_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La "superación del pasado" en Alemania

El 10 de mayo, 60 años después de terminada la II Guerra Mundial, a pocos metros de la Puerta de Brandeburgo se inauguró un monumento que ha de mantener en el corazón de Berlín la memoria del Holocausto. Alemania sigue confrontada con un pasado que permanece ahí, siempre presente. ¿Acaso la llamada "superación del pasado" (Vergangenheitsbewältigung) ha supuesto un fracaso absoluto? En lo primero que se piensa es que no se habrían hecho bien las cosas, pero pronto se cae en la cuenta de que probablemente no cupiese otro resultado, no sólo porque, en principio, ningún pasado puede ser "superado" -pesa siempre sobre el presente, modelando de alguna manera el futuro-, sino porque habría historias, como los crímenes nazis contra la humanidad, que por su propia índole no podrían superarse nunca. "Superar el pasado", una expresión hoy muy decaída, que ha prevalecido en Alemania durante decenios sería una pretensión inalcanzable.

Lo más probable es que las dos explicaciones tengan algo de verdad. Por un lado, no se puede decir que la historia alemana de "superación del pasado" en los últimos 60 años haya sido un rosario de aciertos, pero, por otro, tampoco faltan los que creen que tal vez sea una exageración definir como únicos, sin precedentes, ni repeticiones posibles, los crímenes nazis contra la humanidad. Una mirada retrospectiva pudiera confirmar que en la historia nada se repite -la singularidad de lo histórico es un rasgo que ya subrayó el historicismo decimonónico- sacando la conclusión, harto cuestionable, de que el método comparativo no sería aplicable a la historia, tal como luego sí se ha hecho en el siglo XX en el afán de ir descubriendo estructuras constantes que de algún modo se repiten. Para manejar el presente se puede aprender, y mucho, de la historia, historia magistra vitae.

Para la primera interpretación, la historia de estos 60 años de "superación del pasado" habría sido un fracaso por no haber sabido enfrentarse a él con coraje y verdad. Se habría exagerado mucho en algunos puntos y ocultado otros; se culpabilizó a todo el pueblo alemán, a la vez que se trató de salvar las profesiones y sectores sociales más implicados. La historia de la "superación del pasado" nazi sería así la de las distintas manipulaciones llevadas a cabo según la coyuntura. A esto se suma el hecho fundamental de no haber explicado por qué la mayor parte de los alemanes, y no sólo a partir de 1938, cuando se alcanzó el pleno empleo, se entusiasmaran con Hitler, marcharan a la guerra seguros de la victoria y se mantuviesen leales hasta el último momento. Fueron los alemanes los que identificaron nazismo y Alemania, el Führer y la patria. Pese a que desde 1943 la derrota era previsible, hasta el último día creyeron en la propaganda, ya fuese la bomba milagrosa, bien las crueldades que sufrirían si los rusos lograban entrar en Berlín.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Al pueblo alemán la derrota le cogió tan de improviso que recurrió a conceptos como "desplome" (Zusammenbruch), "hundimiento" (Untergang, todavía es el título de una película alemana sobre las últimas semanas del Führer), que parecen más bien apropiadas para describir una catástrofe natural. La población se movía entre los escombros sin poder hacerse a la idea de que yacieran sepultados todos los ideales en los que habían creído y muertos o desaparecidos los grandes héroes del régimen, como si un terremoto hubiera arrumbado con todo en pocos minutos. En efecto, los términos que se emplearon durante mucho tiempo aluden más bien a una catástrofe natural de incalculables dimensiones y no a un acontecimiento histórico-social, como es una guerra perdida. Así como nadie busca a los responsables de un terremoto, sino que todos se compadecen mutuamente por lo ocurrido, en un primer momento el pueblo alemán se sintió, no el responsable, sino la gran víctima de lo ocurrido.

