Johan Norberg: “Hace años me decían que estaba en la derecha loca y ahora que soy un capitalista ‘woke”
El historiador sueco, defensor del liberalismo clásico, sostiene que para cierta derecha defender hoy lo que sostenían Thatcher y Reagan es ser un “marxista cultural”
Johan Norberg (Estocolmo, 50 años) es, ante todo, un optimista con argumentos. Defensor acérrimo del liberalismo clásico y de la globalización, historiador y anarquista en su juventud, sigue en cierto modo la estela del psicólogo Steven Pinker en el argumento base de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Para Norberg la búsqueda del beneficio, que para muchos es lo que mueve el sistema, es algo “vulgar”. A él le interesa algo más “bonito”: la creación de un mundo mejor.
Profesor del Centro Europeo de Política Económica Internacional (Bruselas) y del Instituto Cato (Washington DC), en su último libro, de título deliberadamente provocador —El manifiesto capitalista (Deusto, 2023)—, busca “distraer al lector de la guerra cultural y devolverlo a las cuestiones decisivas para nuestro futuro”. Norberg atiende antes de dar una conferencia en la Fundación Rafael del Pino. Engominado y con un inglés impecable, se muestra afable.
Pregunta. La justicia social, dice, necesita más capitalismo, no menos.
Respuesta. Los científicos políticos llevan años ocupados en las penurias de la humanidad: la mortalidad infantil, la malnutrición crónica… Y resulta que tenemos la solución: el capitalismo. En las últimas décadas hemos reducido la pobreza, la mortalidad y el hambre más que en cualquier otro momento de la historia. Ha ocurrido en los lugares donde hay más libertad económica.
P. Hay mucho trabajo académico, de pensadores muy relevantes, defendiendo lo contrario: impuestos más altos y un mayor papel de los Estados en la economía.
R. En general, mi respuesta es que no podemos generar riqueza a través de los impuestos. Solo a través de la generación de riqueza podemos asumir los servicios sociales que necesitamos. A la larga, el crecimiento es casi todo: Suecia es uno de los países más ricos del mundo, pero si su crecimiento económico hubiese sido un punto porcentual menos desde la industrialización, ahora seríamos como Albania. Es absurdo que el crecimiento y la innovación no ocupen más espacio en nuestras consideraciones.
P. La política industrial también ha ganado mucha tracción.
R. Sí, y es una pena. Ninguna de las cosas que más apreciamos, de la bicicleta a las vacunas, viene de un solo genio o de un comité político. El progreso procede de un largo proceso de experimentación en el que están involucradas miles de personas. No desde alguien en la cima o con una mayoría política que diga: “Necesitamos innovar aquí”.
P. “Necesitamos mercados libres para acabar con la pobreza y el hambre”, escribe. Se ha mejorado, pero el hambre sigue ahí.
R. No creo que nunca terminemos de solucionar estos problemas. Pero en los países que han dado libertad económica y comercial de manera sostenida, la pobreza extrema ha caído hasta casi erradicarla.
P. ¿Ha vencido el proteccionismo en la batalla dialéctica?
R. Muchos gobiernos defienden que repatriemos todo lo posible. Pero es una lectura errónea, terrible, de las últimas crisis. ¿Qué nos salvó de la pandemia? Los negocios con cadenas de suministro complejas: pudieron improvisar y encontrar nuevos proveedores. Lo contrario erosiona la productividad y no nos hace estar más seguros.
P. ¿En qué momento China, y no Estados Unidos, se convirtió en la gran defensora de los mercados globales?
R. Fue curioso cuando Xi Jinping se presentó en Davos como defensor de la globalización y del libre comercio, algo absurdo. China controla y utiliza el libre comercio como arma. Eso habla mal de los políticos occidentales: han gestionado tan deficientemente el debate de la globalización, que China puede defender eso.
