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Trabajar cansa
Columna
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Cierra la librería Lagun (y Amazon nunca habría estado ahí)

No tendría que cerrar nunca, como un monumento, tendría que ser un ritual donostiarra, de todos nosotros, pasar por allí de vez en cuando a comprar un libro, por saldar una deuda impagable

Miembros de la Ertzaintza patrullan ante la librería Lagun de San Sebastián, atacada varias veces por grupos violentos de jóvenes radicales que apoyan a ETA. Uno de los ataques sucedió en la Nochebuena de 1996.
Miembros de la Ertzaintza patrullan ante la librería Lagun de San Sebastián, atacada varias veces por grupos violentos de jóvenes radicales que apoyan a ETA. Uno de los ataques sucedió en la Nochebuena de 1996.Jesus Uriarte
Íñigo Domínguez

En el bar Boadas de Barcelona hay una viñeta de El Perich que dice: “Eres un bar pequeño, incómodo y sentimental. Es decir, un bar humano”. En agosto cumplirá 90 años. Aún resiste en la marabunta turística de la Rambla. En cambio, cierra la librería Lagun de San Sebastián. No pudo con ella el fascismo franquista (pese a los ataques de ultras), ni el fascismo de ETA (la asaltaron incontables veces), pero lo ha logrado Amazon, que viene a ser el totalitarismo del consumo: borra de la ecuación a los seres humanos.

Sin embargo, esas personas que están tras un mostrador son más importantes de lo que parece. Imaginemos que Amazon se hubiera inventado en 1968, cuando se abrió la librería, y Lagun no hubiera existido. ¿Quién habría hecho lo que hicieron ellos? Pues nadie. Amazon no existe físicamente y es un requisito importante para estar en un sitio, y quedarse y no irse, y que la gente encuentre refugio en medio del horror. De hecho, que Lagun siguiera ahí era lo que les fastidiaba a los matones. Fuera dictadura o democracia, o si asesinaban a quien compra libros, Amazon no tendría opinión al respecto. Solo es un negocio. Una librería, esa librería, es más que un negocio, que no es nada personal. Esto sí es algo personal.

El pasado que se borra, como el factor humano, también cierra librerías. En Lagun ya lo vieron cuando los jóvenes aprendices de terroristas ya no sabían que ellos se habían enfrentado a la dictadura y que la dueña, María Teresa Castells, fue a la cárcel por protestar por la ejecución de dos etarras en 1975. Inciso: en ese Gobierno franquista que emitía condenas de muerte había seis ministros que luego ingresaron en Alianza Popular, y fueron aceptados sin más en el juego democrático. Volviendo a los otros fachas, Castells contaba que la primera vez que los etarras fueron a amenazarles, en 1983, el jefe del grupito era un cura. Por esa vez no pasó nada, él recordaba quiénes eran. Pero luego ya nadie lo hizo, y empezaron a atacarles, por no plegarse a las órdenes mafiosas. Que ahora la gente haya dejado de ir a Lagun también es consecuencia de ese olvido, de olvidar que, por su resistencia, por haberse mantenido en pie, salvó el honor de la ciudad, de todos los vascos, de todas las librerías. Y no tendría que cerrar nunca, como un monumento, tendría que ser un ritual donostiarra, de todos nosotros, pasar por allí de vez en cuando a comprar un libro, por saldar una deuda impagable.

Lagun aguantó años terribles. En la Nochebuena de 1996 una turba rompió los cristales e hizo una hoguera con libros en la plaza, todo muy nazi. En 2000, le pegaron un tiro al marido de Castells, José Ramón Recalde, exdirigente socialista, y sobrevivió de milagro. Por cierto, fue por órdenes de Txapote, por si una presidenta de una comunidad autónoma o algún otro ignorante aún considera que se pueden hacer con ello rimas graciosas dirigidas al PSOE. Ahora vivimos en paz, pero nos pesa el culo para ir a una librería, o hacernos un huevo frito, que te lo haces llevar a casa, y prefieres no cruzar palabra con nadie, ni te importa quién te lo trae, eres solo un cliente, la cosa más triste del mundo. Aún no hay fecha de cierre para Lagun, dependerá de cómo responde la gente. Sería bonito ver famosos yendo por allí y colgándolo en Instagram, ver dirigentes de Bildu renegar en público de las hogueras de libros y pasar a decir que fueron unos cafres y llevarse algo que les recomienden. Y del libro no sería de lo que más aprenderían, sino de los libreros.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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