Sr. Chinarro: “Me da vergüenza escuchar a C. Tangana, yo no podría contar cosas tan personales”
Compartimos unas cervezas con Antonio Luque en un extraño día nublado frente al mar de Málaga. Hablamos del nuevo disco que ya ensaya junto a Los boquerones en vinagre. Política, vacunas, ecología, nacionalismo, cultura, cocina y fútbol se cuelan en la conversación
El día es en blanco y negro. Tras un veraniego domingo de 35 grados, es jueves y parece otoño, pero es primavera. “Así es Málaga”, dice un camarero, que avisa a la clientela de que por mucho que lo indiquen las predicciones, “no se preocupen, que no va a llover”. Está de acuerdo Antonio Luque, que saca la misma conclusión tras mirar el mar y las nubes sobre la sierra de Mijas. Es lo que ha aprendido este sevillano tras 15 años viviendo junto a la playa en la barriada de El Palo. Llega tarde a la entrevista por una confusión —o eso dice— pero a cambio regala una conversación que se alarga más de lo esperado y que solo se detiene cuando aprieta el hambre.
“Desde chaval he pensado que se come en casa y se bebe fuera”, se excusa. Pide la primera cerveza y unas aceitunas. La primera llega veloz y con roña en la etiqueta. Las segundas, nunca. Las olas rompen en el muro que separa el Mediterráneo del restaurante El Balneario y empieza a dudar del sitio elegido. “Pero es que es una pasada. Es como estar en un barco”, apunta el músico. “Me obligo a venir de vez en cuando. Si no, esto es solo para los pijos y los concejales”, dispara.
Antonio Luque es Sr. Chinarro. La suya es una de las carreras más largas y prolíficas del indie español desde que grabara su primer larga duración (Sr. Chinarro, 1994). En sus canciones hay coros de Annie B. Sweet, Zahara o Linda Mirada e invitados como Enrique y Soleá Morente. Encauzó la carrera de La Bien Querida. Ha tocado para cero personas, en una despedida de soltera y como sorpresa para un tipo que salía de la cárcel. Compañero de promoción de Los Planetas o Australian Blonde, bandas como Love of Lesbian y Niños Mutantes fueron teloneros en sus conciertos. “Ellos han ido subiendo, me alegro porque son buena gente y a alguien le tenía que tocar, y yo me he ido quedando atrás. Pero es normal, lo que hago es raro, un poco majarón. Como siempre hablo con Jota (de Los Planetas), demasiado es ya haber llegado hasta aquí”, afirma.
A la espera de que pongan la vacuna a los nacidos en 1970, como él, “Janssen probablemente”, sale a correr por el paseo marítimo por las tardes, y por las mañanas ensaya tres veces a la semana en un polígono. Ha recuperado para su causa musical a José Tejada y Damián Fernández, la mitad de aquella banda malagueña que nunca cuajó, Los boquerones en vinagre. A ellos ha sumado ahora a Sandra Rubio en los teclados, como ya hiciera en el tercer y cuarto disco. Tiene septiembre en el horizonte, mes previsto para grabar el nuevo disco. Será el número 18 en la trayectoria chinarra. “Si entráramos al estudio mañana ya iríamos más preparados que en la mayoría de discos anteriores, pero no tengo prisas”, dice el músico en el momento que se rompe su silla. “Hoy no estoy teniendo suerte”, señala. “Igual teníamos que haber ido al Kali, en Pedregalejo, que tiene cerveza más barata”.
Cuenta Luque que sus nuevas canciones han ganado en intimidad. Sus discos son diarios con letras crípticas que apenas consiguen traducir un puñado de fans con poderes. “Cuento mis movidas, pero píllalo si eres capaz”, explica para referirse inesperadamente a C. Tangana. “Me preguntaba una amiga si me gusta, pero es que me da vergüenza. Me da vergüenza ajena escuchar a C. Tangana, yo no cantaría eso jamás. No porque esté mal, el chaval ha triunfado y me alegro mucho, es porque yo no me atrevo a contar cosas tan claras sobre relaciones personales”, aclara.
