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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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No hay democracia efectiva sin democracia económica

El matrimonio entre democracia y capitalismo, que ha durado con tensiones, se está diluyendo: hay que reformar su relación

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Dí­az, con los secretarios generales de CC OO, Unai Sordo y de UGT, Pepe Álvarez, en Madrid
La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Dí­az, con los secretarios generales de CC OO, Unai Sordo y de UGT, Pepe Álvarez, en Madrid, este 11 de abril.Pablo Monge
Joaquín Estefanía

El mal funcionamiento de los partidos políticos, los populismos, la corrupción o crisis económicas mayores como la Gran Recesión no son las causas de la democracia herida, sino sus consecuencias. El origen principal de sus dificultades es que las democracias todavía se desarrollan en el interior de los Estados-nación mientras que el capitalismo es global. La política (la democracia) ha de ampliarse del mismo modo que la economía (el capitalismo) en una especie de “democracia expansiva”.

Ello explica por qué el matrimonio entre democracia y capitalismo que ha durado con tensiones se está diluyendo y hay que reformar su relación. La política democrática es nacional mientras que la economía de mercado es global. Deben encontrar un nuevo equilibrio si no quieren devenir en “opuestos complementarios”. Esta es la tesis central que desarrolla Nicolás Sartorius en su último libro, La democracia expansiva (Anagrama, 2024), que se une, con personalidad propia, a los estudios que prestan atención a la cuestión de la democracia con connotaciones de emergencia por su incompatibilidad estructural con el capitalismo.

La economía, la tecnología y la comunicación se han “escapado” de la política, esto es, de la democracia. Esta se ha “jibarizado” mientras el capitalismo se expande por el universo con escasas resistencias. El espacio público vaciado por la despolitización es ocupado por la lógica económica hasta hacer inimaginable un orden diferente del que existe. Sartorius coincide así con el profesor italiano Fabio Ciaramelli, quien cree que haber “dejado suelto” al capital ha derrocado la política democrática de la gestión de las crisis económicas, lo que da lugar a momentos crecientes de ingobernabilidad: no hay ninguna intervención o iniciativa política que sea capaz de gobernar los mercados. Por tanto, es preciso limitarse a tratar de predecir los movimientos y domesticar las consecuencias. La desafección y falta de motivación por los asuntos públicos es tal que el estrechamiento de los espacios de la democracia se percibe cada vez menos como una pérdida por la gran mayoría ciudadana: en ausencia de vías de salida colectivas, concebidas como ilusorias y poco prácticas, se imponen las estrategias de adaptación en las que se mezclan la impotencia y el oportunismo, el fatalismo y la aquiescencia al statu quo (La democracia en bancarrota, editorial Trotta).

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Por su propia evolución ideológica, uno de los aspectos más significativos del libro de Sartorius es sus referencias a la democracia económica y al papel en ella de agentes como los sindicatos, aquejados también de una falta de internacionalización. No hay democracia sin democracia económica. Es urgente tratar la cuestión del poder dentro de las empresas, pues existe una carencia general de democracia en el seno de las compañías: en ellas rige el poder absoluto de la propiedad. En general, los trabajadores y empleados no participan en la toma de acuerdos. En el mejor de los casos se les reconoce el derecho a la información.

Conecta así con una parte de la Constitución apenas desarrollada (artículo 129.2: los poderes públicos “establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción”) y con la iniciativa de la vicepresidenta de Gobierno Yolanda Díaz, cuando lleva a las comisiones del Congreso de los Diputados una iniciativa para que los sindicatos tengan representación en los consejos de administración de las empresas, una forma de cogestión que se ha expandido sobre todo en Alemania y en algunos de los países nórdicos. Coincide aquí con los principios de la Internacional Socialista, presidida en estos momentos por Pedro Sánchez, que en su declaración inicial partía de la idea de extender la democracia política a la esfera económica como la base necesaria para asegurar la participación activa de todos los ciudadanos en un proyecto de sociedad, y la convicción de que “el control social de la economía solo se puede alcanzar mediante una amplia gama de instrumentos económicos”.

Estos son los límites del reformismo.

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