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"Ya no basta un trato diplomático. Hay que resolver sin paños calientes"

Entrevista de la canciller alemana con EL PAÍS y otros cinco medios europeos

La canciller alemana Angela Merkel.
La canciller alemana Angela Merkel.THOMAS KOEHLER (PHOTOTHEK)

Pregunta: Señora Canciller Federal, solo por preguntar, ¿toca usted algún instrumento musical?

Respuesta: No, de niña aprendí a tocar un poco la flauta dulce y el piano, pero con escaso éxito.

P. Pero sí que entiende de orquestas y es muy aficionada a los conciertos. Comparando la Unión Europea con una orquesta sinfónica, ¿qué grupo de instrumentos le corresponde a Alemania?

R. En la orquesta europea que yo me imagino no hay pueblos a cargo de los tonos suaves y otros que solo toquen el trombón de varas sino que cada pueblo está representado en cada una de las secciones instrumentales.

P. Llevan ustedes un año ensayando con gran intensidad, pero casi siempre las notas suenan muy disonantes ...

R. ... Es que es una música muy moderna ...

P. ¿La orquesta, entretanto, ha asimilado la partitura? Dicho más concretamente: ¿Los actores políticos tienen controlada la crisis?

R. Es cierto, nuestro propósito es tocar juntos para que Europa suene como una orquesta afinada en el mundo. Y también en política hay pasajes de la composición que van en tono mayor y otros en tono menor, y hay armonías y disonancias. Pero que hoy en día, teniendo nuestro continente la historia que tiene, podamos comparar sin más la Unión Europea con una orquesta de por sí ya es un progreso formidable.

P. ¿Y qué hay del dominio de la partitura?

R. Todavía no hemos superado la crisis. Por un lado están las dificultades actuales, que siguen requiriendo nuestro esfuerzo: el endeudamiento extremo de algunos países, a menudo acumulado ya durante largos años y agravado por la crisis económica y financiera, casi siempre acompañado de un elevado índice de desempleo y severas debilidades estructurales. Y, por otro, naturalmente, está el caso específico de Grecia, donde aún no se ha conseguido estabilizar la situación a pesar de todos los esfuerzos realizados tanto por los propios griegos como por la comunidad internacional. Antes de nada, tenemos que calmar todo esto para así recuperar la confianza de los mercados.

Paralelamente se nos plantea una cuestión muy de fondo: ¿Cuántas ambiciones concebimos para esta nuestra Europa? ¿Aproximamos nuestra capacidad económica en función de un valor medio, de un nivel medio? ¿O bien nos guiamos por las regiones económicamente dinámicas del mundo que marcan el ritmo? Está bien que mientras tanto hayamos desarrollado una posición común en las cuestiones de la disciplina presupuestaria y la reducción de la deuda, pero eso no basta. Europa necesita más crecimiento y empleo; de cara al futuro tiene que seguir siendo capaz de consolidarse frente a la competencia mundial. Mi aspiración es que también dentro de veinte años Europa siga siendo reconocida por su fuerza innovadora y sus productos. La clave está en cómo podemos afianzarnos en tiempos de la globalización y, de ese modo, seguir asegurando nuestro bienestar en el futuro.

P. ¿Tiene usted dudas sobre la política seguida hasta ahora para combatir la crisis?

R. Un buen político siempre tiene dudas y, por tanto, revisa permanentemente sus respuestas. Naturalmente que quiero mantener el euro y la Unión; así pues, no tengo dudas acerca de las metas. Pero en lo que respecta al camino para alcanzar las metas, con frecuencia hay ponderaciones y hay compromisos: ¿cómo se concreta un pacto fiscal, qué hacemos con la legislación laboral, cómo repartimos los fondos estructurales? En estos asuntos es preciso ponderar las ventajas e inconvenientes y las decisiones no suelen adoptarse por 100 a 0.

P. ¿Por qué es tan difícil el proceso de aprendizaje?

R. En el pasado en Europa a veces nos hemos puesto una venda en los ojos. Durante mucho tiempo tampoco los mercados reaccionaron ante los problemas, como, por ejemplo, el desfase de competitividad en relación con Grecia. Y, finalmente, en demasiadas ocasiones hemos incumplido las reglas que nosotros mismos nos impusimos, como sucedió con el Pacto de Estabilidad.

P. ¿Cuál ha sido hasta ahora su experiencia más importante en la crisis?

R. Al principio se discutió mucho si en Europa simplemente solo estábamos siendo víctimas de los llamados especuladores. Entre tanto, y he aquí el paso decisivo, hemos sacado a la luz las raíces de nuestros problemas. A lo largo del último año y medio muchos países han realizado esfuerzos increíbles y dolorosas reformas, por lo que merecen todo mi respeto. Pienso que, en conjunto, hemos encontrado un buen equilibrio entre solidaridad europea y responsabilidad propia a nivel nacional. Estoy profundamente convencida de lo siguiente: si sacamos las lecciones de todos los errores y omisiones, tras la crisis Europa será mucho más fuerte que antes de la crisis.

