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“Plácido Domingo quiso ser a la vez santo y superhombre”: cómo una irrepetible generación de divos cambió la ópera para siempre

De Cecilia Bartoli o Javier Camarena a Pavarotti o el propio Domingo, un nuevo libro recorre encuentros con los mayores intérpretes de los últimos años y analiza cómo el divismo, en según qué manos, puede provocar incluso que la RAE cambie su definición

Luciano Pavarotti, Plácido Domingo and Angela Gheorghiu
Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y Angela Gheorghiu.Getty Images / Blanca López (Collage)

Cuando el periodista Jesús Ruiz Mantilla (Santander, 58 años) abandonó el domicilio de Luciano Pavarotti, el mundo se le vino encima. No sabía qué hacer. Necesitaba hablar con alguien de confianza y contarle lo que acababa de pasar en la entrevista con el legendario tenor. Era septiembre de 2003. Coincidían las fechas en las que su amigo Carlos Boyero estaba en la Mostra de cine de Venecia. Disponía de un coche de alquiler y mucho tiempo, así que se marchó de Módena y quedó con él para tomar un café en la plaza de San Marcos. Hundido, el periodista cántabro, que entonces acababa de empezar en El País Semanal, le contó que todo había sido un desastre. No había conseguido sacar un triste titular, ni un buen testimonio o una revelación novedosa y, lo peor de todo: el divo se había quedado dormido durante la conversación.

Al escuchar aquel relato, el crítico de cine de EL PAÍS no podía parar de reírse. La historia era divertidísima. Se dieron cuenta de que la mejor forma de escribir el artículo era contarlo todo exactamente como había sucedido. Finalmente, lo que iba a ser una pieza más dentro del suplemento pasó a ser el tema de portada, y lo que en un principio parecía una entrevista fracasada, se convirtió en uno de los grandes éxitos de su carrera periodística.

Esta historia forma parte de Divos (Galaxia Gutenberg), una colección de perfiles de cantantes de ópera a los que Ruiz Mantilla ha entrevistado a lo largo de su carrera como cronista musical, publicado el pasado 25 de enero. En estas páginas se entremezcla el análisis y la memoria personal para recorrer tres generaciones de artistas, que van desde Teresa Berganza, pasando por Los Tres Tenores, hasta Cecilia Bartoli. “Echando la vista atrás me di cuenta de que había tenido la oportunidad de hablar con los mejores de su época”, cuenta el periodista y escritor mientras bebe un tercio de cerveza en una cafetería.

Son 25 nombres que definen perfectamente lo que ha sido la ópera de principios del siglo XXI. “Una edad ultradorada de este arte”, según Ruiz Mantilla. “Cuando se mire atrás nos daremos cuenta de que nunca ha ido tanta gente a la ópera, ni ha habido tantos cantantes de calidad en términos globales, que proceden de lugares de los que tradicionalmente no salían grandes talentos”, asegura. La geopolítica del canto operístico se ha desplazado durante este último siglo. El autor destaca dos grandes canteras: América Latina, de la que han salido figuras como Juan Diego Flórez, Rolando Villazón o Julián Camarena; y Europa del Este, cuna de Anna Netrebko, Sonya Yonheva o Ermonela Jaho.

Desde que se inició como cronista, y de manera inconsciente, fue preguntando a los cantantes qué significaba para ellos la palabra divismo. “Todos viven y conviven con el divismo como apegados a algo íntimo y meditado”, cuenta en el libro. En un origen la palabra se utilizó para señalar a un selecto grupo de artistas emparentados con la divinidad. “El divo es alguien que marca la diferencia en el escenario. Aquel que logra que no puedas apartar la mirada ni un segundo porque te está contando una historia que va directa a tu corazón, y es capaz de provocarte una emoción instantánea en vivo y en directo”. Les define su grandeza o capacidad de arrebatarnos, pero también su fragilidad. ”Están obsesionados con la fragilidad porque tienen el instrumento dentro del cuerpo”, explica. “Siempre están preocupados en evitar sitios fríos, comer cosas templadas, nada que les afecte a la garganta. Les da terror entrar en un sitio con aire acondicionado o con calefacciones. No fuman, beben moderadamente y, en general, se cuidan mucho”.

Hay quien ennoblece el término cada día, “como Cecilia Bartoli o Javier Camarena”, pero otros lo degeneran o pervierten. “Desde la época de los castrati hasta hoy, algunos han sido insoportables, caprichosos, despreciativos y miserables. Ese es el reverso de la palabra, que la ha terminado definiendo hasta el punto de que la RAE recoge esa acepción”, indica. “También se ha trasladado a otros ámbitos, para describir los grandes caprichos de estrellas del rock, del cine o del fútbol. Pero hay una especie de anticuerpo en el mundo de la ópera que rechaza con vehemencia todas estas actitudes”. Señala el caso de la cantante rumana Angela Gheorghiu: “Cuando se pasó de la raya utilizando su condición de diva en el peor sentido destruyó su carrera hasta que ya nadie la quería en el teatro. El entramado operístico busca divos virtuosos que den luz al término. Ella iba a ser la diosa de una época y duró cinco años por hundirse a sí misma autoproclamándose Angela I”.

