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Trabajar cansa
Columna
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Berlusconi y el fracaso de los anticuerpos

Montanelli creía que a Italia le convenía que el magnate ganara las elecciones, pues así vería quién era y quedaría vacunada. Se equivocó. Vio quién era y le dio igual.

Indro Montanelli y Silvio Berlusconi
Indro Montanelli y Silvio Berlusconi en Piazza del Campidoglio, Roma, en 1977.Umberto Cicconi GETTY IMAGES)
Íñigo Domínguez

Indro Montanelli, uno de los grandes periodistas italianos, tenía muy calado a Berlusconi, entre otras cosas porque fue su jefe, como editor de Il Giornale. Suyas son algunas de las frases más lúcidas sobre él. Una: “Berlusconi no tiene ideas, solo tiene intereses”. Dos: “Berlusconi es el mentiroso más sincero que existe, es el primero en creer en sus propias mentiras, y es esto lo que lo hace peligroso. Tiene alergia a la verdad, una voluptuosa propensión a las mentiras”. Es fascinante cómo dos rasgos personales acabaron inoculados y normalizados en la política, hasta hoy. Todo lo que diré les resultará familiar.

Hay una tercera frase de Montanelli que lamento mucho que no fuera acertada, y es la más interesante. Él era un señor serio de derechas y detestaba a Berlusconi, pero en las elecciones de 2001 dijo que a Italia le convenía que ganara, porque así vería quién era y quedaría vacunada. Se equivocó. Vio quién era y le dio igual. Se impuso el virus, no los anticuerpos. Esta lección resume todo, hasta hoy: cuando se pasan límites no se sabe lo que viene después, cosas impensables ya se han hecho, no pasa nada, y se puede ir más allá.

Berlusconi era el sueño de cualquier corresponsal. Tiene historias tan inverosímiles, tan desvergonzadas, tan ilegales, que tenías que repetirlas a tu jefe para que las creyera. Sigue siendo asombroso al volverlo a decir: era un primer ministro dueño de las tres principales cadenas privadas, además de controlar las públicas. Por la tele no te enterabas de nada. Fue la primera vez, y aún no había redes sociales, en que vi la impotencia de que datos objetivos que habrían acabado con cualquiera no tuvieran efecto. Su respuesta era el victimismo, le perseguían, le envidiaban. Y en cambio sus trolas circulaban alegremente. Todo acababa en chiste. Pintaba a sus adversarios como tristes, aburridos, perdedores que no sabían divertirse. Sobre una izquierda desquiciada habría mucho que decir, también muy pedagógico, su incapacidad de dar con ideas potentes de idéntico magnetismo. Pero era toda la época la que estaba a su favor, impuso una derecha sin valores, salvo hacer lo que te dé la gana, porque las leyes y los impuestos son un engorro, y no hay crisis porque los restaurantes están llenos y el que no trabaja es porque no quiere. Y ni siquiera había entonces guerras culturales. Llamó a su coalición la Casa de la Libertad, no sé si les suena. Su proyecto político fue un éxito, pues consiguió su principal objetivo: no ir a la cárcel. Cuesta recordar una sola cosa que haya hecho, y sí todo el tiempo perdido para Italia en 30 años. Aunque estuvo bien empleado para sus socios fascistoides y racistas, que entonces eran otra cosa exótica más que había que tragar y ahora están en el poder.

Raramente alguien decía que le votaba, era indefendible, y esto ha cambiado, ahora se presume de votar a energúmenos. Entonces el pretexto era el hartazgo, porque Berlusconi surgió de un sistema podrido, sin credibilidad, de un empacho ideológico, de partidos que no cambiaban nada ni arreglaban la vida de las personas. Si se va erosionando el sistema, y esto es responsabilidad de la clase política, son aceptados los más impresentables, basta que parezcan distintos, algo que no se ha probado. Sí, quizá eso fue lo peor, el error de diagnóstico de Montanelli: Berlusconi acabó con la posibilidad de una derecha seria, honesta y civilizada, que no relativice nada. Todos lo estamos padeciendo.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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