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La diplomacia menguante y cruel del presidente Trump

El republicano ha dado un viraje radical a los objetivos de la política exterior de Estados Unidos. Voces internas avisan de que estos cambios abren la puerta a que sus adversarios expandan su influencia

Donald Trump durante una rueda de prensa en la Casa Blanca, el pasado 27 de febrero.
Donald Trump durante una rueda de prensa en la Casa Blanca, el pasado 27 de febrero.JIM WATSON (AFP / GETTY IMAGES)
Macarena Vidal Liy

Estos días, el Kremlin no puede ocultar su satisfacción. Su portavoz, Dmitri Peskov, lo proclama a los cuatro vientos: “EE UU se está alineando cada vez más con nosotros”. Mientras, Washington castiga a su en teoría aliado, Ucrania, al que cancela su ayuda militar, y zahiere al presidente, Volodímir Zelenski. Otros gobiernos amigos también han probado la inquina de la Administración de Trump: esta semana imponía aranceles del 25% a los productos de Canadá y México, sus vecinos y socios comerciales. Y asegura que hará lo mismo contra Europa: “La Unión Europea nació para joder a EE UU. Ese es su objetivo, y lo ha cumplido muy bien”, declaraba recientemente el republicano desde su querido Despacho Oval.

Mientras arremete contra sus aliados, concede trato de favor a Moscú: se plantea retirar sanciones que los demócratas impusieron durante la guerra y por primera vez ha votado en la ONU junto a su supuesto adversario una resolución sobre Ucrania que no culpa al Kremlin del conflicto. Algo impensable previamente. En seis semanas, Trump ha obligado al portaviones que es la política exterior de su país a virar de rumbo con la rapidez de una moto de carreras.

“Cuando asumió el cargo en 2017, él pensaba que EE UU hacía demasiado: luchando guerras en todas partes, gastando dinero, perdiendo vidas”, explica el antiguo enviado de Trump para Ucrania, Kurt Volker. “Su lema ‘EE UU Primero’ significaba retirarse de todo eso. Ahora vuelve tras cuatro años de un presidente Biden al que consideraba el colmo de la debilidad. Hoy su percepción es muy distinta. Es más de paz mediante la fuerza, y es lo que hace. Una fuerza que no es necesariamente militar. Puede ejercerse con aranceles, sanciones o energía”.

Si en su primer mandato Trump, el advenedizo, se rodeó de figuras del establishment que bloquearon en más de una ocasión sus iniciativas, y tuvo que someterse al control de un Congreso escéptico, ahora tiene barra libre para actuar como quiera. Domina el Partido Republicano, con mayoría en ambas cámaras; el Supremo le ha concedido inmunidad; para su equipo de asesores ha primado más la lealtad que la competencia, y tiene todo el dinero que le haga falta, gracias al respaldo incondicional —por ahora— del hombre más rico del mundo, el oligarca tecnológico Elon Musk. Así, amenaza con tomar Groenlandia y Panamá, promete crear un Benidorm en Gaza y se burla de países africanos cuyo nombre desconoce.

Para Trump, su interés primordial es la política interna. Lo que ocurra allende los mares le importa en la medida en que pueda afectar —o recibir algún rédito— a EE UU, o a su Administración. De ahí la retirada de instituciones como la OMS, donde considera excesiva la aportación estadounidense, o la presión a los aliados para unas relaciones mucho más lucrativas para Washington.

Según Dale Copeland, catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Virginia, “mucho de lo que está haciendo internacionalmente se puede ver a través del prisma de la política interna. Tiene determinadas prioridades internas, y para él conseguirlas requiere reducir la huella estadounidense en el resto del mundo”. Reducir la huella, y el zapato que la crea. El Departamento de Estado ha recibido órdenes de recortar su personal, mientras ve mermada su capacidad de influencia. Las decisiones sobre política internacional se toman en la Casa Blanca, donde se encargan un puñado de enviados especiales —Richard Grenell para asuntos variados, incluida Venezuela, y Steve Witkoff para Rusia y Oriente Próximo, entre otros— y los cargos en el Consejo de Seguridad Nacional, encabezado por Michael Waltz. El secretario de Estado, Marco Rubio, parece quedar reducido en ocasionesa a jefe de Recursos Humanos de su departamento y portavoz de la diplomacia trumpista. Ya es carne de numerosos memes, entre otros por su silencio en la bronca de Trump y su vicepresidente, J.D. Vance, al presidente ucranio Volodímir Zelenski en el Despacho Oval.