P. Vuelvo a citarle: “La nueva generación de políticos conservadores suena muy similar a la izquierda de Attac en 2001″.
R. Hace tiempo me decían que era de ultraderecha, y ahora, desde la derecha, me dicen que soy un capitalista woke. Pero yo no he cambiado: son ellos quienes lo han hecho. Hace 20 años preocupaba que la economía fuese un juego de suma cero donde unos ganan y otros pierden. Ha quedado claro, en cambio, que los países pobres que se han integrado en el mercado global, como Bangladesh, la India o China, han reducido su pobreza más rápido que el resto en la historia de la humanidad. Ahora ocurre lo contrario: muchos creen que si ellos están prosperando quizá se deba a que nosotros estemos perdiendo, y que son ellos quienes nos explotan. Esto ha proporcionado un argumento a la derecha populista y nacionalista: cree que deberíamos cerrar nuestra frontera y abandonar el comercio para defendernos.
“Cada vez más innovación, cultura y bienes y servicios viene del que considerábamos el mundo pobre”
P. ¿Por qué sigue teniendo tanto arraigo esa idea del juego de suma cero?
R. Forma parte de la naturaleza humana; el crecimiento económico y tecnológico es algo nuevo; data de la revolución industrial, hace solo 150 años. Deberíamos estar agradecidos por haber pasado de un 80% a un 8% de pobreza extrema. Pero nuestros instintos vienen de los miles de años previos, cuando vivíamos en un mundo brutal en el que si alguien era más rico era porque te lo había robado a ti. Siempre tendremos esa sospecha de otros a los que les va mejor: los vecinos, los extranjeros, las grandes empresas… Es una tentación peligrosa.
P. Donald Trump llama globalista “a quien no le importa mucho” su propio país.
R. Trump es un indicador de algo que está muy extendido: la protección de los negocios frente a la competencia, una idea hoy muy de derechas. Es fatal. Es justo al revés: un globalista es alguien a quien le importa tanto su país que quiere que lo enriquezcan otros también. Que haya acceso a más cerebros, talento e innovación de otros lugares. Si te encierras en tus fronteras, no vas a sobrevivir a la competencia de un mundo abierto.
P. ¿Ha sido esa la mayor mutación ideológica en décadas?
R. Ha sido un cambio radical: si hoy repites lo que decían [Margaret] Thatcher o [Ronald] Reagan sobre el mundo, el comercio e incluso la UE, mucha gente de derechas te llamaría marxista cultural. Es un cambio increíble, para el que no estaba preparado.
P. ¿Qué le diría a quien cree que la globalización ha fracasado?
R. La globalización abarca los últimos 30 años, hemos visto la caída de la pobreza más rápida de la historia y se ha creado más de la tercera parte de la riqueza. Es impresionante: creo que, a la larga, lo veremos como un punto de inflexión: pasamos de hablar de grandes hambrunas y de pobreza mundial a que cada vez más innovación, cultura y bienes y servicios procedan del que considerábamos el mundo pobre. Ha sido un éxito sin precedentes en bienestar humano, no un fracaso.
P. ¿Y a quien le tacha de optimista?
R. Mi defensa de la globalización se basa en indicadores objetivos de calidad de vida. No son milagros. En Suecia, en el Reino Unido o en España ha pasado lo mismo: en cuanto hemos abierto los mercados y hemos desarrollado empresas más competitivas, la pobreza extrema ha quedado atrás. Y hoy vemos lo contrario: un retroceso en la globalización y en el comercio, y un autoritarismo que vuelve. Me preocupa.
P. “Somos adictos a las malas noticias”, decía en 2018.
R. Hoy lo somos aún más. En cuanto tu teléfono se ilumina, tienes la sensación de que todo está en llamas. Hace poco las notificaciones dejaron de funcionar y, en tres días, estaba más relajado y feliz. La ansiedad nos lleva a buscar una solución: queremos que alguien nos proteja. De ahí la búsqueda de hombres-líderes fuertes. Es muy peligroso.
P. ¿Qué podemos hacer?
R. Los medios deben poner las cosas en contexto y dejar de buscar el siguiente drama. E individualmente, no tenemos que abrir nuestras bocas a todas las mangueras incesantes de información que nos rodean.
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