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La punta de la lengua
Columna
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Los “pósit” se inventaron por casualidad. Su nombre me recuerda algo

El científico Spencer Silver buscaba un pegamento muy fuerte y halló uno muy débil

Post It
Art Fry, el inventor de los Post-It, sujetando dos notas en enero de 1989.RITA REED (Star Tribune/Getty Images)
Álex Grijelmo

El principio científico que permite pegar y despegar un papel cientos de veces, mediante una película adhesiva fijada a su banda superior, se descubrió en 1970, fruto de la casualidad. Ocurrió en un laboratorio de la empresa 3M, multinacional norteamericana de equipamiento industrial, donde el químico Spencer Silver buscaba un pegamento muy fuerte y logró uno muy débil; tan débil, que permitía despegar lo pegado con la acción de un simple dedo. ¿A quién le iba a interesar eso?, se preguntó. Y guardó el hallazgo en un cajón.

Un día de 1980, Art Fry, compañero de Silver en el laboratorio de Minnesota y que cantaba en un coro de iglesia, empezó a hartarse de que se le cayeran los papelitos que insertaba en su cuaderno de partituras a modo de marcapáginas. Y recordó el invento que le había oído explicar a su colega.

Días después, ambos científicos comenzaron a desarrollar esos papeles amarillos impregnados parcialmente de pegamento, que al desadherirse de una hoja no dejaban rastro ni daño, y los usaron entre sí para dejarse notas. ¿Por qué en amarillo? Porque les sobraba ese tipo de papel en la oficina. Después los distribuyeron por la propia empresa, con gran alborozo de los empleados, y ahí empezó todo.

El producto se denominó Post-it. Esta palabra se desgaja, obviamente, en post (“correo”, pero también “enviar por correo”, “anunciar” o “difundir”) y el pronombre neutro it (“ello”, “lo”, “esto”...). Por tanto, podríamos traducir la marca como “Publícalo”, “Difúndelo”. Habría encajado mejor, visto a toro pasado, llamarlos Remember-it (recuérdalo). Nosotros lo habríamos traducido como “recordatorios”, pero a ellos les habría parecido muy largo.

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Millones de personas usan ahora esos papelitos; en el trabajo, en el hogar, en las partituras del coro… Quizás también por mero postureo: una mesa repleta de papeles amarillos da idea de hiperactividad.

Y por ese camino, de chiripa en chiripa, hemos llegado a ver por todas partes los llamados post-its, de difícil pronunciación para castellanohablantes, sobre todo en el plural.

Cuando un anglicismo deja de asociarse a algo prestigioso, elitista, cuando ya se halla al alcance de todo el mundo, se suele adaptar al castellano y a su escritura (pasó con “fútbol”, por ejemplo). Los usuarios empezaron a decir “pósit”, y así los pedían en las papelerías, donde los entregaban sin problema pese a que en el papel que los envuelve se leyese “Post-it”.

En 2014 (34 años después de la comercialización), las academias llevaron al Diccionario la entrada “pósit”, con preferencia frente a post-it (en cursiva), vocablo también incorporado como nombre común.

Este paso de una pronunciación a otra se denomina “síncopa”: la supresión de algún sonido dentro de una palabra. Un proceso que ha alterado muchos términos en su tránsito desde el latín (por ejemplo, de regula y de tabula, ambas con acentuación esdrújula, salen “regla” y “tabla”); y que, como vemos, continúa activo. Así también, desde WhatsApp se han construido “wasap” y “guasap”, en este caso tal vez sin fijación suficiente aún, ni entrada en el Diccionario.

El genio del idioma sigue aplicando sus reglas evolutivas, tantos siglos después, pero lo hace cuando las palabras se extienden finalmente y forman parte de un vocabulario general, cuando por ser de todos no las reclama nadie para sí. Y no de la noche a la mañana ni a voluntad de unos pocos.

Coloqué un pósit en la nevera para recordar que debía explicar todo esto.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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