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SILLÓN DE OREJAS
Tribuna
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¡Abajo lo existente!

1870 acabó como el rosario de la aurora, pero en aquel periodo se intentaron cosas que iban a mejorar la educación, modernizar el Estado, acabar con la esclavitud...

Manuel Rodríguez Rivero
Maribel Martín y Ana Belén, en 'Fortunata y Jacinta', en 1980.
Maribel Martín y Ana Belén, en 'Fortunata y Jacinta', en 1980.TVE

1. Revolución

El otro día, mientras me dirigía por Marqués de Cubas a la librería Antonio Machado, situada en la cercana del Marqués de Casa Riera, recordé que aquella calle se llamó en tiempos “del Turco”, y que fue allí donde el 27 de diciembre de 1870 —pocas semanas antes de que llegara a España Amadeo de Saboya— tuvo lugar el misterioso atentado que puso fin a la vida de Juan Prim, uno de los artífices del golpe que inició la revolución que acabó con el reinado de Isabel II. Los días previos a la “septembrina”, de la que se ha conmemorado (sin mucho entusiasmo, por cierto) el 150º aniversario, nuestros sans-culotes castizos se arrojaron a las calles gritando “¡Abajo lo existente!”, una consigna revolucionaria mucho más ontológica y contundente que, por ejemplo, “bajo los adoquines, la playa”, y que contiene, en su infinita deprecación, todo lo que ustedes quieran.

Es verdad que aquel breve y agitado sexenio —en el que se sucedieron una nueva dinastía, una república federal, otra autoritaria y un nuevo golpe de Estado, y que Galdós retrató con mirada decepcionada tanto en Fortunata y Jacinta como en los Episodios de la quinta serie— acabó como el rosario de la aurora, pero en él se intentaron cosas que iban a cambiar “lo existente”: mejorar la educación (y acercarla a las mujeres), modernizar el Estado y las finanzas, acabar con la esclavitud, etcétera. Por cierto, si hablamos del XIX, Galaxia Gutenberg ha publicado Espartero, el Pacificador, de Adrian Shubert, una estupenda biografía de un militar venerado y un político contradictorio (conservador, liberal, monárquico y, en su momento, sostenedor de la República) que vivió toda la crisis del siglo (de la guerra de la Independencia a la Restauración) y a quien Prim llegó a ofrecer la monarquía antes que a Amadeo. Leyéndolo me consuelo por momentos: no nos quejemos de cómo va ahora todo, que siempre puede ir a peor.

2. Liber

Pasó, sin demasiada pena ni gloria, la XXXVI edición de Liber, la feria del libro más importante, si no del planeta, al menos sí de la ciudad que la acoge (este año, Barcelona). Mis dos topos en el Gremi d’Editors de Catalunya, siempre aquejados de Schadenfreude (alegría por el mal ajeno) por las desgracias reales o imaginarias de Madrit, me dicen que el stand institucional de la Federación de Gremios de Editores (FGE) parecía una chabola (barraca, dijeron en catalán) al lado del muy aparente del Gremi. En cuanto al muy cacareado “programa profesional” propuesto, al parecer, desde Madrit, no he conseguido saber quién o qué estaba detrás, pero me dicen que no fue nada del otro mundo. En Liber se presentó el volumen anual del comercio interior del libro de la FGE, que nunca deja de sorprenderme. El de este año, realizado a partir de las respuestas enviadas por el 42,7% de las editoriales agremiadas, constata que se editaron 87.262 títulos, un 7% más que en 2016. Hasta ahí, tira que te va. Lo que no puedo entender es que, en el mismo estudio se afirme que, de ese total, 47.001 títulos corresponden a libros electrónicos, algo aún más inconcebible que si el honorable (en vicariato) Torra se empeñara en pasar por el ojo de una aguja.

Por cierto, que el comercio interior no utiliza las cifras de la agencia ISBN, con la que la FGE comparte piso; se ve que la consulta le queda muy lejos. Claro que no es de extrañar, porque en este país derrochador y rumboso existen nada menos que ¡cuatro! fuentes que vomitan cifras diferentes sobre el libro: el INE, la FGE, la agencia ISBN y el Ministerio de Cultura, todos con metodologías propias. Al parecer, los editores necesitarían un Carlomagno que se decidiera a unificarlos, a ver si de una vez nos enteramos de dónde estamos realmente en esto de la producción de libros.

3. ¿Innombrables?

Observo que José Manuel Villegas, segundo en el staff de Ciudadanos, no menciona a Vox por su nombre: así se hace la ilusión de que no existe. Como hacía Rajoy precisamente con Ciudadanos, se refiere al nuevo partido ultraderechista con elipsis y perífrasis. Pero ahí está, haciendo ruido y creciendo, lo que acongoja y con razón. Con América y Europa girando rápidamente al extremo derecho, tildar de “fascista” a lo que representan, por ejemplo, Trump, Alternativa por Alemania, Bolsonaro, Le Pen y Salvini, Viktor Orbán, Vox y el resto de la cada vez más poblada tropa es tan contraproducente como desarmante, como si se diera a entender que la extrema derecha no hubiera aprendido nada desde 1945 o, en nuestro caso, 1975.

En Las nuevas caras de la derecha (Siglo XXI argentina), Enzo Traverso, un influyente historiador y politólogo situado bastante a la izquierda de la socialdemocracia, insiste en caracterizar más propiamente a esa derecha rampante como “posfascista”. La precisión no es baladí: se trata de partidos o movimientos que, aunque provengan de matriz fascista, exhiben una ideología fluctuante (carecen de programa fijo), son claramente populistas e “impolíticos”, y despliegan una xenofobia “que se ha renovado y enmascarado en el plano retórico” (ya no son antisemitas, sino islamófobos). Entre sus otros ejes de movilización destacan el nacionalismo contra la globalización, el repliegue contra Europa, el antifeminismo, la homofobia más o menos enmascarada, la “seguridad” ciudadana y el rechazo de los migrantes, el odio a los medios de comunicación demócratas (hay quien, desde su vociferante tribuna radiofónica, llama a este periódico Izvestia) y una adhesión bastante clara a las fórmulas más radicales de neoliberalismo económico de puertas para adentro (véase Trump). Aún están en periodo de consolidación y captación, por eso para combatirlos eficazmente es tan importante saber exactamente qué les une y qué les diferencia tanto de las derechas clásicas (PP) o nuevas (Ciudadanos) como de los fascismos históricos.

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