De la noche a la mañana un pueblo fanatizado que en palabras y obras no había ocultado su entusiasmo por el nacionalsocialismo, se convence de que nada habría tenido que ver con el régimen fenecido, fruto de un monstruo. La Alemania de la posguerra convierte a Hitler en un loco o demonio, el único culpable de tanta destrucción, como si también se tratase de una catástrofe natural que hubiera caído sobre los alemanes. En los dos primeros decenios, más que los responsables, se consideraron las mayores víctimas del nazismo. Todos los informes de los ocupantes atestiguan una misma extrañeza al comprobar que nadie había tenido nada que ver con el régimen caído. Daba la impresión de que Hitler hubiera gobernado, si no con la oposición, al menos con la pasividad de todo un pueblo.

Sobrevivir se convirtió en la única tarea, con la ventaja añadida de que no dejaba respiro para poder echar una mirada atrás y preguntarse por la responsabilidad que a cada cual incumbía. En la rápida reconstrucción del país, el llamado "milagro alemán", a nadie preguntaron por su pasado político ¡Ay del que se atreviera a señalar con el dedo a maestros, profesores de secundaria y de universidad, empresarios, jueces y un largo etcétera! Los vencedores, después de una desnazificación bastante superficial, emplearon a los que necesitaban, sin hacer demasiadas averiguaciones sobre el comportamiento anterior. Los entusiastas de la vieja Alemania se prestaron a servir con la misma lealtad a los nuevos regímenes establecidos.

A mitad de los sesenta, la generación nacida después de la guerra rechaza la hipocresía de los padres que han evitado encararse con el nazismo, a la vez que desenmascara a la potencia que los ha protegido, y ahora en nombre de la libertad y la democracia atacan a un pueblo indefenso que lucha por su independencia (Vietnam) o protegen a un dictador como el sha de Persia. La ruptura con los padres y con sus protectores lleva a una primera indagación sobre el pasado nazi que permite plantear por vez primera el tema tan peliagudo de las causas del nazismo. Para domeñar el pasado la cuestión clave es identificar a las fuerzas sociales que lo llevaron al poder. La respuesta del movimiento estudiantil es bien conocida: ante el avance del movimiento obrero, el fascismo es la forma que adopta un capitalismo a la defensiva. Por fin se ha encontrado al verdadero responsable del nazismo, el capitalismo. Superar el fascismo significa, por tanto, superar el capitalismo.

En base a esta misma argumentación, la Alemania Oriental, que había suprimido el capitalismo, se consideraba a sí misma el baluarte seguro del antifascismo, mientras que la Alemania Occidental, al estar en manos del"capitalismo monopolista", continuaría siendo fascista. La paradoja que tenía que digerir el movimiento estudiantil anticapitalista era que con la dictadura del partido único, la Alemania que se enorgullecía de su antifascismo mostraba muchos puntos de contacto con el fascismo. Contradicción que aún quedaba más patente al apelar la revolución juvenil a la violencia -callar en las clases a los profesores que se opusieran, quemar periódicos que mienten sistemáticamente-, lo que llevó al líder teórico de la izquierda intelectual, Jürgen Habermas, a condenar los métodos de estos jóvenes revolucionarios que recordaban a los del fascismo.

Después de haberse disuelto en mil pequeñas sectas para al final descarriar en la violencia terrorista, el movimiento estudiantil engendra un nueva generación, la de los nietos, que se caracterizó por un conservadurismo que supuso un mayor distanciamiento del pasado nazi, lo que facilitó un tratamiento más objetivo. Se va abriendo paso una nueva interpretación del fin de la guerra, ¿catástrofe?, ¿hundimiento? o más bien ¿liberación? En la República Democrática Alemana se celebraba el 8 de mayo como el día de la liberación del fascismo; en la República Federal, esta fecha pasaba inadvertida con un silencio embarazoso. Hoy en toda Alemania se celebra el día de la liberación. Es tal vez el único símbolo proviniente del Este que se ha aceptado. Los alemanes reconocen hoy que han sido liberados del fascismo por los Aliados, a la vez que asumen la responsabilidad por lo ocurrido.

