Conflicto
Hay quien dice que lo que no se nombra no existe, pero lo que no existe de verdad es lo que no se puede monetizar
Quienes afirman sin género de dudas que el lenguaje es ya inclusivo, pese al malestar que el genérico provoca en amplios sectores de la población, nos recuerdan a quienes hasta hace poco calificaban de imaginarias las enfermedades psicológicas. A la psicología le ha costado mucho abrirse paso porque resulta harto difícil demostrar la existencia de un cáncer o una llaga en las regiones incorpóreas del alma. La depresión, una de las afecciones más graves que se pueden sufrir, se trataba como un problema de falta de voluntad cuyo remedio solía ser una palmada en la espalda acompañada de la siguiente frase: “Tú lo que tienes es cuentitis”. De ese modo se restaba importancia a la falta de sentido que impedía al deprimido (o a la deprimida, con perdón) abandonar la cama. Las enfermedades de carácter anímico no se tomaron en consideración hasta que se transformaron en un negocio (el del siglo) para los laboratorios farmacéuticos. El reconocimiento de las pesadumbres psicológicas, en fin, ha venido de la mano de la plusvalía. Hay quien dice que lo que no se nombra no existe, pero lo que no existe de verdad es lo que no se puede monetizar. El malestar que provoca el lenguaje exclusivo carece de un costado financiero. No hay manera de sacarle unos euros. De ahí que se despache como se despachaba antiguamente la tristeza: “No piense usted en ello”. “Pero, doctor, es que me siento invisible”. “Eso es porque ignora los orígenes del masculino. Estudie un poco de lingüística y se le quitarán las tonterías”.
Quizá el conflicto no tenga solución. En tal caso, en lugar de tratar de idiotas a quienes lo sufren, debería decírseles la verdad: “Lo suyo carece de arreglo gramatical hasta que hallemos el modo de sacarlo a Bolsa”.
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