Antonio Luque: “No soy creyente en el amor. El sexo es más poderoso”
El Sr. Chinarro arrancó con la guitarra que le dio su abuela en la primera comunión. Décadas después, el micro ya no le da miedo
He quedado con Antonio Luque, líder y único miembro fijo de Sr. Chinarro, en un lugar inusual. Can Negre, en Sant Joan Despí, epicentro del extrarradio barcelonés, a tiro de piedra de donde yo nací. Es una casa modernista en mitad de una plaza peatonal, lo único hermoso en varios centenares de metros a la redonda. Es asimismo un día espléndido, soleado y nuevo y perfecto, inaudito en octubre. El típico día que va a torcerse por algún lado, porque nada tan perfecto puede durar.
Él llega, y todos le miramos. Cuando digo todos me refiero al fotógrafo, a la dueña del bar y a mí mismo. Luque reclama miradas. Es muy alto, su pelucón muy arbóreo, su porte muy señorial. Cuando me da la mano, aquello parece una escena de El señor de los anillos con Gandalf y Bilbo Bolsón. Luque acaba de sacar Perspectiva caballera, nuevo disco cuando casi no ha pasado un año del anterior. En un instante hablaremos: de casiotones, de Red House Painters, de follar, de Ilegales y del mundo como lugar peligroso. Cervezas, grabadora, carraspera, acción.
PREGUNTA. Nuestro bagaje infantil y adolescente suele explicarnos al dedillo. ¿Cómo creciste tú? ¿Era tu familia muy musical?
RESPUESTA. No. Cuando éramos bastante pequeños, a mi padre le robaron el radiocasete del coche y durante siete u ocho años no había más música en casa que la televisión. Que menos mal que por aquel entonces era mejor que ahora. Recuerdo que mis padres se sorprendían porque yo adivinaba el nombre de la canción antes de que saliera el rótulo en pantalla. Hasta que por fin compraron un Sanyo; pero no eran mucho de escuchar música, no.
P. ¿No recuerdas que escucharan folclore o pasodobles?
R. Cuando conseguí, sacando buenas notas, y a fuerza de mucho insistir, que me regalaran un equipo de música humilde ya tenía 15 años. Y tuve que sacar sobresalientes [sonríe]. Ellos tenían por casa algún disco de Alberto Cortez, y en el radiocasete que les robaron escuchaban a Nino Bravo. Que a mí me encantaba, y aún me parece muy bueno. Yo los recuerdo disfrutando mucho porque, claro, eran muy jóvenes. Cuando yo nací, en 1970, ellos tenían 24 y 20 años. Luego pasaron, supongo, por algunas fases más duras de la vida, cuando la crisis… La que ahora es la de los 40 y antes era de los 30. Y de esa crisis ya no salieron escuchando música.
P. ¿Cuál fue el primer disco con el que te dijiste: “Esto mola más que lo que escuchan mis padres”?
R. Yo ya tenía oído musical. El otro día escuché un monólogo de Joaquín Reyes, cuando ya había grabado la canción en la que menciono el casiotón [Ácido fórmico], y hablaba de cómo en los ochenta todos teníamos el mismo cacharro. Todos los amigos intentaban tocarlo y no les salía, en cambio yo me sacaba el Para Elisa de Beethoven. Solo la primera parte, obviamente [risas]. O las sintonías de los dibujos animados. Y cuando apareció aquel otro teclado que tenía los graves y los ritmos, aquello era un flipe. Pasaba horas y horas. Además, yo era de un barrio, el Polígono de San Pablo, donde no siempre podías estar en la calle. No eran las 3.000 viviendas, pero era un barrio donde por la noche rompían las ventanillas de los coches y te robaban el radiocasete. Como le pasó a mi padre [risas]. Yo bajaba a jugar al fútbol y a menudo terminaba a pedradas. Al final aprendí también a tirar piedras, y le abrí la cabeza a uno. Mira, tenía esto aún por confesar [risas].
P. Me encanta que me hayas contado lo del casiotón, pero antes te preguntaba por discos de adolescencia.
R. Bueno, depende donde marques que empieza la adolescencia. A mí aún me pilló la movida. Todos aquellos grupos me fliparon. Recuerdo decirle a mi padre que quería ir a ver a Aviador Dro, en 1983 en Alcalá de Guadaira, cuando yo tenía 12 años. Pero mi padre llegaba cansado del curro y no me iba a llevar a un concierto. Con 15 años fui al Cita en Sevilla, a ver a Ilegales y a Rosendo, que tocaron en el solar de la Maestranza. Aquel fue el primer concierto de mi vida y yo era muy fan de Ilegales; salió Jorge Martínez y flipé. Si sigue pletórico con la edad que tiene, imagina cómo era en 1986.
Para mí el mundo sigue siendo un Polígono de San Pablo. Peligroso. Bastante hago con subirme a un escenario
P. Una bestia parda.
R. Una bestia, sí. También coleccionaba programas de una emisora de pueblo, de Tomares, cuya onda llegaba no se sabe cómo al Polígono de San Pablo. Tenía que ponerme en la cocina para sintonizar ese programa donde ponían no ya Radio Futura, sino grupos más oscuros y maquetas. Y luego está la guitarra que me regaló la abuela en la primera comunión y que yo tocaba de modo impropio. Allí ya me daba por lo experimental, que culminaría en Sonic Youth y cosas así [risas].
