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Markus Gabriel, filósofo: “Me tomé una botella de champán el día que Musk destruyó Twitter”

La estrella ascendente de la filosofía alemana reclama una nueva red social, Ágora, donde intercambiar ideas, en su lucha contra bulos y mentiras

Markus Gabriel
Markus Gabriel, en el palacio de la Magdalena de Santander, sede de la UIMP, este 14 de agosto.Juanma Serrano
Berna González Harbour

Despliega tal energía y entusiasmo al contestar que recuerda a un superhéroe dispuesto a cambiarse el traje en décimas de segundo para acudir en socorro de quien necesite algo de conocimiento para arreglar el mundo. Y lo hace veloz y elocuente en español, uno de los nueve idiomas que ha aprendido para comunicarse en todos los posibles. Markus Gabriel está convencido de que la filosofía debe ayudar a recomponer el mundo a partir de la cooperación y la ética, igual que Montesquieu, Rousseau o Kant sentaron las bases del Estado de derecho tal y como lo conocemos. Nacido en Remagen (Alemania) en 1980, catedrático de Filosofía moderna y contemporánea en la Universidad de Bonn, es uno de los grandes impulsores del Nuevo Realismo, una corriente que desarrolló en su libro Por qué el mundo no existe (Pasado & Presente, 2015) y que postula que la realidad es independiente de las construcciones sociales humanas. Su discurso contiene grandes lecciones para tiempos de bulos y estridencias. Conversó con Ideas en el palacio de la Magdalena de Santander, sede emblemática de la UIMP (Universidad Internacional Menéndez Pelayo), donde en agosto impartió un curso magistral. Participará el 19 de septiembre en el Festival de las Ideas en Madrid.

Pregunta. Vivimos tiempos de confusión entre mentira y realidad. ¿Cómo define este momento?

Respuesta. Vivimos en una nueva posmodernidad porque la sociedad digital ha transformado el espacio público y este es hoy un Matrix donde es imposible distinguir entre realidad y ficción. La realidad es aquello que corrige nuestras opiniones y hoy todas las opiniones en internet se confirman a través de las mismas opiniones mediante clics. La ficción necesita una actitud humana para ser completa. Por ejemplo, mi interpretación de una película de Almodóvar será diferente de la de un español que conoce otros códigos. Las distintas interpretaciones de una obra de arte son legítimas, mientras que las distintas interpretaciones de la realidad no lo son porque algunas son falsas y otras verdaderas. Es la gran diferencia entre la realidad y la ficción. En internet, realidad y ficción forman un híbrido. Y esa es la nueva situación, sobre todo con la inteligencia artificial.

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P. Parece que hemos renunciado no solo a la verdad, sino al apego a la verdad. Cuando vemos que Trump y Elon Musk dialogan y su público es indiferente a las mentiras, ¿no tiene la impresión de que se ha renunciado a la ambición de verdad?

R. Así es, exactamente. Merkel tenía razón cuando dijo que vivimos en una era posfáctica, el sentimiento es más importante que la verdad. A quienes siguen a Musk, Trump o este tipo de gente no les importa la verdad. El filósofo Harry Frankfurt lo define como bullshit (charlatanería manipuladora): una forma de hablar que no se interesa por la verdad y que ni siquiera es mentira. Por eso las frases de Trump no tienen sentido y eso es completamente nuevo. Yo lo llamo la posposmodernidad. Pero soy optimista. Creo que esta nueva política de bullshit ya está muriendo. Todo depende de las elecciones en EE UU y también de Ucrania, porque el putinismo también representa ese tipo de discursos posfácticos, falsos y absurdos que no tienen nada que ver con la verdad. La guerra determinará el valor de la verdad.

“Soy optimista, creo que esta nueva política del ‘bullshit’ (charlatanería) está ya muriendo. Todo depende de las elecciones en EE UU y de Ucrania”

P. ¿Sugiere entonces que detrás de las palabras de Trump no hay doctrina?

R. Exactamente. No la hay, hay cero doctrina. En lugar de doctrinas, hoy tenemos intereses y son muy banales, es como una farsa del marxismo. El análisis marxista del discurso ideológico todavía veía relaciones entre palabras e intereses, mientras que en el caso de Trump y Musk hablamos de beneficios, de neoliberalismo sin doctrina, porque el neoliberalismo de Trump o Musk ni siquiera es Milton Friedman o Friedrich Hayek. No hay doctrina, hay intereses puros, a veces criminales en el caso de Trump, cuya figura es un fenómeno estilo Soprano. Y en Rusia hablamos de intereses fósiles porque también es una guerra contra la transformación ecológica de la producción en Europa. No hay una doctrina de fondo como visión de futuro.

P. ¿Igual que con Hitler?

R. Exacto, Hitler tenía doctrina. Y Mao también. Xi Jinping tampoco es Mao. Estos son demasiado incoherentes, palabrería pura.