Dice que ahora ha dejado atrás la poética (“lo bonito me está tocando los cojones”, afirma) y prescinde de metáforas y comparaciones para ser más directo al explicar su realidad —hasta sus amoríos—, aunque le sigue ganando el pudor. No hablará del confinamiento, aunque algo escribió por aquel entonces. Fue más tarde, el pasado enero, cuando reunió bocetos e ideas que había acumulado para componer casi todo el disco nuevo, aún sin nombre. “Me vine para estar cerca de mi hijo. Vivo solo, en un sitio pequeño, donde nadie me molesta. Los artistas necesitamos soledad”, asegura. Quien sí le molesta es Hacienda, que no le deja desgravarse ni el alquiler de furgoneta para sus conciertos: “Querrán juntar dinero para rescatar a la aerolínea Plus Ultra”, deja caer.
El nuevo sonido con teclado le permitirá recuperar en directo viejas canciones que sus fans piden y él rara vez da, como Quiromántico (El porqué de mis peinados, 1997). Recordar temas es la única excepción para pinchar sus propios discos. “Los escucho y solo veo errores. Tienen que pasar por lo menos 10 años para ponérmelos, pero con la de música nueva que hay, para qué”. Tampoco suena en sus cascos música española, aunque últimamente sí ha habido una excepción con Reinaldo y Clara. “Los discos españoles, y con esto me enemisto con todos los técnicos de sonido de España, suenan a españoles. Ese no, quizá porque es catalán. No me convencieron con los lazos amarillos y quizá lo hagan por ahí”, dice Sr. Chinarro, que sí escucha a Phoebe Bridgers y se fía de los descubrimientos semanales de Spotify.
También encontró buena música en la playlist de H&M sin saber que muy cerca de casa hay un Mercadona indie donde suena Izal, Vetusta Morla o Niños Mutantes y hace la compra Elphomega. En su estantería, abiertos, están el libro Soledad, que escribió Caterina Albert en 1904 bajo el pseudónimo de Víctor Catalán; Ramon Vila Caracremada, el último maqui catalán, de Josep Clara, y El Oro, del francés Blaise Cendrar. “Quizá pronto tengamos que huir de este país, así que conocer la ruta de los maquis y saber francés será importante”, señala. “A los catalanes no les reprocho que quieran dejar de lado la caspa castellana”, advierte.
Pide la segunda cerveza, esta vez de barril, y se queja de que la música está ninguneada, de cómo la crisis sanitaria ha sido la excusa perfecta para eliminar la cultura: “Duele ver cómo tu profesión es marginada, cómo se burlan; como cuando daban al principio más aforo a las misas que a los conciertos”. A pesar de todo, se siente afortunado. Ve el mar desde su ventana a diario, ha ofrecido algunos acústicos y tiene fechas a corto plazo, como el 19 de junio en Vigo o el 30 de julio en Cartagena. Seguirá presentando El bando bueno, publicado en mayo de 2020, en plena desescalada. “Igual hay quien se entera ahora de que Sr. Chinarro sacó disco el año pasado”. Empieza a llover. “Como meteorólogo no tengo precio”, confirma mientras gira su silla para admirar las vistas sobre la bahía. En el restaurante ya huele a espeto de sardinas (“en eso Málaga sí que es un paraíso”, subraya) y dice que la alta cocina es humo, que en el mercado de El Palo hay un pescadero que se parece a Robert Palmer, pero que él no va a comprar porque le pillan el acento sevillano y le engañan.
En los últimos meses ha sacado tiempo para versionar Vendellós I para el disco homenaje a Triángulo de Amor Bizarro, lanzar un tema inédito, Qué cicatriz, y mantener su blog en la FNAC. ¿Quién tiene un blog hoy? Planea ya su siguiente disco, el 19, que promete grabar solo en casa con sintetizadores, samples y caja de ritmos. “Hay que llamar la atención, hacer otra cosa. Es como cuando Messi marca un golazo y ya nadie se sorprende. Aunque yo no soy el Messi de la música”. Podría haber sido el Gasol del baloncesto por su altura, pero odia este deporte y usa la radio deportiva para dormir porque le aburre. En la conversación hace comparaciones futboleras, pero solo ve al Betis y recuerda lo mal que lo pasó en la etapa de Quique Setién, que le cae mal. También suele estar atento a los partidos importantes, aunque la final del Villarreal no la vio porque se despistó. Mejor no saber con qué.