P. Sin embargo, en el tema de la solidaridad también hay otras opiniones. Italia reclama mucho más apoyo. ¿Qué entiende usted por solidaridad?

R. Que ayudemos a nuestros socios europeos en la expectativa de que también ellos mismos realicen todos los esfuerzos necesarios para mejorar su situación. Así lo hemos hecho en el caso del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), y así lo hacemos con el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Por cierto que la idea de este mecanismo de rescate permanente procede de Alemania. Estamos dispuestos a ser solidarios. Pero a la vez siempre hemos señalado que tenemos que ayudar sobre la base de los tratados de la Unión Monetaria, los cuales establecen taxativamente que ningún país puede responder de las deudas de los demás.

P. Así que su solidaridad adopta una forma muy estricta.

R. Nosotros somos solidarios, pero tampoco debemos olvidar nuestra propia responsabilidad. Ambas cosas van unidas. No tiene sentido que prometamos más y más dinero pero no combatamos las causas de la crisis. En España, por ejemplo, más del 40% de los jóvenes están desempleados, lo cual también se debe, entre otros factores, a la legislación. Pido que esta referencia no se entienda como un reproche, porque siento gran respeto por los esfuerzos que está realizando España para introducir reformas. Otros países, como por ejemplo Alemania o los países europeos orientales, ya acometieron en su día arduas reformas en el mercado laboral. Yo abogo por que en Europa aprendamos los unos de los otros. También Alemania puede guiarse por otros países en algunas materias.

Por mucho que apoyemos las ayudas multimillonarias y los paraguas de rescate, también nosotros los alemanes tenemos que tener cuidado, no resulte que al final nos quedemos sin fuerzas, porque tampoco nosotros disponemos de posibilidades ilimitadas, y eso no ayudaría a Europa en su conjunto.

P. La tensión de la crisis deja huellas. ¿Hasta qué punto existe el riesgo de que Europa se escinda?

R. Yo no veo que haya una escisión de Europa, pero es obvio que los mercados están comprobando nuestra voluntad de mantenernos cohesionados. Los inversores a largo plazo que colocan el dinero de mucha gente quieren saber cómo estará Europa dentro de 20 años. ¿Seguirá entonces Alemania siendo competitiva con su cambio demográfico? ¿Tendremos condiciones favorables para la innovación? En esta crisis hemos alcanzado una fase de cooperación totalmente nueva en Europa: ello se traduce, por así decirlo, en una política interior europea. Por consiguiente, ya no podemos limitarnos a mantener únicamente un trato diplomático entre nosotros, sino que, al igual que ocurre en la política interior nacional, hemos de abordar y resolver los problemas sin paños calientes.

P. Los británicos no están en absoluto de acuerdo con que la política europea sea declarada política interior.

R. Abrigo el convencimiento de que el Reino Unido quiere seguir formando parte de la Unión Europea. Por supuesto que con 27 Estados miembros la concordancia no siempre es fácil. Y para nosotros los alemanes la clave será, una y otra vez, concertar nuestras posiciones con todos: con los llamados grandes Estados miembros al igual que con los llamados pequeños, con quienes se incorporaron de inicio al igual que con quienes se unieron con el paso del tiempo. Una y otra vez tenemos que encontrar el equilibrio con todos, incluido el Reino Unido en la medida de lo factible.

P. ¿Pero qué hay del equilibrio si algunos países no forman parte del núcleo duro del Eurogrupo y del pacto fiscal?

R. Todo el mundo entenderá que, a partir del momento en que un grupo de países se aglutina introduciendo una moneda única, esos países asumen la obligación de mantener una cooperación especialmente estrecha. Pero no nos aislamos de los demás, eso sería absolutamente erróneo. Sea el Pacto por el Euro Plus o el pacto fiscal: todos y cada uno de los Estados miembros que no tienen el euro están invitados a sumarse al proyecto. Solo seremos capaces de fortalecer nuestra moneda común si estrechamos la coordinación recíproca de nuestras políticas y, asimismo, si estamos dispuestos a ceder gradualmente más competencias a Europa. Si se ha hecho mil veces la promesa mutua de reducir la deuda y aplicar una política presupuestaria sólida, en el futuro tendrá que existir la posibilidad de imponerla efectivamente o exigir su cumplimiento en sede judicial. La finalidad del pacto fiscal consiste precisamente en que esas obligaciones sean verificables. A tal fin tenemos que procurar que las instituciones cuenten con más facultades de control y tengan más mordiente.