Para el presidente, el Departamento de Estado es parte integral de lo que llama el “Estado Profundo”, la burocracia y el poder establecido de simpatías demócratas que se rebelan y bloquean sus planes. En el primer mandato de Trump, su secretario de Estado inaugural, Rex Tillerson, también dejó numerosas vacantes sin cubrir y fue una figura aislada, sin gran poder de decisión. Pero ahora también se plantea algo impensable antes: despedir personal en el exterior y cerrar consulados, incluso embajadas, en países no prioritarios. Algo que los expertos advierten que dejará la puerta abierta a un aumento de la influencia de China.

Entre los afectados puede haber países europeos. La alianza transatlántica ha sido durante 80 años la base de la política exterior estadounidense y un pilar del orden internacional. Pero Trump, como dejaba claro en sus comentarios sobre la UE, no se fía gran cosa de esta, algo que comparte con sus seguidores. Para estos, el bloque —salvo la Hungría de Orbán o quizá la Italia de Meloni— es un conjunto de gobiernos de izquierdas muy woke, dispuestos a desmembrar a golpe de regulación cualquier intento de innovación o de negocio. “Trump no cree que la UE sea algo real”, señala Volker.

El desdén es especialmente evidente en los nombramientos de embajadores: al frente de legaciones europeas ha puesto a personalidades sin más idoneidad que ser amigos personales, compañeros de negocios o de golf o parte de su círculo familiar: para Grecia ha nombrado como embajadora a la exnovia de su hijo Eric. Para Asia —su prioridad— ha elegido representantes especialistas de prestigio y con amplia experiencia.

La renuncia a esa influencia en el exterior se señalaba en los primeros días de su segundo mandato, cuando Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) ordenaban el cierre casi total de la agencia de ayuda al desarrollo estadounidense (Usaid), la mayor del mundo, y el despido de la gran mayoría de sus funcionarios. En 2023, Usaid desembolsó cerca de 72.000 millones de dólares en asistencia en todo el mundo, para la lucha contra el sida, el acceso al agua potable, la lucha contra el tráfico de personas o contra la corrupción. Ahora, la Administración ha decidido una reducción del 92% de sus proyectos y un recorte de 54.000 millones de dólares. El cambio ha suscitado las enérgicas protestas de los diplomáticos de carrera, que advierten que la retirada de EE UU a dentro de sus fronteras dejará un espacio abierto a la influencia de sus rivales.

Más de 700 miembros del Servicio Exterior han suscrito una carta en la que advierten que la decisión de congelar y cancelar los contratos de ayuda exterior “sin ninguna revisión cuidadosa pone en peligro nuestras alianzas con socios clave, socava la confianza y crea espacio para que los adversarios expandan su influencia”. La misiva, a la que ha tenido acceso la agencia Reuters, se transmitirá a Rubio por el correo interno conocido como “canal de la disensión”, donde los funcionarios pueden argumentar de modo anónimo su desacuerdo con políticas oficiales. “La ayuda exterior no es una limosna. Es una herramienta estratégica que estabiliza regiones, previene conflictos y promueve los intereses de EE UU”, sostienen.

De momento se han apuntado un tanto. El Tribunal Supremo decidía el miércoles no permitir al Gobierno que deje de pagar a organizaciones de ayuda externa por contratos oficiales ya cumplidos. Pero Trump no va a cejar en sus propósitos. En su discurso de esta semana ante ambas cámaras del Congreso lo dejaba claro: “Esto es solo el principio”.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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