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Tribuna
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Cañones de agosto

La crisis del euro y los últimos sucesos en Siria configuran un verano caliente

Francisco G. Basterra

Vivimos un verano caliente con guerras clásicas y un conflicto económico con potencialidad para laminar a la clase media de los países que hasta ahora pasaban por prósperos. El filosofo danés Soren Kierkeegaard decía que “la historia vive hacia delante pero es comprendida marcha atrás”. Hace 98 años Europa enloquecía lanzándose a la contienda más cruel conocida nunca, tras el asesinato en Sarajevo del heredero al trono austrohúngaro. Los imperios de 1914 desataron la I Guerra Mundial que nadie quería, dando paso al terrible siglo XX. La historiadora estadounidense Bárbara Tuchman lo cuenta en el fascinante clásico histórico Los cañones de agosto (Círculo de Lectores). Kennedy le regaló el libro al primer ministro británico, MacMillan, como caso práctico para que los estadistas contemporáneos evitaran los errores que condujeron a aquel estío de 1914.

También ante este agosto de 2012 se perfilan algunos cañones. ¿La crisis económica podría conducirnos a unas consecuencias sociales catastróficas por la detención del crecimiento y el agravamiento del paro, si seguimos poniendo parches? Todavía no podemos responder a la pregunta clave: ¿qué hay detrás del euro, Alemania, el Banco Central Europeo, o directamente nada? El Pew Research Center de Washington acaba de publicar una encuesta mundial realizada entre 26.000 personas de 21 países. Detecta una abrumadora pérdida de confianza ciudadana en el capitalismo y en los políticos. Solo los ciudadanos de China, Alemania, Brasil y Turquía creen que van bien económicamente. Y únicamente uno de de cada 10 europeos confía en que vivirá mejor que sus padres.

Otro cañón de agosto, no en los Balcanes como en 1914, sino en Oriente Medio. El previsible colapso de la Siria de El Asad, la dinastía que ocupa desde hace 42 años el poder en el último régimen laico frente a la primavera árabe que favorece la llegada al gobierno de los islamistas. En el camino de Damasco, la capital más vieja del mundo, bombardeada por su propio Ejército, se está jugando la partida final de esta guerra civil. La guardia pretoriana del atildado oftalmólogo de profesión y dictador sanguinario que lleva 16 meses masacrando a su propio pueblo, ha sido diezmada de un solo golpe. Un atentado que recuerda al magnicidio fallido contra Hitler en 1944, en su cuartel general de la Guarida del Lobo.

En un país como Siria, sin embargo, nadie es irreemplazable salvo el jefe del Estado. Por ello quizás sea aún prematuro afirmar que lo sucedido es el principio del fin, ya que podría ser también, lamentablemente, el inicio de algo mucho peor. Siria, guardián último del nacionalismo árabe, aliado estratégico de la teocracia de Irán y desestabilizador de Líbano, podría desintegrarse en cantones como la antigua Yugoslavia, con la minoría alauí, que gobierna con El Asad a sangre y fuego, haciéndose fuerte en la costa norte alrededor de Latakia. Otra taifa kurda pegada a la frontera con el Kurdistán iraquí, con un disminuido poder central suní en Damasco.

Los últimos sucesos alejan la posibilidad de una salida negociada. Como Gadafi, Bachar el Asad y su clan, los Borgia de Oriente Medio, parecen decididos a morir matando. Como decía Michael Corleone en El padrino, “si la historia nos enseña algo es que puedes matar a cualquiera. La Mafia solo entiende sus propias reglas”. Obama, que lo que menos necesita ahora a solo tres meses de las elecciones es una intervención militar en un país árabe, se prepara para el colapso de Siria, un Estado que posee un importante arsenal de armas químicas que podrían caer en manos de los yihadistas de Al Qaeda tras una implosión del régimen. Sin un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia, último contrafuerte que aguanta al régimen sirio, no se abrirá el camino de Damasco. En este asunto, como en la crisis nuclear con Irán, ocurre algo parecido a lo sucedido hace ahora 50 años, la crisis de los misiles nucleares en Cuba, que estuvo a punto de provocar una guerra nuclear en 1962. Kennedy y Jruschov escalaron hasta el límite pero se detuvieron a tiempo. Los soviéticos retiraron los misiles nucleares y Estados Unidos se comprometió a no invadir Cuba.

Rusia se resiste a abandonar a Siria, teme que la desaparición de El Asad inflame de islamismo el Cáucaso. Putin busca la restauración del antiguo poder de la URSS y para ello nada mejor que negar la victoria a Occidente en el tablero sirio. Este agosto nos hallamos también ante la elección entre cañones y mantequilla, el clásico ejemplo planteado por Paul Samuelson en su Curso de economía. En la crisis económica parece que hemos optado por los cañones: antes rescatar a los bancos que a los hospitales. No queda para mantequilla. En Siria ya solo escuchamos el horrísono sonido de las armas. Pero como recomendaba el físico Niels Bohr, es prudente no hacer previsiones, especialmente acerca del futuro.

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