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Enzo Traverso, historiador: “Alemania está siendo cómplice de un genocidio en Gaza”

El pensador italiano reflexiona sobre los usos políticos del pasado que acompañan al conflicto entre Israel y Hamás. Cree que la memoria del Holocausto puede quedar descalificada

Enzo Traverso en París este 24 de junio.
Enzo Traverso en París este 24 de junio.Manuel Braun
Sara González

Estudioso de la historia intelectual, especialista en totalitarismos y en políticas de la memoria, la trayectoria de Enzo Traverso (Gavi, Italia, 1975) se ha centrado en temas como la cuestión judía, el Holocausto o las revoluciones del siglo XX. Admirador de Adorno y de Walter Benjamin, da clases de marxismo y teoría crítica. Entre sus libros destacan A sangre y fuego: de la guerra civil europea (1914-1945), Las nuevas caras de la derecha y Revolución. Una historia intelectual. Ahora publica Gaza ante la historia (Akal), donde reflexiona sobre la instrumentalización que, según él, se hace del antisemitismo. Y advierte de sus consecuencias, entre otras, sobre la memoria del Holocausto.

Traverso llega a la entrevista con camisa azul. A unos pasos está la Universidad de la Sorbona de París, donde en abril tuvieron lugar las manifestaciones en apoyo a los palestinos. En el libro se refiere a estas protestas, aunque se centra en las de EE UU, donde imparte clases en la Universidad de Cornell, en Ithaca (en el Estado de Nueva York). Critica el hecho de que hayan sido reprimidas y de que hayan sido envueltas en acusaciones de antisemitismo. El académico resalta que no es estudioso ni de Oriente Próximo ni del conflicto israelí-palestino. Lo que busca, aclara en el prólogo, es observar los usos políticos del pasado que lo acompañan.

Pregunta. Trabajó el concepto de memoria y de memoria del Holocausto. ¿Para qué sirve esta si no frena guerras como esta?

Respuesta. El caso alemán es el más contundente. Allí, después de la guerra no se hablaba del Holocausto. Su reconocimiento es el producto de un proceso muy difícil de construcción de la memoria que se desarrolló durante décadas. A partir de los ochenta, el país empieza a construir una identidad nacional que incluye al Holocausto. Hoy, decir yo soy alemán significa reconocer que en la historia de su propio país hay un crimen como el Holocausto. Entonces ingresó en la conciencia histórica alemana. Y eso tuvo consecuencias positivas enormes.

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P. ¿Como cuáles?

R. Se cambió el código de la ciudadanía y muchos inmigrantes pudieron obtener la nacionalidad alemana. Alemania no se pensó más como una nación en el sentido étnico de la palabra, sino como una nación en el sentido político. Ahora, Alemania dice: “Tenemos que expiar culpas como responsables del Holocausto y por eso tenemos que apoyar a Israel de una manera incondicional”. Y el resultado es que está haciéndose cómplice de un genocidio en Gaza. Esa es la contradicción. Se produjo una transición singular: de una toma de responsabilidad histórica a un subcontrato de culpa. Quienes pagan la deuda alemana son los palestinos.

P. Algo falló en el trato a la memoria…

R. Es cierto, llegamos a esa situación paradójica y peligrosa: si luchar en contra del antisemitismo significa apoyar la guerra en Gaza y a Israel de manera incondicional, se desacredita la idea de la memoria del Holocausto en los ojos de la opinión pública y del sur del mundo. En el sur en particular o acá, en la UE, los ciudadanos que tienen un origen poscolonial van a decir: ¿pero cómo? Yo vivo en un país que proclama la necesidad de luchar contra el antisemitismo, ¿eso significa apoyar la masacre de los palestinos? Si esa es la situación, significa que cuando me hablan del Holocausto empezaré a tener dudas: ¿no será el Holocausto un mito que se inventó para defender los intereses de los judíos? Existe el riesgo de que este estereotipo antisemita y esta forma de negación del Holocausto sean repentinamente legitimados.

