De cero a seis años
Me pregunto qué pasaría si unos padres acudieran al colegio para matricular a una hija de cero años
El Gobierno anunció en agosto que dará un tratamiento común educativo a toda la enseñanza infantil, “de cero a seis años”. Algunas autonomías ofrecen matrícula abierta en las guarderías para niños “de cero a tres años”. Se venden juguetes recomendados para usuarios de “cero a dos años”; y también se ofrecen datos estadísticos sobre escolarización “de cero a tres años”, por ejemplo.
Cada vez que pienso en eso me pregunto qué pasaría si unos padres acudieran al colegio para matricular a una hija de cero años. “¿De cero años?”, les preguntarían por confirmar la correcta audición. “Si”, podrían contestar; “en realidad aún no ha nacido, ni siquiera nos encontramos en estado de buena esperanza, pero vimos que ustedes admiten niños de cero años y hemos decidido empezar cuanto antes los trámites, que luego se agotan las plazas”.
La administrativa pensaría quizás que esos padres están chiflados, en vez de preguntarse si no estará chiflada la legislación vigente.
Con los juguetes no habría tanto problema, porque la tienda y el fabricante se limitarían a aplicar la visión comercial. “¿Para un niño de cero años? No se preocupe, tenemos muchos juguetes que le servirán”. Si el cliente paga, que diga lo que quiera.
En cambio, las estadísticas fallarán por ese lado. Cuando se contabiliza la escolarización a tan temprana edad, la media desciende mucho, porque la bajan los niños de cero años; precisamente por culpa de los administrativos que rechazan sus solicitudes.
El número cero constituye uno de los hallazgos más extraordinarios de la humanidad. El invento lo consagraron los indios en el año 650, mes arriba mes abajo, y lo incorporaron en la fila de sus compañeros el 1, el 2, el 3… De la India pasó a la cultura árabe, y desde esa lengua llegó a Europa con una palabra que sonaba más o menos como “séfer” y que significaba “vacío” (Corominas y Pascual). La superioridad técnica y filosófica de esa numeración terminó desplazando a la romana.
El cero representa la nada si está solo, y multiplica por 10 cualquier otra cifra si lo colocamos a la derecha de ésta. Eso se aprende en el colegio, pero con el tiempo se le va olvidando la primera parte a la autoridad, tanto si se trata de una autoridad política como de una autoridad en la materia. Por ejemplo, en la materia educativa.
El sintagma “niños de cero a seis años” abarca a los que tienen edades comprendidas entre el cero y el seis, ambos inclusive. Que esas dos cifras están incluidas se deduce con facilidad, porque si no fuera así quedarían excluidos de la horquilla los bebés de menos de un año, que serían rechazados sin piedad a la puerta de la guardería.
Y como el cero está incluido, eso significa que han de existir los niños de cero años. Pero, ay, el cero expresa, según el Diccionario, “la falta absoluta de cantidad o un valor nulo”. Y la falta absoluta de edad solamente puede corresponder a un niño que aún no ha nacido. Quien tiene cero años y cero días y cero horas y cero segundos —como quien tiene cero libros o cero discos— no tiene nada, ni siquiera vida.
Antes de empezar a estropearse todo esto, se hablaba con tranquilidad de “educación hasta los seis años”, “juguetes para niños de hasta dos años”, “alumnos de hasta 12 años”… y así sucesivamente. Pero hoy en día se ha sustituido “hasta” por “de cero a”. Así que no se queje nadie si luego a los chavales les cuesta entender las matemáticas.
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