Andrea Riccardi, el historiador que vislumbra el fin del cristianismo
El cooperante italiano, estudioso del cristianismo, fue propuesto en enero para presidente de la República. Ahora publica ‘La Iglesia arde’
Sobre la metáfora del incendio de la catedral de Notre Dame de París, la noche del 15 de abril de 2019, construye Andrea Riccardi (Roma, 72 años), fundador de la Comunidad de cristianos de Sant’Egidio, un análisis descarnado sobre la crisis del catolicismo romano. “Notre Dame arde y el cristianismo se apaga”, afirma. Hace un par de semanas llenaba su agenda con incontables eventos para explicar con argumentos de gran historiador —es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Roma III— el porqué de la crisis, pero la guerra en Ucrania le trae de acá para allá, sin tiempo para hablar de su último libro, La Iglesia arde, editado en España por Arpa.
Riccardi tenía 18 años cuando fundó en el Trastévere romano la Comunidad de Sant’Egidio. Era agosto de 1968 y le había conmovido la invasión de Checoslovaquia por la URSS. “Fue la revelación de la brutalidad de los regímenes comunistas, pero tampoco nos reconocíamos en la brutalidad de los Estados Unidos en Vietnam”. Algo iba mal, empezando por el hombre. Había que cambiar. “No fuimos los únicos en tener esa reacción. Hubo un movimiento que trajo consigo, quizás de manera imprecisa, la necesidad de una Iglesia diferente, presente entre los pobres, una Iglesia de los pobres”. Hoy, su fundación tiene 50.000 miembros y está presente en 70 países.
En un tiempo en el que el Vaticano tiene sometidos a investigación a varios fundadores y fundadoras de congregaciones e instituciones por prácticas dudosas, la organización de Riccardi goza de un prestigio irreprochable. El arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, es uno de sus admiradores. “Conozco la Comunidad de Sant’Egidio desde hace años. Nos recuerda la necesidad de una Iglesia centrada en el Evangelio y próxima a los pobres. Me hizo ilusión que, al ser creado cardenal, me dieran el título de Santa María en Trastévere, la iglesia donde ellos están radicados. En este libro, estupendo, nos recuerda cuán necesaria es la revolución que propone Francisco en la encíclica Evangelii gaudium, y también las resistencias a las que se enfrenta”.
Varios grupos parlamentarios italianos, progresistas según propia denominación, pensaron en Andrea Riccardi, a finales de enero, como presidente de la República de Italia. El perfil biográfico que enarbolaron en favor de este respetado académico de 72 años era, además de la Comunidad de Sant’Egidio como emblema de integración y acogida a refugiados y transterrados, su gestión como ministro de Cooperación Internacional en el Gobierno de Mario Monti (2011-2013) y la presidencia de la Sociedad Dante Alighieri, que lleva al mundo la cultura italiana.
Sostiene Riccardi que el cristianismo está enfermo de la enfermedad de Europa. Europa no es lo que era, es la periferia del mundo, y con su caída, cae el cristianismo. El símbolo es hoy Ucrania. En 2016 se reunieron en Cuba el patriarca de los cristianos ortodoxos rusos, Cirilo I, y el pontífice romano, Francisco. Se abrazaron en un gesto de ecumenismo. Esta semana ha vuelto a levantarse un telón de acero entre estas iglesias cristianas. Francisco condena la invasión de Ucrania; Cirilo I la respalda, enfadado con los ortodoxos ucranios, separados con estrépito del patriarcado de Moscú en 2019. De hecho, Cirilo I considera la presidencia de Putin “un milagro de Dios”. Es la religión por el poder. Pío XI también piropeó a Mussolini como “el hombre de la providencia” cuando el líder fascista creó el Estado de la Ciudad del Vaticano mediante los Pactos de Letrán, en 1929.
Famoso y jaleado en Italia, la vida de Riccardi es católica en el sentido literal de la palabra, es decir, universal. Ha recibido incontables distinciones (en 2001, el Premio Internacional de Cataluña; siete años más tarde, el Premio Carlomagno) y ha escrito una veintena de libros. Con La Iglesia arde da un paso sorprendente. Lo es el hecho mismo de reconocer desde dentro que la Iglesia romana se irá apagando si no afronta grandes reformas. Algunos datos, en su boca, estremecen, también las citas de un desastre que Riccardi toma de intelectuales tan afamados como los politólogos Jérôme Fourquet y Emmanuel Todd o el demógrafo Hervé Le Bras. De confirmarse las tendencias actuales, señala, en 2048 podría celebrarse el último bautizo (habla de Francia); en 2031, el último matrimonio católico, y podría producirse incluso la desaparición por completo de los sacerdotes en 2044.
El fantasma que recorre Europa se llama apostasía. Antes, la misión era bautizar a los convertidos; el desafío ahora es convertir a los bautizados. La reconquista se llama “nueva evangelización”. ¿Qué sería el mundo sin la Iglesia? Mientras Notre Dame ardía, Riccardi sintió esa “difusa sensación” de fin del cristianismo. Pese a todo, es optimista. Cree en las “fuerzas con que avanza Francisco”, aunque se pregunta por qué muchos católicos pasaron rápidamente del entusiasmo por Bergoglio a la decepción. Quizás es un Papa “demasiado humano, demasiado cercano”. Aun así, supone que la llamada del Pontífice argentino a una revolución cultural, con la palabra misericordia como bandera, será atendida en toda su dimensión porque “ha creado con la gente una relación de fuerte simpatía a partir de un mensaje directo, simple y evangélico”.
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