_
_
_
_
Trabajar cansa
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un gran naufragio no puede competir con un minisubmarino

Es muy significativo dónde está la atención, cómo la realidad nos interesa en función de sus cualidades dramáticas, entendidas en términos de entretenimiento o ficción

Submarino sumergible
Unos salvavidas lanzados en protesta al Mediterráneo por miembros del Partido Comunista de Grecia flotan en el agua, en Pireo, el pasado 20 de junio. Kostis Ntantamis (Anadolu Agency / Getty Images)
Íñigo Domínguez

Me ha salido un artículo bastante demagógico, se lo advierto. Diré rápido la esencia de la cuestión. Tenemos por un lado cinco millonarios en un minisubmarino, a 250.000 dólares el billete (no haré símiles de precios de pisos y cosas tan fuera de lugar), para ver un buque famoso hundido hace un siglo, pero algo va mal y desaparecen, tras días de intensa búsqueda y expectación mundial en los informativos. Por otro lado, un barco con 700 personas se hunde en el Mediterráneo sin que nadie haga nada, aunque las autoridades griegas sabían dónde estaba, tienen fotos suyas desde helicópteros, y se veía que aquello iba a acabar mal. Luego, a los que sobreviven, los encierran en una especie de campo de concentración. Bien, nadie discute la pena y la piedad que despiertan en todos estos pobres seres humanos, los del submarino y los del barco. La cuestión es por qué los del barco nos importan un pimiento.

Si nos ponemos a competir en drama, los detalles del naufragio en el Mediterráneo son mucho más desoladores. Sin hablar de las mujeres y niños hacinados en la bodega, una muerte segura, con la vida de cada uno de ellos se podría hacer una serie de varias temporadas. Pero es como si nuestra atención y nuestras prioridades se hubieran vuelto locas en los últimos años. Lo del submarino a mí me ha interesado relativamente, debo decir, y no se interprete que no estaba preocupado por su suerte, como todo el mundo. Pero me ha sorprendido, o quizá ni pizca, el despliegue informativo, los minutos interminables en el telediario con holografías y conexiones en directo.

Es muy significativo dónde está la atención, cómo la realidad nos interesa en función de sus cualidades dramáticas, entendidas en términos de entretenimiento o ficción, incluso género (cinematográfico, quiero decir). Hay un género terrible y consolidado de películas de submarinos, de máxima tensión, se les acaba el aire, quieres saber si se salvan o no. Además, aquí eran ricos y cada vez nos fascinan más, hasta se presentan a las elecciones y las ganan. En cambio, la otra historia ya nos la sabemos, no hay suspense: son pobres y palman como ratas todos los días. No se adscribe a ningún género, más que al de la vida misma. Sería cine más de autor o europeo, frente al americano, más comercial. De hecho, lo del submarino ha funcionado (se dice así) muchísimo mejor.

Notarán que he evitado términos tan de moda como el relato o la narrativa. Ya les tengo manía. No todo tiene que ser traducible a meme o videojuego, o tener un formato escénico. Los periodistas lo hacemos y lo sufrimos, claro está, buscando que nos lean (a veces lo haremos mal, pero también creo que la gente cada vez es más bruta), y miren la campaña electoral: el portavoz del PP con vaqueros arremangados en una playa de mentira con el lema Verano azul, y el presidente del Gobierno entrevistando a sus ministros en un plató. Los temas que dominan el debate se reducen a uno o dos, y no necesariamente los más importantes, o debería decir “y necesariamente los menos importantes”, porque parece el objetivo. Ya que hablamos de inmigración: nos harán falta 10 millones de inmigrantes de aquí a 2050, en un escenario de pleno empleo, o nadie pagará nuestras pensiones. Tenemos que decidir cómo lo hacemos. Pero de inmigración solo habla la ultraderecha, domina el puñetero relato con una película de terror y con sus trolas. Y es una baza segura, cada vez mejor, de aquí a 2050. ¿A algún cerebro de la izquierda se le ocurre una buena contraprogramación con mucha épica o nos tenemos que tragar lo que echen?

Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_