P. Después del ahorro: crecimiento. ¿Cómo pueden funcionar ambas cosas a la vez?

R. Me llama la atención que cuando se saca a colación el crecimiento haya quienes solo piensen en costosos programas de reactivación coyuntural. Ese tipo de programas tuvo sentido en la primera crisis y también ahora deberíamos hacer un peinado exhaustivo de los fondos europeos, donde quedan recursos por consignar. Yo quiero que destinemos ese dinero sistemáticamente a medidas que promuevan el crecimiento y el empleo. Estoy pensando en ayudas para pymes y emprendedores, programas de empleo para los jóvenes y fondos de investigación e innovación. Alemania está dispuesta a utilizar los fondos estructurales para estos objetivos útiles.

Pero además existen otras posibilidades de promover el crecimiento que apenas requieren recursos económicos. Piénsese en la legislación laboral: tiene que flexibilizarse precisamente ahí donde se alzan barreras demasiado elevadas para los jóvenes. Y tampoco puede ser que grupos profesionales enteros solo sean accesibles para un pequeño grupo de la población. El sector servicios puede ampliarse con gran celeridad. Necesitamos más privatizaciones. Hay muchas posibilidades de soltar los frenos al crecimiento por medio de reformas estructurales de esa naturaleza.

P. ¿La fortaleza de Alemania es un obstáculo para el crecimiento de otros?

R. No. Y a nadie le beneficiaría que Alemania se debilitara. Por supuesto que con el tiempo tenemos que reducir los desequilibrios en Europa, pero haciendo que otros países aumenten de nuevo su competitividad, no que Alemania sea más débil.

P. ¿Existen otros modelos para repartir el riesgo y asumir mayor responsabilidad?

R. Para la crisis actual los eurobonos no son ninguna solución. Antes de poder empezar a reflexionar sobre una mayor responsabilidad comunitaria tendremos que haber alcanzado un grado de integración mucho más profundo en Europa, pero no como medio para superar la crisis. Una integración más profunda implica, por ejemplo, que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea tenga la obligación de controlar los presupuestos nacionales, entre otras muchas cosas. Suponiendo que algún día dispongamos de una política financiera y presu-puestaria armonizada, en tal caso se podrán hallar asimismo otras formas de cooperación y de responsabilidad comunitaria.

P. El ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, Radoslav Sikorski, ha afirmado que teme más a una Alemania inactiva que a una Alemania que ejerza liderazgo. ¿Alemania cumple suficientemente esta función?

R. Lo que más me alegra es que estas palabras del ministro de Relaciones Exteriores de Polonia expresan una gran confianza. Ello atestigua lo muy positiva que ha sido la evolución de nuestras relaciones. La consideración básica es que Alemania es un país europeo importante y asume la responsabilidad que esto lleva aparejada. Pero hay veces —y por supuesto que no me estoy refiriendo a Polonia— en que alguien solicita que se ejerza liderazgo para no tener que asumir su propia responsabilidad, porque sabe que la capacidad de liderazgo siempre entraña a la par riesgos. Alemania no se arredra a la hora de asumir riesgos por la buena causa, pero en Europa lo primero que debemos hacer es ponernos de acuerdo sobre un derrotero común.

P. Pero las palabras del ministro también reflejan una preocupación: ¿De verdad Alemania está comprometida con Europa, o no estaría mejor sola?

R. Permítaseme afirmarlo con absoluta rotundidad: todas las fuerzas políticas relevantes de Alemania están comprometidas con Europa. Estamos unidos, para nuestra suerte; eso fue lo que dijimos con ocasión del cincuentenario de los Tratados de Roma, deliberadamente en dos sentidos: por suerte estamos unidos, pero solo podremos disfrutar de nuestra suerte dentro de una Europa unida.

P. Y eso que durante muchos años Europa fue un reducto de armonía.

R. Quizás, pero a costa de haber eludido en demasiadas ocasiones decisiones duras. Por ese camino Europa no tendrá éxito, y eso es justamente lo que yo pretendo, que Europa tenga éxito.

P. Exige usted rigor y con ello refuerza una imagen que —dicho prudentemente— no resulta precisamente útil: la imagen de una Alemania dura, dogmática, dominante.

