No hay marcha atrás para Europa
El contexto de la economía mundial parece cada vez más el de la amenaza de la recesión
La zona euro amenazada de hundimiento, China que ya no puede seguir el ritmo, Estados Unidos que no da abasto: el contexto de la economía mundial parece cada vez más el de la amenaza de la recesión, el de un planeta que tal vez esté al borde del abismo. El epicentro de la crisis sigue siendo, por desgracia para nosotros, la zona euro; y en el seno de esta, España e Italia. Pero ¿cómo podrán nuestros países, casi todos lastrados por unas finanzas públicas degradadas, salir del paso, es decir, ver un retorno del crecimiento sin el cual nada es posible, sin el cual no puede haber un saneamiento de las cuentas públicas y todavía menos una verdadera lucha contra el desempleo? Ahora bien, como precisamente todos nuestros países están aplicando unas políticas de austeridad más o menos rigurosas, ninguno de ellos puede contar con una reactivación del consumo interno, y ninguno, salvo tal vez Alemania, puede ayudar a los demás a exportar.
Está la bajada del euro, por supuesto, que en sí misma es una buena cosa. Pero por sí sola no basta para ayudar a España, Francia e Italia a reactivar sus exportaciones.
Como dice el editorialista y premio Nobel de Economía Paul Krugman, el refuerzo de los planes de austeridad en Europa no tiene ningún sentido. El “plan Rajoy”, escribe en el semanario francés Paris Match “es sangre y lágrimas por bien poca cosa...”. Paul Krugman propugna un cambio de política económica en el ámbito comunitario. Es decir, la aceptación de una tasa de inflación débil, pero real, del orden del 3%. Igualmente, pide a Alemania que deje correr sus déficits por un tiempo para contribuir a relanzar la actividad de sus vecinos. “El Estado solamente podrá ponerse a dieta una vez que haya vuelto el crecimiento”, explica. Es, por otra parte, lo que está haciendo EE UU, que no se planteará una revisión rigurosa de sus cuentas públicas hasta que la actividad se haya recuperado suficientemente, lo cual, por el momento, está lejos de ser el caso.
En el fondo, volvemos a la misma cuestión de siempre, que es cómo convencer a Alemania para que renuncie a su obsesión por la disciplina presupuestaria. François Hollande ha alcanzado con Italia y España un “pacto de crecimiento” para Europa. Pero, en el mejor de los casos, este dispositivo, si es que llega a ponerse en marcha, solo surtirá efecto a medio plazo. Sin embargo, es ahora cuando hay que llegar mucho más lejos y mucho más deprisa. El principal grito de alarma sobre los peligros de una recesión en Europa y sus consecuencias planetarias ha llegado por fin desde el Fondo Monetario Internacional, una organización ampliamente dominada por Estados Unidos que, hasta ayer mismo, y lo mismo que esta nación, se dedicaba más bien a echar leña al fuego. El FMI recomienda lo mismo que Francia e Italia, sobre todo, no dejan de reclamar y lo mismo que Alemania no deja de rechazar —a saber— que el Banco Central Europeo sea autorizado a emitir obligaciones europeas y a comprar masivamente bonos de los Estados miembro.
Por supuesto, la ayuda a los bancos españoles es necesaria, pero debe formar parte de un conjunto más amplio. Los efectos de la cumbre europea anterior —que, sin embargo, constituyó una señal muy positiva a finales del mes de junio— ya se han disipado.
Si quieren salvarse, nuestros Gobiernos, mal que les pese a países como Finlandia o los Países Bajos, deberán dar muestras de una mayor convicción dejando al BCE actuar más allá de las normas tradicionales. También sería necesario que países como Francia aceptasen una mayor integración, mal que le pese al soberanismo reinante.
Hará falta que todos se pongan de acuerdo en unos plazos significativos para instaurar y aplicar políticas de vuelta al equilibrio. Estas últimas son necesarias, pero no veo cómo podrían aplicarse en unos plazos tan breves como los exigidos sin provocar catástrofes sociales y luego políticas. Escalonar no quiere decir darle a España un plazo de un año, sino pensar a cinco u ocho años. Pero hay que saber lo que se quiere y elegir. Pues demasiada rigidez puede conducir a la fragmentación de la zona euro. Y no tenemos ni idea de la amplitud de la catástrofe económica, social y política que esa fragmentación produciría. Ni que hubiéramos decidido poner la marcha atrás...
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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