Amores, gritos y nanas prohibidas de Luciano Pavarotti
Un nuevo documental sobre el mito de la ópera y una entrevista con su viuda, Nicoletta Mantovani, sacan a la luz facetas poco conocidas del cantante, fallecido en 2007
Se conocieron en 1993, casi por casualidad. Se casaron en 2003 y la muerte les separó cuatro años después. La historia de amor de Luciano Pavarotti, el gran tenor italiano, y Nicoletta Mantovani, primero su asistente, después su amante, más tarde su esposa y hoy su viuda, ha dado ya varias vueltas al mundo. Sin embargo, cuando están a punto de cumplirse 12 años del fallecimiento del divo de Módena, a quien fue su mujer y madre de su hija pequeña todavía le quedan páginas por escribir de la novela de su romance.
Es la propia Mantovani quien está dispuesta a hacerlo. A seguir dando detalles de su vida junto a Big Luciano y a perfeccionar esa imagen idílica de la pareja que tan en duda se ha puesto durante los últimos años. Ella, sin quitarle hierro a lo que implicaban el talento, el genio y el ego de un divo mundial de la lírica, no duda en decir que, pese a tener poco en común dados sus orígenes y los 35 años que les separaban, su amor fue puro y real.
"Nos enamoramos con esa clase de amor tan fuerte que pasas horas y horas juntos hablando de la nada, mirando las nubes, disfrutando del hecho de estar juntos", cuenta ella ahora con rubor ni temor a caer en la cursilería en una entrevista al diario británico The Times. Lo hace con motivo del estreno del documental Pavarotti, dirigido por Ron Howard (Una mente maravillosa, Apolo 13, El código Da Vinci) y que ha hecho que muchos allegados a la vida del tenor hablen por primera vez o relaten detalles olvidados o apenas contados. Mantovani no produce el documental —que se estrena esta semana en buena parte de Europa y que llegará a España en enero—, pero ha participado y colaborado en él y ahora está promocionándolo. De ahí que en sus entrevistas desvele detalles de su vida junto al astro de la lírica, porque cree que el metraje logrará "hacer que una nueva generación conozca a Luciano" y que se "descubra su parte más íntima".
Aquel verano de 1993 ella fue a buscar trabajo a la feria ecuestre que él organizaba en su Módena natal cada año. Pero acabó charlando con él durante más de una hora y se convirtió en su asistente. Él le pidió que le acompañara a un viaje, pero ella solo aceptó acudir a despedirlo al aeropuerto. "Pero acabé cogiendo ese avión y nunca más volví", cuenta hoy, rozando el tono de folletín.
Un tono que no omite, por otra parte, cómo ella misma le comunicó a la entonces esposa de Pavarotti su relación con él. "Luciano me había dicho que ellos ya habían acabado, que no era mi culpa. Creo que en realidad nunca hay un culpable. Nada puede empezar si lo anterior no ha acabado". El tenor y Adua Veroni estuvieron casados 34 años y tuvieron tres hijas, pero fue Mantovani quien tuvo que contarle el affaire que mantenía con él. "Bueno, no se puso muy contenta, pero creo que era importante hablarlo. El diálogo siempre es bueno, es mejor encarar las cosas que crear malentendidos", reconoce ahora.
Veroni y Pavarotti se separaron en 1995; la boda con Mantovani tuvo lugar en abril de 2003, cuatro meses después de la llegada de su única hija, Alice (que tuvo un gemelo, Riccardo, que no sobrevivió al nacer). Las dos mujeres mantuvieron caminos separados y hoy tienen una relación cordial—Alice, de 16 años, es amiga de las nietas de Pavarotti— aunque la prensa les atribuyó peleas tras las muerte del tenor, que dejó varias versiones de su testamento, un patrimonio de 200 millones de euros y una quincena de propiedades. "Si quieres jugar al juego, tienes que aceptar las normas", asume la viuda sobre su relación con la prensa.
Hoy sigue tratando de limpiar la imagen del músico. Asegura que, al contrario de lo que se decía, sí que era capaz de leer una partitura. También explica la polémica sobre sus peleas —"la pasión lo es todo, así que nos peleábamos", pero solo a gritos, matiza— o su intención de hacer adelgazar a Pavarotti. "Sí, quería que comiera menos, pero por su salud, no por su imagen, por supuesto. Quería que caminara un poco más, que hiciera algo de ejercicio". Él no solía cumplirlo, y también tenía sus restricciones con ella: le prohibió cantarle nanas a su hija, para no malacostumbrar los oídos de la pequeña a todo lo que no fuera su garganta. Ya lo dijo él mismo poco antes de morir: "Quiero ser recordado por mi voz". Lo ha conseguido, pese a que, en ocasiones, su legado le haya sobrepasado.
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