Un nuevo futuro para Haití
"Se trata, sin duda, de un reto complejo que necesita, para ser superado, del más amplio apoyo internacional"
Un devastador terremoto de entre 7 y 7,3 grados en la escala de Richter y más de 100 réplicas mataron a más de 200 mil personas en Haití, según la información dada a conocer por las autoridades haitianas, dejaron cientos de miles de heridos y millones de damnificados. Prácticamente cada familia vio morir a un ser querido, un familiar o un conocido. La tragedia humana es terrible, sin contar las graves consecuencias económicas y sociales de esos sismos para el desarrollo haitiano.
Esto sucedió en la nación más pobre de América; en un país que, antes del terremoto, registraba ingresos per cápita por debajo de 400 dólares al año, en donde 78 por ciento de la población vivía con menos de dos dólares al día y la tasa de desempleo era superior al 70 por ciento. La necesidad de ayuda era urgente ya antes del terremoto y hoy resulta de importancia vital no sólo para asegurar la supervivencia inmediata de millones de haitianos sino para lograr que esa nación pueda aspirar a un nuevo futuro.
Afortunadamente, la ayuda no se hizo esperar: la tragedia haitiana despertó la respuesta inmediata y solidaria de prácticamente todo el mundo.
Solidaridad internacional
En México, como en todo el globo, los distintos órdenes de gobierno y sectores de la sociedad han sabido traducir su alto sentido de solidaridad en generosas donaciones destinadas a aliviar la sed, el hambre, la falta de ropa, techo y de medicamentos que hoy sufren los haitianos.
El Gobierno mexicano decidió hacer una donación de 8 millones de dólares, además de haber establecido un puente aéreo y marítimo para transportar la ayuda humanitaria enviada por los mexicanos, así como la que a través de los aviones y embarcaciones mexicanas deseara enviar cualquier otra nación a Haití.
Además del personal médico, los rescatistas y especialistas en labores de protección civil que fueron enviados desde el momento mismo en que se conoció la magnitud de la tragedia, México ha reunido alrededor de 15 mil toneladas de ayuda humanitaria -víveres, medicamentos, un hospital móvil y suministros varios donados por nuestra sociedad- que han llegado y seguirán llegando con regularidad a Haití. Esta ayuda provino de los muchos centros de acopio que, de manera espontánea, y también como respuesta a la convocatoria del Presidente Felipe Calderón, surgieron en todo el país: en escuelas, iglesias, fábricas, tiendas y muchos lugares más la gente empezó a reunir ayuda para su envío a Haití.
En la Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores sobre Haití, celebrada en Montreal, Canadá, en enero pasado, México señaló que era urgente, en primer lugar, establecer un ente coordinador que organizara y asegurara la distribución entre la población haitiana de la asistencia ofrecida por la comunidad internacional, y en segundo lugar, comenzar a atender las necesidades vinculadas con la reconstrucción.
Reconstrucción y desarrollo
¿Cómo garantizar la continuidad de las acciones de ayuda emprendidas una vez finalizada la urgencia inicial? ¿Cómo ayudar, por ejemplo, en la mejora de la infraestructura educativa y de atención a la salud en Haití (datos preliminares indican que 97 por ciento de las escuelas haitianas fueron parcial o totalmente destruidas por los sismos)? ¿Cómo promover el desarrollo de la infraestructura productiva e incidir en la generación de oportunidades de negocios y empleo en esa nación hermana?
Para México, encontrar respuesta a esas interrogantes resulta tan prioritario como garantizar el abasto de agua, comida y medicamentos a los afectados por el sismo. Y ello es así en virtud no sólo en razón de las necesidades de paz, desarrollo y bienestar del pueblo haitiano sino también de la región en su conjunto.
La Organización de las Naciones Unidas ha estimado que un programa de desarrollo de infraestructura (en comunicación, educación básica y técnica, en vivienda y atención sanitaria), de reactivación económica, industrial y de provisión de servicios básicos, así como de construcción de redes de protección social en Haití, requeriría de unos 2 mil millones de dólares anuales, al menos durante cinco años.
Se trata, sin duda, de un reto complejo que necesita, para ser superado, del más amplio apoyo internacional. Gobiernos, organismos internacionales, instituciones financieras internacionales y organizaciones empresariales y de la sociedad civil tenemos todos el deber de colaborar con la reconstrucción haitiana.
Ésta exige, de todos nosotros, decisión, compromiso, solidaridad y recursos. Exige sobre todo, como se destacó en la citada Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores sobre Haití, de una muy estrecha coordinación con el gobierno de Haití. Sólo así lograremos que nuestra ayuda sea eficiente -es decir que logre sus objetivos-, eficaz -que llegue en tiempo y forma a donde más se le necesita-, predecible -que permita programar una recuperación de largo plazo-, y transparente, que evite el mal uso de los recursos aportados.
Haití merece el acceso a un nuevo futuro. Y juntos, uniendo esfuerzos y colaborando coordinadamente con su Gobierno, los pueblos del mundo podemos ayudar a esa nación hermana a construirlo y hacerlo realidad.
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