En una Alemania libre y unificada que ha recuperado la soberanía tenía que surgir una nueva reflexión sobre el pasado nazi. Pero, cuanto más pretende hacerse cargo de la historia, más difícil es mantener los tabúes del pasado. En una Alemania controlada por las Cuatro Potencias no se podía recordar las injusticias sufridas: la destrucción de Dresde, las violaciones masivas de los rusos al tomar Berlín, y sobre la expulsión de varios millones de alemanes de los territorios que se anexionaron a Polonia y Rusia. La "limpieza étnica" que aplicaron serbios y croatas en la guerra civil de Yugoslavia la practicaron con éxito los Aliados en los territorios arrancados a Alemania, de modo que no cabe que vuelva a plantearse en el futuro, máxime cuando la unificación de Alemania se hizo garantizando a Polonia y demás países las fronteras establecidas después de la II Guerra Mundial. Es una solución que a la larga refuerza el proceso de integración de Europa.

Aunque hoy es doctrina oficial que sólo la Alemania de Hitler es la única responsable de que estallara la II Guerra Mundial y los alemanes los únicos responsables de que Hitler llegara al poder, no me cabe la menor duda de que con el proceso de integración europea y con una perspectiva histórica que supere las visiones parciales de los Estados nacionales quedará patente la corresponsabilidad que en el ascenso del nazismo tuvieron los vencedores de la I Guerra Mundial con el tratado impuesto de Versalles, así como se reconocerá que la causa inmediata de que el Reino Unido y Francia declarasen la guerra a Alemania tras la invasión de Polonia fue el pacto Ribbentrop-Mólotov entre la Rusia soviética y la Alemania nazi, por el que, además de que se comprometían a no atacarse, Rusia se quedaba con los Estados bálticos y Alemania con Polonia. No se olvide que en el verano de 1939, desde la perspectiva de que el enfrentamiento de Alemania con la Rusia Soviética era irremediable, Gran Bretaña estaba negociando con Hitler un tratado de mutua ayuda.

La segunda interpretación pregunta hasta qué punto un pasado que incluye el asesinato de millones de personas en los campos de exterminio constituye un crimen sin precedentes ni posibles imitadores en el futuro, algo tan singular que habría que calificar de insuperable. Alemania arrastrará para siempre la responsabilidad histórica de los crímenes cometidos. La construcción en el centro de Berlín de un monumento a las víctimas del Holocausto quiere dejar memoria material sempiterna de esta responsabilidad asumida.

Justamente, la excepcionalidad absoluta del Holocausto desencadena en los años ochenta la llamada "polémica de los historiadores" (Historiker-Streit). Ernest Nolte es, sin duda, el historiador que mejor ha criticado esta tesis. El declarar el pasado insuperable, es decir, el fijarlo de una manera definitiva, supone eliminar la complejidad que tiene todo pasado y congelarlo ya definitivamente en un negro-blanco que rechaza todos los grises. Nolte se pregunta si "¿acaso el Archipiélago Gulag no fue anterior a Auschwitz? ¿No fueron los 'asesinatos de clase' de los bolcheviques el antecedente lógico y fáctico de los 'asesinatos racistas' de los nazis?". No cabe retomar la "polémica de los historiadores" en toda su amplitud, pero me parece que según pase el tiempo se irá abriendo paso un análisis del Tercer Reich que empiece por dar cuenta de la adhesión que contó, no sólo entre el pueblo alemán, sino entre muchos europeos. En 1945 tenía yo 9 años, y recuerdo la admiración que algunos de mis tíos, no mi padre, que era aliadófilo, sentían por Hitler y los alemanes. Después he sabido que algunas de las personas que en mi juventud fueron mis tutores intelectuales, en aquellos años eran germanófilos fervientes.

Dar cuenta de aquella admiración extrema por el régimen nazi no es una cuestión que concierna únicamente a los alemanes, sino a los europeos en su conjunto. Nos acercaremos a una objetivización del pasado cuando deje de ser una cuestión exclusivamente alemana y la planteemos como una europea. El antisemitismo, el racismo y el fascismo son productos de nuestra común cultura cristiana y civilización científico-técnica, fenómenos europeos ambos que es preciso estudiar en este contexto, y en ningún caso una particularidad específica de Alemania. Alemania sola nunca podrá superar el pasado, porque hacerlo es una tarea de todos los europeos, cuando empecemos a asumir nuestras responsabilidades, sin descargar todas sobre los alemanes.

Ignacio Sotelo es catedrático excedente de Sociología.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_