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TRIBUNA

Prende la indignación

El presidente Obama ha puesto en el mapa a los indignados al decir que entendía sus frustraciones

Francisco G. Basterra

¿Quién hubiera pronosticado que la mecha encendida hace cinco meses en la Puerta del Sol por los calificados por la derecha faltona y cínica de perroflautas, y antes en la plaza Tahrir de El Cairo por una juventud desesperada y ansiosa de democracia, iba a prender en ciudades de medio mundo? ¿Qué tienen en común los indignados de Madrid con los estudiantes de Londres, las clases medias de Israel, los irritados de la India contra la corrupción dirigidos por una activista de 74 años, los jóvenes chilenos hijos de la clase media, adolescentes que ocupan los institutos desde hace meses y han puesto contra la pared el modelo liberal tecnocrático del millonario Piñera, en un Chile que sin embargo crece al 6%, o con la disidencia estadounidense del Ocupa Wall Street? Europa juega una partida de ajedrez a 17 bandas creyendo que le sobra tiempo. El tándem Merkozy, que integra las dudas de una Alemania escéptica y replegada con la debilidad del presidente francés, que saca pecho por una Francia que ya no es, no puede con la crisis que suma 23 millones de parados y ha detenido el crecimiento. Estamos ante la peor Europa posible, aparte de todas las demás que se han ensayado, escribe Garton Ash. El miedo es contagioso y el desaliento se extiende por el mundo rico. Va a tener razón el ministro de Economía italiano, Giulio Tremonti, cuando advirtió que “esto es como el Titanic, no se salvan ni los pasajeros de primera”. Depende, que diría Rajoy.

 ¿Recuerdan cuando Obama, en 2009, pronunció la frase dirigida a los banqueros “Soy el único que está aguantando a pie firme entre ustedes y las horcas?” Lo público, tan denostado, procedió al primer rescate de Wall Street, los bancos se comprometieron a dar dinero para encender el motor económico y dos años más tarde el mundo está al borde la segunda recesión. Ahora, en Europa se va a pasar de nuevo el platillo en el segundo rescate bancario; el sistema necesitaría 200.000 millones para recapitalizarse. En los mercados no hallarán esa cantidad; de una manera o de otra, los ciudadanos contribuyentes volverán a salir al quite. La calle indignada expresa su frustración porque entiende que los de primera clase no pagan el peaje debido por su condición de privilegiados.

“Ya es hora de que el 99% se levante contra el 1%”, es el lema más coreado e impreso en las pancartas de los indignados que acampan en la punta sur de Manhattan, en las puertas de Wall Street. Es el “levantamiento de la multitud”, escriben los académicos izquierdistas Toni Negri y Michael Hardt en Foreign Affairs. El desestimado 1% controla el 40% de los activos disponibles de EE UU. La protesta en el corazón del capitalismo, ridiculizada en un primer momento, comienza a ser tomada en serio y se habla del regreso de una nueva disidencia en EE UU. El Ocupa Wall Street ya dobla en popularidad al Tea Party, con un apoyo del 60% entre los jóvenes y el 66% entre los demócratas. No va contra los políticos, la Casa Blanca o el Congreso, sino directamente contra la codicia de los banqueros y el desigual reparto de la riqueza. Y contra la percepción de que esta fiesta la están pagando los menos culpables. Desde Madrid a Nueva York se denuncia un sistema político en manos de los intereses de élites empresariales y financieras, y agradecido por ello. Gritan que lo que es bueno para Wall Street no es bueno ni para EE UU, ni para el mundo en general. Mayoritariamente jóvenes, parados, precarizados, o subempleados con trabajos frustrantes. Estudiantes que no pueden devolver los créditos que adquirieron para pagar la universidad. En la primera superpotencia hay 46 millones de pobres, la mayor cifra de su historia, y uno de cada cuatro propietarios no puede pagar la hipoteca.

El movimiento de los indignados es más moral que político. Es generacional: “Si tu sangre no hierve ahora, es que no es sangre”. Por supuesto que no tienen programas detallados. No les corresponde. Es abigarrado, descentralizado, horizontal. Utiliza con astucia la capacidad innata de los exasperados, nativos digitales, para manejar la tecnología de las redes sociales. Para bien o para mal no tiene un líder. No se disolverá a cambio de un par de leyes ni será digerido por los partidos, en España ya hemos visto patéticos intentos. No es el anti-Tea Party desde la izquierda, pero sí coincide con un momento en el que el populismo extremista conservador parece haber tocado techo. El presidente Obama los ha puesto en el mapa después de decir que entendía sus frustraciones. Refleja la impotencia de los dejados atrás por un sistema político, abducido por el capitalismo financiero, que ha abandonado a sus ciudadanos y nos ha mentido.

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