La soldado o la soldada
“Soldada” responde a una formación regular en nuestra lengua y no se puede considerar ajena al sistema del idioma


La soldada Laura Ana Domínguez fue entrevistada el pasado agosto en varios medios tras aparecer fotografiada en un sobrecogedor abrazo de despedida con una mujer afgana encinta a la que había cuidado en el avión que las llevó desde Kabul a Torrejón junto con un centenar de refugiados de aquel país. La inmensa mayoría de los periodistas escribieron o dijeron “la soldado”.
Pocas semanas antes se conmemoraba el aniversario de la muerte de la soldada estadounidense Vanessa Guillén, acosada durante meses en la base de Fort Hood sin que se tomaran medidas, y cuyo cadáver se halló descuartizado en 2020. Las informaciones también hablaban de “la soldado”.
El Diccionario no ha recogido el femenino de esa palabra. Por tanto, quienes usaron el morfema o pueden escudarse con razón en el léxico de las academias. Ahora bien, “soldada” responde a una formación perfectamente regular en nuestra lengua, en analogía con “delegado” y “delegada” o “abogado” y “abogada”, entre otras…; y por tanto no se puede considerar ajena al sistema del idioma.
El léxico militar parece mantenerse como último reducto frente a la flexión de los nombres de cargos y empleos que se va extendiendo en el resto de la lengua con arreglo a la morfología general de los sustantivos que acaban tanto en o como en án y en or. Así sucede por ejemplo con “la capitán”: con arreglo a la costumbre castrense, una misma mujer sería por la mañana “la capitán” en el ejército y por la tarde “la capitana” en su equipo de balonmano. Esta costumbre de las Fuerzas Armadas ha dificultado quizás la implantación de femeninos como “soldada”, “sargenta”, “pilota” o “caba”, perfectamente posibles y, a mi entender, recomendables para designar esos puestos cuando los desempeñan mujeres.
En el caso de “soldada”, se suele oponer que tal casilla ya está ocupada por el significado de “sueldo, salario o estipendio”; pero ese argumento olvida la información que aportan las diferentes funciones gramaticales de un mismo término y el sentido pragmático que todos aplicamos a los mensajes (la influencia de los contextos en el significado). Podemos decir “el frutero me regaló un frutero”, o “a la cartera se le olvidó la cartera”, o “el cajero colocó más billetes en el cajero”. Y del mismo modo, “la soldada se quedó sin su soldada”. Si no fuera por la evitable redundancia, también podríamos escribir “la música interpretó mal la música” o “la técnica aplicó muy bien la técnica”.
Hemos señalado en otras oportunidades que los usos inmovilizados del masculino para nombrar profesiones, oficios o cargos de mujeres (siempre que la morfología del español haya recogido esa flexión) constituye a nuestro parecer una asimetría sexista. Pero atención: como en tantas otras ocasiones, el sexismo se residencia en el uso, no en el sistema.
Otro tanto sucede con “la médico”, “la arquitecto”, “la ingeniero”…, o con “la sargento”. Esas fórmulas se usaron hace años al entender, tanto hombres como mujeres, que el masculino resultaba más prestigioso; o que, como cara de la misma moneda, el femenino desprestigiaba el oficio. Pero ya no hay tal. Así que hoy en día se puede decir en perfecto español “la soldada”, “la caba”, “la pilota”, “la sargenta”…
Hace 40 años también sonaba extraño “la ministra”. Por eso se pueden hallar registros de “la ministro” en ejemplares de EL PAÍS de 1977; menciones que, lógicamente, se referían a ministras de otros países. Pero ahora no solo tenemos en el Gobierno a más ministras que ministros, sino que además tenemos a la soldada Domínguez.
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