La hora de Brasil
Es cómodo decir que la reunión de Unasur ha parido un ratón en la cumbre extraordinaria de Santiago sobre el conflicto de Bolivia, porque ha producido sólo un documento plenamente predecible, que pide la instalación de una mesa de diálogo entre las partes, autonomistas de la Media Luna y centralistas indigenados de La Paz, sin aportar otras soluciones visibles; tampoco cuesta sostener que el verdadero convocante ha sido el lord protector de Bolivia, el presidente venezolano, Hugo Chávez, y no el jefe del Estado brasileño, Lula, aunque su diplomacia sea la que ha llevado la voz cantante en la capital chilena. Pero ambas apreciaciones son inexactas.
Es cierto que el grave contencioso entre el altiplano del oeste y las tierras bajas del este, que puede haber causado ya más de 100 muertos, está todo menos solucionado, pero hoy cuentan tanto los símbolos como las anfractuosidades del terreno. Y Lula es ya el gran veedor de la crisis, el que atribuye méritos y apunta regaños, y si el respaldo al orden legal y legítimo del presidente Morales ha sido inequívoco, la recomendación de que se negocie para llegar a un acuerdo significa que también se tiene en cuenta a los rebeldes de Santa Cruz y provincias anejas. Pero, de manera muy significativa, ese magisterio se ejerce sobre una ausencia, no por formalmente obligada menos clamorosa. ¿Tiene algo que decir Estados Unidos?
Luiz Inácio da Silva se ha permitido el lujo de esperar hasta que la reunión de Unasur se concibiera en sus propios términos. El presidente boliviano Evo Morales repetía que la crisis era intra-boliviana y que no hacían falta mediadores externos y Lula no quería mover un dedo si no era a instancia de parte. Y cuando la convocatoria se produce, aunque la cobertura de la reunión internacional baste para salvar la cara a La Paz, nadie duda de que es para que Brasil, superpotencia emergente de América Latina y principal cliente del gas boliviano, ordene el procedimiento. A Lula le han llamado; no ha tenido que pedir turno de palabra.
El enfrentamiento entre partidarios civiles de ambos bandos, en los que tiene una especial responsabilidad el autonomismo que inició los bloqueos de carreteras para desabastecer La Paz, tenía una lógica propia que podía crear, como ha ocurrido, la ventana de oportunidad para el movimiento táctico de Brasilia. La rebelión provincial y el poder constituido parecían estar encareciendo la apuesta a la espera de que el otro pestañeara primero, y, por terrible que haya sido la pérdida de vidas humanas es lo que conduce al diálogo, preliminarmente ya iniciado entre Mario Cossio, gobernador de la provincia de Tarija y el vicepresidente -criollo, pero con el indigenismo de los conversos- Álvaro García Linera.
Nadie dice que esa negociación vaya a ser fácil. Pero, por primera vez, las cartas están nítidamente alineadas sobre la mesa. Y lo que hay que discutir es el encaje y el reparto. El encaje se plantea entre una constitución indigenista de la que Morales aguarda una deshispanización a fondo, pero que no provoca emulsiones de entusiasmo ni en sus teóricos aliados, y la profunda autonomía reclamada por las cinco provincias orientales, Beni, Pando, Tarija, Chuquisaca y Santa Cruz, en las que el elemento indígena es tan mayoritario como en el altiplano, aunque de raíz cultural y antropológica muy diferentes. Morales, que califica, asimismo, su proyecto de autonómico ante el violento escepticismo de los regionalistas, tiene ahora la oportunidad de demostrar que no habla en vano. Y el reparto afecta a la distribución de las rentas de los hidrocarburos, que el autonomismo quiere virtualmente todo para sí y el poder central aspira a gerenciar. Si hay o cuando haya pre-acuerdo sobre límites y objetivos el presidente Morales y los líderes, sobre todo de Santa Cruz, el gobernador Rubén Costas y el líder social de la rebelión el industrial aceitero Branko Marinkovich, deberán hacerse presentes en las negociaciones. Pero cualquiera que sea el vocerío con que se despachen unos y otros, la Media Luna carece de medios para derrocar a Morales, pese a la insistencia con que La Paz y Caracas lo han estado proclamando estos días, ni mucho menos quiere una independencia contra la que sabe que milita el mundo entero.
Aplicando los términos de aquel sabio del fútbol -lógicamente, argentino- César Luis Menotti, Brasil, dueño del centro del campo, construye, pero no puede definir por sí solo. ¿Qué querían sus críticos? ¿Que enviara la división aerotransportada?
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