Buenos días a todos, a todas y a todes
La sola repercusión de esas triplicaciones (las duplicaciones se van quedando viejas) ya logró un efecto positivo
La ministra de Igualdad, Irene Montero, consiguió la semana pasada una enorme repercusión gracias a que en un acto electoral usó el triplete de géneros terminados en o, en a y en e: “Buenas tardes a todos y a todas, y a todes”, “ser escuchados, escuchadas y escuchades”, “hay un niño, una niña, un niñe” (se le escapó “un” en vez de “une”)… Así 10 veces en apenas 15 minutos de discurso.
Montero cerraba un mitin con asociaciones de lesbianas, gais, transexuales, intersexuales y bisexuales en el que antes habían hablado nueve oradores (entre ellos Pablo Iglesias), varios de los cuales emplearon también esa fórmula. El solo impacto mediático de esas triplicaciones (las duplicaciones se están quedando viejas) ya logró un efecto positivo: mostrar la existencia de personas (“elles”) que no desean encuadrarse ni en el sexo masculino ni en el femenino; y llamar la atención sobre las justas reivindicaciones de todos estos grupos discriminados.
Sin embargo, imagino que muchos españoles se preguntarán con perplejidad: ¿Tendremos que hablar así para ser aceptados, aceptadas y aceptades entre quienes defienden los derechos de esa comunidad? ¿Se va a extender para siempre esa forma de expresarse en público, que es un auténtico peñazo?
Tras haber repasado el vídeo completo, de casi una hora, se pueden exponer algunos comentarios:
1. Es imposible mantener la concentración sin desfallecer. Montero regresó ocho veces a las duplicaciones (“vosotros y vosotras” y demás), sin añadir el tercer elemento en e. Y no siempre sostuvo su propio pulso: “Que salgáis orgullosas”, “que depositéis vuestro voto orgullosas” (sin “orgullosos y “orgulloses”). Otros oradores flaquearon también en el empeño, al incurrir en composiciones como “de todos vosotres” y similares.
2. Cuando Montero hubo de nombrar colectividades que ya tienen masculinos en e, no desdobló los términos en tres: “los docentes y las docentes” (faltaron “les docentes”), “profesoras y profesores”… En estos casos, el original morfema e parecía abarcar ahí tanto al sexo masculino como al sexo no binario al que ahora se adjudica, en una inevitable ocultación de alguno de los dos como se pretende que pasa con el genérico y el femenino.
3. Pablo Iglesias no triplicó los géneros, pero incurrió en lo que ya se ha comentado aquí en alguna ocasión anterior: desdoblamiento de los enunciados positivos o neutrales, pero no de los negativos (“corruptos y corruptas”): “Las políticas LGTBI van a tener enemigos muy poderosos”, afirmó; “ningún fascista se debe atrever a decir a vosotras y a vosotros lo que significa la palabra libertad”; “algunos dicen que nuestras reivindicaciones tienen poco sentido”; “el 30% de los distritos en los que ellos ganan”… Y también Montero: “Lo que quieren es impunidad para que los fuertes puedan hacer lo que quieran con los débiles”. Y la oradora Boti García: “Están gobernando para los ricos”; “si no les echamos nos seguirán causando dolor”.
Se construye así un curioso mensaje: los nuestros somos “nosotros y nosotras”… y “nosotres”, pero los rivales son solamente “ellos”: los ricos, los enemigos, los poderosos, los fuertes, los fascistas…, los varones. Que se reserve el masculino para nombrar lo malo me parece inquietante, por sus consecuencias subliminales. En cambio, la pretensión de lograr que más de 550 millones de hispanohablantes dupliquen o tripliquen cada genérico de persona me despierta una gran simpatía, en su quimérico empeño.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.