Argelia encumbra a su Ejército
La población aplaude la expeditiva intervención de sus fuerzas armadas para poner fin al secuestro y critican el mutismo del presidente Buteflika
“Olvidada la represión, los excesos, los golpes de Estado, los generales (…), los hijos de los generales y toda esa mitología de los tiempos modernos”, escribe Kamel Daoud, un columnista y escritor argelino comprometido con las libertades. “El mundo, Occidente hablaba de baño de sangre, pero los argelinos solo hablaban de dique contra el mal”, añade resumiendo una opinión generalizada.
Toda Argelia, desde la prensa independiente hasta los limpiabotas, ensalzan a su Ejército por haber acabado el sábado, tras tres días de asalto, con el masivo secuestro de casi 800 rehenes en la planta gasística de Tigantourine. Y parte de Argelia critica también a su presidente por haber permanecido en silencio durante toda esta crisis.
“¿Pero dónde se ha metido Abdelaziz Buteflika?”, se preguntaba indignado el diario Le Soir d’Algérie. El primer ministro, Abdelmalek Sellal, intentó ayer responder a ello durante su primera rueda de prensa: aseguró que el presidente había seguido toda la operación de rescate.
Si Argelia ha padecido su mayor golpe terrorista desde la voladura, en 2007, de la sede local de la ONU y de un ala de la presidencia del Gobierno, es porque Al Qaeda y sus secuaces “han tomado represalias por la autorización dada a Francia para que sus aviones militares surquen los cielos argelinos” en su camino hacía Malí, afirma Chafik Mesbah, un excoronel del Ejército reconvertido en politólogo.
“¿Pero dónde se ha metido Buteflika?”, se pregunta el diario ‘Le Soir d’Algérie’
Fue Buteflika el que hizo esa concesión a París “dando la espalda a los intereses de la nación y favoreciendo los suyos”, según Mesbah, para contar así con el apoyo exterior cuando anuncie su presentación, en 2014 —entonces tendrá 77 años—, a un cuarto mandato presidencial. Rompió así, según él, el consenso entre civiles y militares sobre cuestiones de defensa y de política exterior.
Pero, ¿quién manda en Argelia, los civiles o los militares? La pregunta se la hacía, ya en 2008, el embajador de EE UU, Robert Ford, y así lo escribió en algunos de los cables que envió a Washington. El Ejército dio un golpe de Estado, a principios de 1992, para abortar una victoria electoral de los islamistas y una parte de estos empuñaron las armas. Empezó entonces una guerra civil en la que murieron al menos 150.000 argelinos y que ganaron los militares.
Estos auparon a la presidencia, en 1999, a Buteflika. Desde entonces este astuto político se ha emancipado de la tutela castrense y, junto con el Frente Nacional de Liberación, ha ido consolidando su poder. Se impone ahora en muchos ámbitos al estamento castrense, empezando por los nombramientos de los jefes de Estado Mayor de unas fuerzas armadas que cuentan con 147.000 hombres, el 86% en el Ejército de Tierra.
El “magnífico éxito” del asalto, como lo describe en las redes sociales la opinión pública en plena fiebre patriótica, “va a suponer el regreso de los militares, de su imagen, de su solución (…)”, vaticina Kamel Daoud. “No se medirá de inmediato el impacto creciente de esta crisis sobre los equilibrios internos (…), pero algunos ya los presienten”, asegura el escritor.
“Se puede producir un cierto reequilibrio de poderes, pero no a favor de la vieja guardia militar sino de los oficiales al mando de unidades de élite”, prevé Lounes Guemanche, director de la web informativa TSA. “Pero también va a salir reforzado el conjunto del sistema político argelino porque ha demostrado su fortaleza frente a una agresión brutal”.
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