La escuela de Darín
Casi todos los que llegan a España quieren componer ese personaje meloso que siempre tiene una frase divertida
Desde hace años, Ricardo Darín ha compuesto un arquetipo que ha calado muy hondo en la mujer española. El personaje es un soñador pícaro que sufre ataques al corazón porque su madre con Alzheimer se quiere casar con un tipo que vende estampillas en un club que se está fundiendo. Un personaje meloso que siempre tiene, a flor de labio, una frase entre existencial y divertida. El problema no es que existan argentinos de esta calaña (que los hay) sino que hoy en día todos los argentinos que llegan a España quieren componer este personaje darinesco, y se está saturando el mercado de argentinos pirata.
Los argentinos pirata han aprendido a usar palabras clave y a hacer gestos que sólo conocíamos nosotros, los argentinos con denominación de origen. Y últimamente no se puede ir por la calle sin escucharlos. Son una plaga. Cada dos cuadras te cruzás con media docena de falsos argentinos recién llegados; van todos diciendo piropos naïf, guiñando ojos a mansalva, dando a entender que han leído a Borges, ofreciendo fuego a las fumadoras, persiguiendo morochas con paso acaramelado y sembrando la confusión en el target femenino. Aún no ha ocurrido, pero falta poco para que se sature el mercado, para que nadie (ni los argentinos reales ni las burdas copias darinescas) puedan engañar a una española y llevársela a los yuyos. Es triste decirlo, pero vamos camino a perder un nicho de acción que podríamos haber hecho propio a fuerza de verdad y trabajo, y todo por culpa de nuestro egoísmo enquistado.
Vamos camino a perder un nicho que podríamos haber hecho propio
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