P. Si piensas en cómo eras de joven, ¿en qué te pareces a aquel fulano?
R. Creo que no cambiamos mucho. Y más si eres como yo, alguien que vive aislado, en una burbuja. Igual porque pienso que todo el mundo es el Polígono de San Pablo, que el mundo es un lugar peligroso y hay que tener cuidado. Demasiado me entrego, especialmente si me paso con la cerveza. Y eso me convierte en vulnerable, claro. Aunque con el tiempo he pasado de lo que pudiesen decir de mí. Sigo siendo el niño encerrado con su Casiotone y los clicks [ríe].
P. Vuelvo a escuchar Ouija o Quiromántico y me doy cuenta de que casi mascullabas, como si no quisieras que se te entendiese.
R. El micrófono me daba mucho más miedo que ahora. Pero de todo aprende uno. El ingeniero de sonido de Ronroneando (2008), José María Sagrista, me dijo una cosa que transformó el momento de grabar la voz de tortura infinita a algo rutinario. Era tan sencillo como quitarme uno de los dos auriculares. De repente oyes la voz normal, no de retorno y rara. Ahora te lo quitas y pides que te bajen el playback, y ya está. Antes me daban diarreas [ríe].
P. En general se te ve más feliz ahora que en 1998. No sé si porque entonces había una sobredosis de The Cure o qué.
R. Bueno, va por rachas. Pero el sonido opaco contribuía a dar esa sensación. Eso me lo tienen que perdonar los fans de esos discos. Sonaban mal. Pero en el nuevo disco se nota que he pasado una época que no ha sido de mis favoritas [ríe]. Igual debería haberlo grabado en menos días para que sonara más triste, como aquello de antes.
P. El cambio en tu carrera fue cismático. Muchos fans se encolerizaron cuando tomaste el camino de El fuego amigo (2005), con un nuevo tipo de letras y vocación. Con Ronroneando y Presidente (2011) ya les dio un ictus.
R. [Algo molesto] Me fascina que haya gente que venga a contarme mi película a mí, cuando yo era el único que estaba allí. Yo he visto la gente que había antes y ahora en los conciertos. Lo que pasó, y por qué cambié. Todo esto ya lo sé [ríe]. En aquella época hacía unos arreglos muy raros, las canciones no tenían estribillos, a las mezclas no se les dedicaba el tiempo suficiente porque no había presupuesto. Fue Jota el que, con El fuego amigo, después de haberme quedado sin curro en la fábrica, con un niño a cuestas, me dijo: "Tío, tú puedes vivir de esto". Me dio una serie de consejos que empezaron a funcionar. Por suerte. Porque si no estaría en la calle, o me habría tirado de un balcón, ¿sabes?
P. [Azorado] No, si yo celebro la segunda etapa. Soy de los conversos de 2005, que quede claro.
R. [Algo molesto aún] Si resulta que ahora lo que mola es lo primero y los discos que he hecho desde El fuego amigo son una mierda. No me cuesta nada tocar canciones de los primeros: si así van a venir 2.000 personas a los conciertos, pues perfecto. Toco el Compito (1996) entero. Pero tampoco es verdad. Lo que da un poco de rabia es la gente que dice: "Mira, era un friki, como Daniel Johnston, y ahora está pagando las letras, y vive de esto, y se levanta a la hora que le sale de los cojones". Y van a degüello. Pero eso es típicamente español, ¿no? Por eso entiendo que los catalanes os queráis independizar [ríe]. Porque esa manera de ser del español me parece abominable.
Jota me dio una serie de consejos que empezaron a funcionar. Por suerte. Porque si no estaría en la calle, o me habría tirado de un balcón, ¿sabes?
P. Irvine Welsh me decía que pasó de ser un héroe local a un sucio vendido en cuestión de pocos años, y eso que Trainspotting era el mismo libro. Solo había vendido más.
R. Claro. A eso no se le puede prestar mucha atención. Por eso te decía que para mí el mundo sigue siendo un Polígono de San Pablo. Peligroso. Bastante hago con subirme a un escenario, arriesgándome a que me tiren una manzana con un puñal dentro, como en aquella película.
P. ¿Has ganado en confianza escénica? Muchos músicos jamás superan el pánico.
R. No, eso siempre está allí. La flojera. El dolor de barriga. Viene bien si tienes algún problema de tránsito intestinal [ríe]. Yo creo que como no sea toreando —ellos sí lo pasan mal, porque la cosa encima tiene cuernos—, nunca se pasa peor que subido a un escenario.
P. Cuando antes decías que esta época no había sido de tus preferidas, ¿a qué te referías?
R. Bueno, Enhorabuena a los cuatro (2013) no funcionó muy bien. Trataba de un tema demasiado concreto como para que mucha gente lo sintiese suyo: las relaciones a distancia y la imposibilidad del amor en general. Me estaba riendo del amor y es un tema que no puede ser popular, porque la gente se tiene que agarrar a algo, y yo la idea del amor me la tomo siempre con una cierta distancia. No soy muy creyente [ríe]. Me parece que el sexo es una fuerza mucho más poderosa. Pero la gente quiere seguir con lo platónico; y así les va.
P. El sexo puede ser también muy engañoso. ¿Quién no se ha colgado de un pollino o una boba solo porque el sexo chutaba? Un amigo mío dice: “Desconfía siempre de la lujuria”.
R. Todo es una ilusión. Y ya que estamos en una ilusión, al menos que estemos bien follaos, bien dormíos y bien comíos.
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