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Crítica | Amar
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Explosividad adolescente

En su primera película larga, Esteban Crespo encaja casi de un modo exacto dos de sus cortometrajes

La pareja protagonista de 'Amar'.
Javier Ocaña

AMAR

Dirección: Esteban Crespo.

Intérpretes: María Pedraza, Pol Monen, Natalia Tena, Gustavo Salmerón.

Género: drama. España, 2017.

Duración: 105 minutos.

Decir esto ahora puede parecer casi una excentricidad, pero Aquel no era yo, uno de los cortos fundamentales de la historia del cine español, finalista de la categoría en los Oscar de 2012, no era en modo alguno el mejor trabajo de Esteban Crespo. Era una pieza excelente, sí, pero también una pulcra anomalía en una trayectoria artística muy centrada en la desmesura adolescente y en la inmadurez del adulto, un relato sobre la otredad, sobre los críos de las guerras de allí, ensamblado en un universo creativo sobre la cotidianidad y el impulso de los críos de aquí. Y así se demuestra cuando, después de más de una década en el formato corto, Crespo ha dado el salto hasta el largometraje. Amar es el compendio perfecto de lo intrínseco de su obra anterior, un grandes éxitos interpretado con el pulso del que ya ha hablado, y sabe hablar, de su gran tema: el desbocado romanticismo juvenil.

En su primera película larga, Crespo encaja casi de un modo exacto dos de sus cortometrajes: el sutil, amargo y descorazonador Siempre quise trabajar en una fábrica (2005), su debut; y el volcán de emociones que era la pieza semilla del estreno de hoy, de título homónimo, Amar, también de 2005, justo la secuencia con la que arranca esta especie de versión extendida. No solo eso: en su película también aparece la incapacidad del adulto para tomar decisiones del sensacional Nadie tiene la culpa (2011), y hasta uno de los escenarios de Aquel no era yo, aquí casi metafórico y metalingüístico, aquellas palmeras toledanas que simulaban ser África. Eso sí, Crespo recicla su propia obra con dos esencialidades: ha madurado cinematográficamente mientras ha logrado conservar la energía juvenil de hace 12 años. Y sigue con su buena mano para la dirección de actores adolescentes, todos fantásticos, empezando por sus noveles protagonistas: María Pedraza y Pol Monen.

Amar es adolescencia inoculada en vena, con toda su fuerza. En la amistad, en las conversaciones, en las actitudes, en los planes, en el sexo. Tanta fuerza que la única duda que pulula en una película tan sincera es si con la deriva enfermiza de uno de los personajes en la parte final del relato no está perdiendo a parte de sus espectadores, de la empatía hacia sus criaturas, en beneficio de un subtexto, el del exceso, que al no desarrollarse puede entrar en pantanosos terrenos morales.

Con una luminosa fotografía de colores muy contrastados, acorde con la temática, y un interesante tratamiento de sonido y musical, nada complaciente, Amar se zambulle en la verdad a machamartillo, en las densidades de lo que puede parecer ingenuidad y solo es franqueza, en una explosividad razonada, si es que ello es posible, sobre las marcas, no los detalles ni las señales, del amor indeleble. El primero, el genuino.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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