P. ¿Puede ser más peligroso?

R. Puede ser muy peligroso, porque una vez que esta pura tontería se mezcla con la realidad como en Ucrania, es totalmente imprevisible. Hitler o Franco tenían una estrategia, nefasta, pero inteligible en su lógica. Putin no. Nadie sabe lo que quiere Putin, ni siquiera él. El teórico de la posmodernidad Jean Baudrillard describía un mundo en que la verdad no tiene ningún valor, hablaba del crimen perfecto y a lo mejor es este y por eso es peligroso.

P. ¿Internet ha generado una sociedad de analfabetos?

R. Respecto a ciertos hechos, sí. La paradoja es esta: los sistemas digitales ayudan a resolver un problema como buscar una mesa en un restaurante en tiempo finito. Pero la inteligencia clásica, la inter-ligencia, lo que representa el alfabeto, el saber leer entre líneas, entender un poema o mensajes complejos, descifrar un cuadro de Velázquez… es otra dimensión de la inteligencia en la que nos volvemos realmente analfabetos. Internet simplifica las diversidades y produce estereotipos inteligentes para lograr resoluciones fáciles, pero no en el sentido más amplio. Es el gran peligro.

Donde hay progreso moral, hay progreso económico, defiende Gabriel.
Donde hay progreso moral, hay progreso económico, defiende Gabriel.Juanma Serrano

P. ¿La IA es capaz de tener conciencia en este segundo sentido?

R. En este segundo sentido, cero. En el primero, sí. Los problemas históricos, políticos, morales o éticos no son fáciles y la IA tiene cero capacidad de producir soluciones en este segundo sentido, no tiene la capacidad del progreso. Daniel Kahneman lo argumenta en el contexto del derecho: una IA puede ser más justa que un juez, pero para que haya progreso se requiere una interacción entre un juicio falsable y unas actitudes humanas que lo corrigen. La incorregibilidad de la IA, su perfección, es al mismo tiempo su imperfección. Esa es la paradoja: de nuevo el máximo conocimiento de la ciencia produce una nueva forma de ignorancia.

P. ¿Las redes nos hacen daño?

R. Para mí sí, yo me tomé una botella de champán el día que Musk destruyó Twitter. Él tenía otra intención, pero ha acabado con Twitter, que despertaba la ilusión de ser una máquina progresista de información y debate. Yo creo que eso siempre fue una ilusión porque tenía antisemitas, racistas o terroristas, siempre se manipulaba la información, siempre había bots rusos.

P. ¿Por qué habla en pasado? ¿Cree que se ha superado ya?

R. Sí, creo que sí. Los progresistas no quieren admitirlo, por eso todavía hablan de tuits y de Twitter. Actuamos como si siguiera existiendo, pero ya no existe, es un zombi. X es un zombi de Twitter. Facebook es pasado. TikTok e Instagram son las más influyentes, pero ya está claro que no tienen la ilusión de verdad. Anticipo esta posibilidad: ¿por qué no producimos una nueva red, Ágora, para intercambiar ideas, como queríamos que fuera Twitter? Ahora no existe.

P. ¿Por qué necesitamos el Nuevo Realismo?

R. El posmodernismo y grandes filósofos como Kant o Nietzsche entendían la realidad como algo incomprensible y por ello construyeron una visión del pensamiento aislado de la realidad. Eso es un daño político para la humanidad porque produce un espacio público de pura lucha: competición en vez de cooperación. Y la textura de la sociedad moderna necesita una forma de cohesión social. Tras la Revolución Francesa y la Industrial, la diferenciación del trabajo ha sido la forma de la sociedad moderna y funcionaba. Pero ahora, como dice el sociólogo Luhmann, lo que tenemos es una diferenciación de sistemas sin una visión del bien que nos una. El Nuevo Realismo quiere producir una nueva visión del bien, algo que nos una más allá del compromiso progresista contra la extrema derecha. La unión en la lucha contra los locos no es suficiente. Necesitamos un retorno a la realidad y el Nuevo Realismo es un discurso sobre los hechos. La existencia de más de dos géneros no es una construcción social, es un hecho. El cambio climático también. El Nuevo Realismo cambia la visión: ya no se trata de lucha de clases, de géneros o de intereses, sino de la cooperación de la humanidad frente a la realidad.

P. ¿Está evolucionando la ciencia más rápido que la ética?

R. Exactamente. La Revolución Francesa nos dio la estructura fundamental de la emancipación moderna: libertad, igualdad, fraternidad, era la promesa de la modernidad. Pero después llegó la Revolución Industrial. Por un lado, teníamos una revolución política basada en el reconocimiento ético, en la división de los poderes de Montesquieu, como un resultado directo del pensamiento. Sin él o Rousseau no tendríamos hoy un Estado de derecho. Sin Kant y sus ideas sobre la paz no habría un derecho internacional. Y por otro lado, la Revolución Industrial. Por mucho tiempo tuvimos la esperanza de que el progreso científico-técnico produjera automáticamente el progreso moral, pero era una ilusión. Ahora tenemos contextos científicos y económicos muy avanzados en China o Rusia, pero con cero progreso moral. La IA, como la bomba atómica o la energía fósil, es consecuencia del progreso científico-tecnológico, pero no está acompañada de una reflexión ética. Y el filósofo Derek Parfit decía que la ética está comenzando, como la física de Galileo o Copérnico. Mal empezamos entonces.

