Pol Monen: “Tengo la suerte de que la mayoría de mis amigos no se dedican a actuar”
Nominado al Goya por ‘Amar’ y protagonista de éxitos como ‘¿A quién te llevarías a una isla desierta?’, el actor barcelonés rechaza los momentos virales y las llamadas de atención en redes sociales en favor de la educación y el trabajo
Si conocen a Pol Monen (Barcelona, 27 años), y es probable que lo conozcan, será por sus papeles en cine y televisión, ya sea el de Amar (2017), por el que estuvo nominado al Goya a mejor actor revelación o aquel éxito de Netflix, ¿A quién te llevarías a una isla desierta? (2019). No lo reconocerán por ninguna confesión personal volcada en Instagram ni por una opinión política bombásticamente expuesta en Twitter; tampoco por cualquier otra escena de las que se les exigen a todo personaje para ser público en 2022. “Me niego a pensar que las redes son la vida, que lo que cuantifican los likes es todo lo que hay. Me niego a darle más importancia de la que tienen para mí”, asegura esta mañana.
Hasta a él le parece que su Instagram puede resultar impersonal. “¿Debería poner más cosas? Creo que sí. ¿Podría ser más personal? Sí. Pero no me apetece. Es una herramienta de trabajo y a veces comparto algo mío. Pero la gente me puede conocer más por mis trabajos que por mis redes sociales. Me expreso mucho más, y estoy mucho más cómodo, por ahí”.
Es bastante revolucionario que un actor por debajo de los 30 crea que la exposición, entendida como un fin en sí mismo, puede consumir a quien la persigue. Pero, al fin y al cabo, lo bien que a Monen le ha servido esta fórmula es casi insólito. Este catalán pisó su primer plató a los diez años, bajo las órdenes de Almodóvar, como extra en La mala educación (2004); al poco decidió tomarse en serio la interpretación y desde entonces su ritmo de trabajo no ha disminuido. “Esto incluye cosas extrañas, yo qué sé: en los créditos de El orfanato (2007), una de las manos que arrancan los títulos de crédito es mía. Como primera experiencia es bastante curiosa”, cuenta. Y enseguida añade sobre aquella época de adaptación al medio: “Hay días que tengo la sensación de estar viviendo cosas que he soñado desde siempre, esto me pasa muy a menudo. Mi primer día de rodaje en Amar fue con Natalia Tena. A mí, que me encantaba Harry Potter, de repente tenía a Ninfadora Tonks haciendo de mi suegra. Wow. Me ha pasado con otros actores que he admirado desde niño… Creo que he normalizado cosas que, si las veo con perspectiva, son impresionantes”.
Este ritmo de trabajo le va a dar no pocos frutos en los próximos meses. Tiene pendiente de estreno La novia de América, donde hace un papel protagonista (es su rol habitual desde Amar, hace cinco años, aunque a esto también el quita hierro: “Greta Fernández me contó una vez una cosa que decía su padre, Eduard: ‘Las buenas películas las sostienen los buenos secundarios’. Es algo que yo también creo. No se puede trabajar solo”). Le espera también el lanzamiento de Alma, un drama sobrenatural de Netflix creado y escrito por el director y guionista cinematográfico Sergio G. Sánchez (El secreto de Marrowbone), que se estrena en las series, y con Milena Smit (Madres paralelas).
Mientras, ha estado de gira con La casa del dolor, de Víctor Sánchez Rodríguez, su primera obra de teatro, que le ha proporcionado un reto para sus nervios y un par de lecciones sobre el oficio. “La primera función que hicimos con público era un pase, me iba el corazón a mil. Bum bum, bum bum. Luego en cuanto sales al escenario, todo fluye de manera menos mental. Lo que te pueda pasar, te pasa antes, una vez en el escenario todo cambia. Aparte, no siento la responsabilidad de estar operando a corazón abierto. Quiero que al público le pase algo viéndome, en el mejor de los casos, pero uno debe saber que llega donde llega, que haces un chiste y no hace gracia. No termina el mundo”. En la obra, un oscuro drama piscológico, su personaje pasa un par de escenas viendo proyecciones de películas de Douglas Sirk. Quizá la mayor baza de Monen sea lo fácil que resulta imaginarlo en ambos lados de esa pantalla.
Ese comentario sobre lo emocional y lo cerebral es una observación frecuente de Monen, especialmente cuando habla de su relación con los papeles. Alma: “No tengo mucho en común con él, porque vive en medio de la nada, en una casa rural y solo conoce el campo, su pueblo en el que viven diez personas. Pero hay una nobleza en él, en su compromiso con los suyos, que me parece muy hermosa”. Vivir sin permiso (2018), más racional: “Hacía de camello, quizá lo más alejado a mí que he hecho”. ¿A quién te llevarías a una isla desierta? Pausa. Aquí se ha tocado hueso. Algo cambia en él, los ojos empiezan a brillarle. “El rodaje más difícil que he hecho. Empaticé mucho con el personaje, tengo muy pocas cosas en común con él pero me costó un rato soltarlo. Se odiaba tanto a sí mismo y estar seis semanas cada día visitando esto me destrozó. El rodaje fue…”. Se le acaba la voz por un segundo.
“A veces empatizo demasiado, cuando es bueno saber separar las cosas. De pequeño luchaba mucho con eso, ahora lo llevo con más deportividad. Y eso que Jota [Linares, el director de la película] es un amor, no podría haber estado mejor acompañado”, reflexiona, reponiéndose. El gesto se le congela en media sonrisa mientras cuenta: “A veces me siento como, no sé, soy más sensible de lo que me gustaría. Una vez me puse a llorar en medio de la calle porque se había muerto Joan Margarit, un poeta que me gusta. Dije: ‘Pero por Dios, cómo puede ser… ¿Qué me está pasando?’. Pues que lloraba, y también reía. No sé”. ¿Se quiere él aunque sea un poco más que el personaje de la película? “Gracias a Dios, ¡creo que sí!”, alerta. “Estoy en un punto en que me escucho más. No es que no me escuchara antes, pero la vida tiene estos momentos: qué te gusta, qué quieres hacer. Ahora me presto más atención, creo que viene del confinamiento. En esos casi cien días pude reevaluar las cosas a las que prestaba importancia y que en realidad tampoco tenían tanta, y viceversa. Lo pasé en casa de mis padres aquí, en el pueblo donde vivía mi madre. Me di cuenta de que soy una persona muy familiar, me fui a Madrid hace nueve años para ser actor y ha ido razonablemente bien, pero siento que necesito mucho aún de mi familia”.
¿Un contrapeso al mundo de likes y focos? “Actuar es un circo. Tengo la suerte de que la mayoría de mis amigos no se dedican a esto. Mi mejor amigo es biólogo y mi mejor amiga, psicóloga. Si me comparo con ellos relativizo cosas de mi vida que, sí, son un poco extrañas”.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.