Arrollados por la crisis
Españoles, extranjeros, parados y pensionistas compiten con las personas tradicionalmente en exclusión por unos recursos de beneficencia que se han multiplicado por dos en los últimos años
En Cáritas no es un secreto. Lo saben perfectamente desde hace mucho tiempo: la crisis les ha obligado a duplicar la ayuda. "Entre 2005 y 2007, atendimos a 182.000 personas en Madrid. Entre 2008 y 2010 hemos atendido a 322.650, casi el doble", dice Javier Hernando, coordinador general de Cáritas Madrid. La diferencia no solo es cuantitativa. "Además del aumento, la diferencia es que ha habido un incremento de familias españolas que están pasando de una economía estable a una situación de vulnerabilidad y exclusión".
La Consejería de Familia y Asuntos Sociales también ha puesto en perspectiva sus cifras para llegar a una conclusión: "El perfil de quienes piden ayuda ha cambiado. Muchos son españoles en paro, gente que no podía imaginar verse así". Los voluntarios de Sant Egidio han duplicado la comida que reparten. En Solidarios para el Desarrollo advierten que no hay más personas a la intemperie, pero las que hay, cerca de 2.000, "tienen que competir para la comida y la ropa con otro montón de gente que ha caído desde la clase media". El perfil de las personas que residen en la calle, en cualquier caso, queda ahora como una incógnita. Antes, el recuento lo hacían las asociaciones, y trazaban un retrato robot. Ahora, el recuento lo hacen los servicios de basuras. Son solo un número.
Javier Baeza, de la parroquia vallecana de San Carlos Borromeo, confirma la impresión. La crisis ha atropellado a muchas personas que nunca pensaron que acudirían a la caridad para poder alimentarse o vestir a sus hijos.
Del infinito al cero
El día a día de Álvaro ha cambiado mucho en estos últimos años. Es un hombre espigado, de rostro huesudo y barba. Tiene 52 años y es de Madrid. Se pasa el día bastante solo, con los auriculares siempre puestos, oyendo la radio. Hasta hace un par de años, era dueño de varios talleres mecánicos y de unos cuantos bares. La velocidad del cambio sufrido por su economía (y tras ella, su vida) ha sido brutal. De unos ingresos mensuales por encima de los 10.000 euros se ha quedado en menos de 600: 370 euros de la Renta Mínima de Inserción ("bendita sea", dice) más 200 euros del alquiler de una plaza de garaje que conserva en el centro. El número de beneficiarios de la RMI alcanza ya los 15.519. Más de un 80% de aumento con respecto al año anterior.
La necesidad en cifras
- La Comunidad de Madrid estima que 2011 se cerrará con 16.800 familias que habrán percibido la Renta Mínima de Inserción. La media mensual en octubre era de 14.482 por un montante de 532 euros al mes, lo que supone un 27,1% más que en el mismo periodo de 2010.
- Cáritas Madrid ha duplicado el número de personas beneficiarias de sus ayudas en los dos últimos años: han pasado de 182.000 personas a 322.000. El 60% tiene problemas para comprar alimentos, y el 41% para pagar el alquiler.
Por empeñarse en capear la crisis y mantener sus negocios, Álvaro se "comió" buena parte de sus ahorros. El resto se ha esfumado en el último año. Ya no paga los 2.400 euros de pensión que debe pasarle a su exmujer por sus tres hijos. Tuvo que dejar su piso de alquiler (le costaba 750 euros) y durmió unos tres meses en una furgoneta que conserva del taller. Desde hace una semana paga 250 euros por una habitación en un piso que comparte con una pareja ecuatoriana con un bebé y dos jóvenes de Bangladesh que trabajan de noche y duermen de día. El cuarto, pequeño, tiene un armario que hace de despensa: huevos, judías, azúcar, una esponja de ducha. También guarda una vieja guía de puros, recuerdo de otra época. Nadie sabe que está en esta situación, que no ha querido compartir con familiares o amigos. Por eso no da su apellido, para que no le reconozca nadie, en especial sus hijos, que son pequeños y a quienes ve todos los domingos. "Ni lo saben ni quiero que lo sepan, la gente es muy mala", dice.
"Lo mío es un problema de poder adquisitivo", explica con un pragmatismo carente de melodrama. "Aunque me toque vivir mal a partir de ahora, lo que no puede quitarme nadie es los años tan buenos que he vivido hasta ahora. Cuesta, pero el ser humano se acostumbra a todo". Álvaro ha adaptado su rutina a su nueva situación. Se alimenta en comedores sociales, se viste con ropa de caridad. No tiene para el transporte, así que se pasa horas pateando Madrid. Vive en la zona del Carmen, pero desayuna en un comedor social de unas monjas cerca de Alonso Martínez (a 3,2 kilómetros y 41 minutos, según Google maps). De ahí va a la biblioteca del Centro Cultural Buenavista (2,4 kilómetros, 31 minutos), donde dispone de 45 minutos gratuitos de Internet que aprovecha para buscar ofertas de trabajo "de lo que sea". Come en el comedor San Francisco, en Guzmán el Bueno (4,8 kilómetros, una hora), y de allí va a la Biblioteca Pública Central de la Comunidad, en Iglesia (2,2 kilómetros, 28 minutos), donde dispone de otra hora de Internet gratis. Cena en el comedor social Santa Pontificia, en Malasaña (1,7 kilómetros, 20 minutos), y después espera a que llegue la hora del cierre con un libro (le gustan Sidney Sheldon, Almudena de Arteaga y Pérez Reverte) en la Fnac de Callao (0,5 kilómetros, siete minutos). Tarda una hora (4,7 kilómetros) en volver a su casa.