“La IA, como la bomba atómica, es consecuencia del progreso científico-tecnológico, pero no está acompañada de una reflexión ética”
Markus Gabriel

P. Europa retrocede, se cierra a los extranjeros. ¿Cómo lo evalúa?

R. Lo interesante es que los lugares donde hay progreso moral también lo hay económico e ideológico. Por ejemplo: el fútbol español este año, fantástico, invencible. Y coincide con un momento de muy buenas condiciones en España comparado con otros lugares. Es un momento muy progresista en feminismo o cuestiones de género y ese progreso moral se manifiesta también en la economía. En 2015, cuando Merkel abrió las fronteras por una cuestión de progreso moral y no de cálculo, se produjo el bien más grande, la coincidencia del beneficio económico con el bien: economía y ética van juntos. Y funciona.

P. ¿Esto se conecta con su idea de una Nueva Ilustración?

R. Sí, es precisamente el fundamento. La Nueva Ilustración combina humanidades y ciencia con la política, la industria o las empresas para llegar a un progreso fundado en los conocimientos científicos y filosóficos. Se trata de crecer juntos.

P. Usted ha creado desde muy joven varios conceptos. ¿Cuáles cree que necesitaremos definir en los próximos 20 o 30 años?

R. Todo lo que inventé hasta ahora en términos de conceptos tiene algo de nuevo: Nuevo Realismo, Nueva Ilustración, neoexistencialismo… Por eso mis estudiantes dicen que la doctrina de Gabriel es el novismo [ríe]. Pero lo que hace falta es un concepto positivo que capte la línea entre los polos de la polarización, algo que esté entre y más allá de la izquierda y de la derecha. Aún no lo tenemos. Necesitamos una política del “entre” y para eso no tenemos conceptos. Sabemos que es un “entre”, ya no es un centro. Todos los centrismos están siendo deconstruidos por las buenas razones. No hay centro. Tampoco periferia. Pero ¿qué hay? El gran desafío de la filosofía para los próximos decenios sería un concepto positivo del “entre”.

P. ¿Se atreve a definir el espíritu de nuestro tiempo? ¿El zeitgeist?

R. Creo que es el progreso moral, paradójicamente.

P. Pero eso es una ambición, no una realidad.

R. Es una ambición, pero también una realidad. Ahora nos parece que estamos defendiéndonos de las amenazas que nos rodean: Putin, Trump, cambio climático, IA… Pero ya estamos más allá de las amenazas, ya las superamos, por eso tenemos miedo. El motor de la historia es el progreso moral.

Según Gabriel, la derecha solo ofrece una caricatura del bien.
Según Gabriel, la derecha solo ofrece una caricatura del bien.Juanma Serrano

P. Sloterdijk me dijo que la ira es el motor de la historia. ¿Está de acuerdo? ¿Para usted cuál es el motor?

R. Absolutamente, no. Entiendo su visión, pero el motor de la historia es el amor, el bien. El amor es el bien máximo y las decepciones o la ira son la expresión de los desesperados. La ira o la guerra son un amor que no funciona. Por ejemplo: Putin ama a Europa.

P. ¿Está seguro?

R. Sí, sí. Quiere ser europeo, en otro sentido, y eso también es un amor. Creo que cuando Putin habló ante el Parlamento alemán hace más de 20 años y ofreció un nuevo orden de seguridad era sincero, aunque fuera 10 minutos de su vida. Mi optimismo es el que dice: los valores positivos son el motor y cuando no funcionan tenemos el mal, que también es real. Ahora Putin es realmente malo. Y Netanyahu también. Pero el motor es el amor, la dimensión positiva de la vida humana.

P. Desde el punto de vista filosófico, ¿por qué avanza la ultraderecha cuando aún recordamos el nazismo?

R. Porque ofrece una visión del bien. Es una visión falsa, excluyente, pero por lo menos es una. La visión del bien que ofrece Le Pen es “Francia”. ¿Qué Francia? Francia sin musulmanes, Francia sin extranjeros, la Francia rubia y blanca. Claro. Pero ofrece algo positivo para determinado público.

P. Mediante la exclusión y la xenofobia.

R. Exacto. Ofrecen una caricatura del bien. Y el problema de la izquierda es que ofrece solo el compromiso. Macron o Scholz son el compromiso, figuras huecas del progreso que no entienden que el compromiso no es suficiente como visión. El compromiso es una precondición del bien, pero no es idéntico al bien. La gente quiere más que eso y la ultraderecha ofrece una farsa de bien. Esa es la estrategia. Por eso no creo que la xenofobia, la misoginia o el racismo sean el gran tema, sino que es cultural. Hay miedo a perder aquello que nunca fue. Y esa es la promesa, la nueva visión.

P. ¿Cómo encaja la identidad en esta visión?

R. Yo rechazo toda política de identidad, la emancipación debería centrarse en la diferencia, no en la identidad. Vivimos una regresión conceptual en este sentido. El concepto de la identidad cerrada lleva a la imposibilidad de comunicar.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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