Altos Estudios Europeos.

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