“La tecnología se desarrolla en función de un proyecto, que puede ser de emancipación o de dominación”

P. ¿Hay peligro de que pase eso ahora?

R. Sí. Si en nombre de la memoria del Holocausto justificamos y apoyamos un genocidio, esa memoria quedará descalificada. Y eso creará malentendidos y una nueva forma de antisemitismo. Esa memoria tenía un sentido: comprobó las consecuencias extremas del racismo y tras ese genocidio no podemos aceptar ninguna forma de exclusión, discriminación, persecución, opresión. Con esa conclusión se construyó la memoria de otros genocidios. Si la memoria del Holocausto significa apoyar a la política israelí, todas nuestras referencias se derrumban.

P. ¿A qué se refiere cuando dice que la memoria del Holocausto construyó la de otros genocidios?

R. El de Ruanda, el de los armenios, que ocurrió antes. Si este genocidio tiene un reconocimiento en el espacio público hoy, es consecuencia de la memoria del Holocausto. El recuerdo de Auschwitz nos hizo más sensibles a la cuestión de los derechos humanos. Si ahora se instrumentaliza para defender un genocidio, es algo que destruye todas las políticas memoriales, la pedagogía de los derechos que se construyó durante décadas. Alemania tiene la mayor comunidad palestina de la UE, ¿qué pensará un alemán de origen palestino al escuchar a Scholz decir que el apoyo a la política de Israel es para los alemanes una “razón de Estado”? Tenemos que construir otra mirada, en la que la memoria del Holocausto se articule con otras memorias con la misma legitimidad, en primer lugar, las del colonialismo y sus genocidios.

P. ¿Se puede decir que el paisaje memorial en Europa está incompleto?

R. Más que incompleto. Contradicciones tan fuertes tienen consecuencias muy negativas. Cuando hay países —y es el caso de los países de la UE con minorías de origen poscolonial, minorías de millones de personas— con una política memorial con contradicciones tan grandes sus efectos son desastrosos.

P. ¿Qué tipo de efectos?

R. Vemos en la banlieue francesa una forma de antisemitismo. Y los conflictos entre judíos y magrebíes son en muchos casos artificialmente creados por esas políticas. Todo se hace no para que puedan coexistir de una manera pacífica y fructífera, sino para el conflicto. En lugar de condenar las discriminaciones que sufren en una sociedad prejuiciosa, las minorías poscoloniales, en particular musulmanas, son sospechosas de antisemitismo y de simpatizar con Hamás, mientras el jefe del Estado va a Tel Aviv y apoya a Israel. Esto aplasta cualquier idea de derechos humanos y de igualdad.

“En Francia, en los conflictos entre judíos y magrebíes todo se hace no para que coexistan en paz, sino para el conflicto”

P. ¿Estaríamos en un periodo similar al de la entreguerra en Europa?

R. Las derechas radicales aceptan el marco de las democracias liberales, que quieren transformar en un sentido más autoritario, más conservador y más xenófobo. Quieren leyes sobre la ciudadanía. No son derechas golpistas como en España en el 36 o en Alemania e Italia, que decían “queremos subvertir las instituciones”. El fascismo clásico tenía una dimensión utópica. Queremos cambiar el mundo, crear una nueva civilización, un hombre nuevo… Las derechas radicales de hoy son muy conservadoras. Queremos proteger a nuestros ciudadanos frente a las amenazas de la globalización, defender los valores tradicionales, la patria, la familia, la nación, contra la amenaza de la inmigración. Somos países cristianos y estamos en contra del islam, que significa terrorismo.

P. Una de las grandes diferencias es la tecnología, la IA. ¿Puede facilitar movimientos totalitarios o más autoritarios?

R. Los nuevos fascismos no son los campos de concentración o la violencia del pasado. Las formas de dominación hoy son muy diferentes. Las nuevas tecnologías permiten identificarnos… Hay formas biopolíticas de dominación que no necesitan el uso endémico de la fuerza. El control no necesita un policía en cada esquina; las cámaras nos reconocen, pueden decir lo que hice ayer. Eso es lo que puede significar un totalitarismo ahora, seamos conscientes. Esas formas de dominio están muy desarrolladas. Pero la IA puede ser algo útil, ser puesta al servicio de políticas de progreso social. El filósofo Herbert Marcuse tiene razón cuando dice que la tecnología no es neutral. La tecnología se desarrolla en función de un proyecto, que puede ser de emancipación o de dominación.

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