Según Ruiz Mantilla, nunca había sido tan difícil llegar a ser una estrella de la ópera. “En cada época siempre ha habido un reto nuevo para ser cantante”, explica. ”Maria Callas, aparte de cantar de una manera gloriosa y especial, aportó el arte de la interpretación teatral. Los grandes divos de hoy ya cantan de maravilla, interpretan fenomenal, y después cada uno tiene que ofrecer algo más”. Él destaca en el libro el rigor histórico y la curiosidad por recuperar repertorios de Cecilia Bartoli. “Hay otros que suman una buena gestión de su exposición pública en redes sociales, además de estar abiertos a adaptarse a los cambios que proponen los directores de escena, que son los otros grandes revolucionarios de la ópera de principios del siglo XXI”. También advierte de la tendencia hacia una fuerte especialización. “Ya no podrá haber un recordman como Plácido Domingo, que se metía con todo tipo de repertorio”, augura.

El declive de Plácido Domingo

El capítulo dedicado al tenor madrileño, acusado de acoso a mujeres según los testimonios de, al menos, 27 personas, empieza con la promesa de no volver a escribir sobre él. Lo conoció en 1999. Desde entonces encadenaron una sucesión de encuentros y desencuentros que terminó con un último reproche: “¿Por qué tienes que escribir esas cosas sobre mí? Es innecesario”, le dijo Domingo. Compara su declive con el del rey emérito Juan Carlos I: “Ambos fueron leyenda y ambos, ante la pujanza de un mundo proclive a derribar símbolos, no entienden sus propias caídas ni unos códigos morales antes tolerados”, escribe en Divos. También confiesa que hace 20 años nadie podía esperar un final como este: “Que Plácido era un Don Juan sí, pero nadie le juzgaba”. En su biografía, escrita por Rubén Amón, el tenor confiesa que el personaje basado en la obra de Tirso de Molina siempre le pareció antipático. “Nunca interpretó a Don Juan porque tenía miedo de verse encarnándose a sí mismo”, matiza Ruiz Mantilla. “Decía que le parecía un personaje desagradable. Es una frase para el psicólogo. Ahí está la clave de lo novelesco que es todo”.

Le retrata como una persona obsesionada con gustar a todo el mundo. “Es alguien que cuando eligen a un Papa lo primero que hace es ir a buscar su bendición”, señala el periodista. En su opinión, obras como la biografía que Walter Isaacson escribió de Steve Jobs o la serie The Crown sobre la reina Isabel II son la prueba de que hoy los mitos se ensalzan apoyados en sus mayores debilidades. “Los que saben de esto se han dado cuenta, y es lo que nunca entendió Plácido, de que mostrando abiertamente todas tus miserias y tus miedos resaltas mucho más tus virtudes”, concluye.

El tenor tenía, según el autor de Divos, “una aspiración de santidad”. Alguien que quería serlo todo. “Es incompatible querer ser a la vez el súper hombre nietzschiano y el santo de las sagradas escrituras”. Ruiz Mantilla descarta que Domingo haya sentido culpa después de escuchar el testimonio de las víctimas: “Si alguna vez hizo el amago de pedir perdón fue para no dañar su imagen. Pero no creo que se sienta culpable de nada. Es como cuando al rey le preguntaron si daría explicaciones y él respondió: ‘¿Explicaciones de qué?”.

Ruiz Mantilla presenció en directo el concierto que dio en Salzsburgo, doce días después de hacerse públicas las acusaciones. “Fue uno de los momentos más impresionantes que he vivido”. Lo describe como “una guerra de mentalidades” entre los europeos y los norteamericanos. “Con esa displicencia que caracteriza al público salzburgués parecían decir: ‘¿Quiénes son estos nuevos ricos para venir a decirnos quién vale y quién no en el mundo de la ópera?”. No importó nada de lo que hubiera ocurrido, el público aplaudió y defendió al tenor. “Él hacía un papel en el que estaba todo el rato reverberando la defensa del honor. Todo lo que cantaba era un estado emocional y personal encarnado en un personaje. No actúo memorablemente, pero cantó con una rabia por reivindicarse que daba igual si sonaba bien o mal”.

Tras décadas tratando con estos personajes recomienda enfrentarse a ellos como a cualquier otro entrevistado: “Tratando de hurgar en sus contradicciones, en sus lados oscuros y en sus dudas, precisamente para que muestren sus fragilidades y se puedan mostrar más humanos”. Más difícil lo tuvo con Luciano Pavarotti, al que solo pudo conocer cuando ya era una caricatura de sí mismo. “Ya estaba aguantando el negocio. Me entristeció especialmente tener que hacer eso. Porque me parece la mejor voz que ha habido nunca. En este mundo hay una virtud que es saber retirarse”.

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