El caso de Álvaro no es aislado. "Cuando preguntamos a las personas que acogemos por qué acuden, tres de cada cuatro señalan el desempleo como el principal motivo. Cerca de un 60% tiene problemas para comprar alimentos, un 41% para pagar el alquiler, y un 40% para el pago de suministros: agua, gas, electricidad...", advierten desde Cáritas. Para 2011, la red de caridad de la Iglesia católica ha aprobado un plan de emergencia (que mantendrá hasta principios de 2012) para complementar con una ayuda la maltrecha economía de unas 2.000 familias.
Laura Sacristán, de 56 años y voluntaria de Cáritas desde hace 15 en la parroquia de Nuestra Señora de la Piedad (Vallecas), ha visto el cambio: "Antes casi nunca venían españoles y ahora cada vez son más. Hace tiempo que habíamos dejado de dar comida, pero desde hace dos años hemos recuperado este servicio porque la gente lo necesita. No tenemos para todos, así que los derivamos a un comedor social de las Siervas de Jesús. A los españoles les da vergüenza ir. Y a los padres con niños, como no está permitido el acceso a menores, les dan la comida en tuppers", cuenta.
"Necesito ropita de tallas cuatro y seis", suplica María. En paro desde hace dos años y con dos niños a su cargo, ejemplifica uno de los colectivos más vulnerables ante la crisis: las familias monoparentales. Las peticiones de ropa para niños o de juguetes ante la Navidad son la principal preocupación de la página web www.acabaconlacrisis.es. Hay casi 700 mensajes cruzados entre solicitantes de parafernalia infantil diversa y quienes están dispuestos a regalársela.
Gabriel tenía un problema grande. Informático de 35 años, recibió el aviso de su empresa de que quedaba suspendida la actividad hasta febrero del año próximo. No había clientes. No cobraría el paro. No tendría para pagar la habitación en la que residía. No podría "ni comprar unos macarrones". Pidió ayuda. Caridad. Pero, cansado de esperar, decidió regresar a la casa de sus padres, en La Rioja: "No podía inventarme un sistema para comer cada día". Parecido al caso de Luis, que gastó todos sus ahorros mientras buscaba empleo. Al final, no pudo pagar el piso. Pidió dinero prestado para el tren y regresó a Sevilla.
El Instituto de la Vivienda de Madrid, que tiene un parque de 23.000 viviendas en las que residen unas 100.000 personas, ha tenido que ajustar las rentas a 5.200 familias que no podían pagar: se han reducido por debajo de los 50 euros al mes. "Hemos percibido un aumento en los casos de especial necesidad; nos están llegando muchas familias que hace poco tenían condiciones de vida favorables y ahora tienen que recurrir a nosotros", dice Juan Van-Halen, gerente del Ivima. La morosidad entre sus alquilados ha subido de un 5-7% a un 10% en los últimos dos años. Cada año desahucian entre 150 y 200 pisos (un tercio de ellos por impago; el resto, tras haber sido okupados).
"Qué dirían mis amigas"
El 18 de noviembre, varias cadenas de televisión emitieron el dramático desahucio de una nutrida familia de Manoteras: Azucena Paredes (29 años) y su pareja, sus tres hijos (de entre uno y cuatro años), su madre (52 años) y su abuela (87 años). Ese mismo día, mientras los policías subían las escaleras para sacar a la familia de la casa (propiedad de la Empresa Municipal de la Vivienda, a quienes deben años de alquiler), un grupo de sus vecinos daba una patada en la puerta de otro piso de la zona, que aseguran lleva años vacío. Desde ese mismo día, viven en este nuevo piso okupado. En el cambio han perdido una habitación: Azucena y sus hijos comparten cuarto con su madre (su pareja, en el paro como ella, ha vuelto a casa de sus padres). El segundo cuarto es para la abuela.
En estas dos semanas, la familia apenas se ha acostumbrado al cambio. Las maletas y su ropa se acumulan en el suelo del salón. Tienen agua y electricidad, y para calentarse usan radiadores eléctricos. Azucena, que ingresa 390 euros de ayuda ("caduca el mes que viene y tendré que pedir la renta mínima de inserción") no recibe más ayudas. Su madre, que está de baja temporal, ingresa unos 500 euros. Su abuela tiene una pensión de 600 euros con los que ayuda a otro nieto. A Azucena le da vergüenza ir a Cáritas y teme a los servicios sociales: "Poco antes del desahucio fui a preguntarles, pero me dijeron que los niños podían acabar en una casa de acogida y mi abuela en una residencia, así que salí corriendo", dice. Los colegios de sus tres hijos le cuestan 320 euros mensuales.
Los nervios de las últimas semanas han afectado a su hija mayor, que lanza manotazos a los periodistas: no le gustan los extraños. "Intentamos que no vieran el desahucio, pero cuando la mayor llegó del cole se encontró con sus cositas en la calle y se asustó", cuenta Azucena. "Le hemos explicado que la casita vieja se ha roto, por eso estamos en la nueva". "La casa nueva" es, por ahora, el clavo ardiendo de esta familia: "¿Quién puede pagar 800 euros de alquiler? Desde luego, nosotros no", dice Azucena; a su abuela, que está siguiendo la conversación, se la llevan los demonios: "En mi vida pensé que me iba a ver así, parecemos saltimbanquis, no estoy acostumbrada. ¿Qué van a decir mis amigas?".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.