R. Yo me tomo en serio esas preocupaciones, pero son infundadas. Además, es interesante comprobar lo rápido que se puede despertar determinados estereotipos —por cierto que también en el debate alemán—. Estereotipos sobre “los” alemanes, “los” polacos, “los” franceses, “los” españoles y “los” griegos, de quienes creemos saberlo todo sobre su forma de ser. Pero si el progreso de Europa residió justamente en que dejamos de señalarnos con el dedo los unos a los otros y referirnos a “los” franceses o “los” alemanes. Hay alemanes vagos y alemanes trabajadores, hay alemanes de izquierdas y conservadores. Hay partidarios de la competitividad y partidarios de la redistribución. Alemania es tan polifacética como todas las demás naciones de Europa. Podemos enterrar los viejos estereotipos.

P. ¿Personalmente esta situación cómo la marca a usted? Raras veces, por no decir nunca, un Canciller de la República Federal había acumulado un poder tan exorbitante. A usted la llaman Madame Europa, la Canciller de Hierro, Señora Bismarck. ¿No le resulta inquietante?

R. Yo actúo según mi leal saber y entender. Viví 35 años en un país que, gracias a Dios, a la postre no pudo sobrevivir debido a su incapacidad económica y política, un país que fue barrido del mapa por el anhelo de libertad de la gente. Estoy profundamente convencida de que Europa, con su democracia, sus derechos humanos, sus ideales de libertad y sus valores, tiene mucho que darle a la gente que la habita y también al mundo.

Hoy por hoy, Europa todavía representa el 7% de la población mundial. Si no cerramos filas, nuestra voz y nuestras convicciones apenas se oirán. Es ese ideal europeísta de paz, valores y bienestar lo que me impulsa y guía, por eso no quiero que los europeos nos conformemos con pasar la crisis a trancas y barrancas. No quiero una Europa que sea un museo donde se arrumbe todo aquello que algún día fue bueno, sino una Europa que tenga éxito creando cosas nuevas. Me consta que para mucha gente esto supone cambios muy, pero que muy importantes, por eso tenemos que apoyarnos mutuamente. Pero si nos amilanáramos ante estos esfuerzos, si nos limitáramos a mantener un mero trato de cortesía los unos con los otros y diluyéramos todos los planteamientos reformistas, sin duda le haríamos un flaco favor a Europa.

P. En Francia existe la expresión del “deseo de Europa”, “le désir de l´Europe”, que tiene una carga emocional muy fuerte. Posiblemente a usted semejantes emociones le resulten inquietantes. No obstante, ¿puede usted asociar un sentimiento a Europa?

R. Naturalmente que sí, pero si todo lo que hago lo hago por la firme convicción de que Europa es nuestra suerte, una suerte que tenemos que preservar. Si no tuviéramos a Europa, quizás también nuestra propia generación estaría en guerra. Durante 35 años, hasta la caída del Muro de Berlín, sufrí el no poder desplazarme sin trabas a Europa occidental. Ese era mi sueño. Este es mi continente. Un continente en el que la gente está apegada a los mismos valores que yo. Un continente con el que se puede contribuir a conformar el mundo, con el que se puede defender todo aquello que asegura el futuro de la humanidad: la dignidad humana, la libertad de opinión, la libertad de prensa, el derecho de manifestación, la gestión económica sostenible, la protección del clima. Pero ese sentimiento europeísta no será suficiente para proporcionar bienestar y empleo a las personas. Tenemos que trabajar por ello todos los días.

P. ¿No habría llegado el momento de una visión de calado y alcance, de su plan de 10 puntos para Europa?

R. Lea usted mi discurso con ocasión del aniversario de los Tratados de Roma. Esa es mi adhesión a Europa. Pero, por volver a su metáfora musical: en estos momentos no deberíamos hablar sobre lo intrínsecamente bella que es la música y la singular importancia cultural que tiene la orquesta. Lo que tenemos que hacer, antes bien, es tocar nuestra parte en el concierto de los mercados mundiales. Quieren escuchar una pieza bien interpretada.

P. ¿Incluye su visión los Estados Unidos de Europa?

R. Mi visión es la Unión Política, porque Europa tiene que seguir su propio y exclusivo camino. Tenemos que aproximarnos paso a paso, en todos los ámbitos políticos. Porque lo cierto es que cada vez percibimos con mayor nitidez que cada tema del vecino nos incumbe recíprocamente. Europa es política interior.

P. ¿Qué reflejo institucional y estructural ha de tener todo ello?

R. En el transcurso de un largo proceso vamos a trasladar más competencias a la Comisión Europea, que entonces funcionará como un Gobierno europeo para las competencias europeas. Ello implica un Parlamento fuerte. La segunda Cámara, por decirlo así, estará constituida por el Consejo y los jefes de Gobierno. Y, por último, tenemos el Tribunal de Justicia de la Unión Europea como tribunal supremo. Esa podría ser la futura configuración de la unión política de Europa, en algún futuro, lo dicho, y tras numerosas etapas intermedias.

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