Junto al restaurante hay un viejo jardín con una enorme jaula abandonada. Es el escenario usado por su hijo, Guille, para grabar un videoclip con el que asoma por la música. En Mushroom Pillow, sello para el que graba el Sr. Chinarro, ya le siguen por Youtube. “Tiene mucho talento y escribe bien, pero es muy joven, tiene 15 años. Yo le he dicho que cuando sea mayor, como mínimo 18, le haremos un disco. Eso sí, tiene que estudiar”, apunta responsable el padre, que pone de ejemplo a Juan Alberto, líder de Niños Mutantes, porque compagina la banda granadina con su trabajo como abogado.
Luque quiere tener pronto entre manos la que sería su segunda novela tras Exitus (El Aleph), “la difícil”. No se ha sentado a escribir, pero le apetece. La protagonizará un ingeniero agrónomo —como él— que es aficionado por la música y le servirá para relatar sus vivencias en Málaga —que también aparecen en las páginas del divertido y singular libro de conversaciones Había una vez Sr. Chinarro (Muzikalia)— empezando por su llegada a la Costa del Sol como inspector fitosanitario. “En esa época veía una araña roja a muchos metros de distancia. Mandé tantas rosas a quemar en la aduana que nunca me volvieron a llamar”, recuerda. Otro día abrió una palmera para comprobar que no había ningún escarabajo picudo rojo en su interior. “Corté, saqué el palmito y le pegué un bocado, solo faltó ponerle mayonesa”, rememora entre risas.
El estómago avisa, pero como se come en casa y se bebe fuera, Luque pide la tercera cerveza. Habla del pique entre Málaga y Sevilla, que según él viene desde la Expo 92 y por eso ahora la ciudad malagueña aspira a su exposición en 2027. “Y quieren hacer el edifico polla en el puerto, por envidia con la torre Pelli”, dice cuando se escucha crujir su nueva silla. “¿Necesitan una expo para tener un bar donde no se rompan las sillas?”, se pregunta al tiempo que habla del catetismo de las rivalidades y los nacionalismos o que “la única realidad, lo único no opinable” es la crisis climática: “Buceas y es todo mierda, la playa está llena de colillas, plásticos, toallitas [como él mismo adelantaba en Vacaciones en el mar]. Todavía hay quien niega el cambio climático, vota a Vox y dice que el humo se va a no sé dónde. Ahí es donde deberían irse ellos”.
Añade que, si los ricos de Madrid quieren llegar a El Corte Inglés en coche, que lo hagan si la gente les vota. “Lo que no tiene sentido es que les voten pensando que al votarles se convierten en ellos. Se ponen la banderita, van de Vox y ya son ricos aunque no tengan ni para pesarte. ¡Pero si nunca les van a admitir en el grupo!”, se enciende. “En realidad quien se mete en política no puede ser buena persona. Y si lo es, sale rápido. Mira a Pablo Iglesias. ¿Quién aguanta ese machaque de los malos?”, se moja. “Me estoy mojando demasiado”, se advierte a sí mismo. También literalmente: la lluvia cae ahora a granel y el toldo gotea. Hay que cambiar de mesa.
El apetito crece y se abstiene de pedir la cuarta cerveza. Se piensa si subir al tonel que dice tiene por a casa a por la botella de Oporto que alguien le regaló, pero da marcha atrás. Dice que tras el confinamiento está en fase expansiva. “Hasta yo eché de menos a la gente”, afirma al tiempo que subraya que le gusta cocinar, que le sale bien el arroz negro, los potajes, lo fundamental, el atún vuelta y vuelta. La lluvia arrecia, paga la cuenta y se va sin paraguas. El restaurante está vacío. Sí, teníamos que haber ido al Kali.
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