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La gran transferencia: por qué los ‘millennials’ están a punto de heredar miles de millones de euros

La generación del ‘baby boom’ va a legar a sus descendientes un botín gigantesco en propiedades inmobiliarias. El problema es lo de siempre: sigue sin llover igual para todos

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Miquel Echarri

La madrileña Iris M. admite, no sin cierta vergüenza, que estuvo recibiendo una “generosa” asignación mensual de sus padres hasta los 31 años, época en que completó sus estudios superiores de diseño 3D en Boston. Ahora tiene 37, ha vuelto a Madrid y trabaja como grafista freelance para varias empresas españolas y estadounidenses, unas tareas a las que “muy rara vez” dedica más de 15 horas semanales. Iris es rica, o al menos tiene un poder adquisitivo muy por encima de la media. Hace año y medio heredó de sus padres una serie de propiedades, empezando por un bloque de viviendas en el barrio de Chamberí. Ella vive en el ático y tiene alquilados seis apartamentos, más otros dos que dedica, de manera esporádica, al alquiler turístico. Desde que recibió su herencia, ha pasado de una vida de “pizzas, kebabs, pisos compartidos y vacaciones precarias en youth hostels europeos” a viajes transcontinentales con su pareja, hoteles y buenos restaurantes.

Arturo L.F., barcelonés de 41 años, volvió hace seis meses a casa de sus padres tras una relación fallida. Aunque asistió a escuelas de interpretación, gestión empresarial y hostelería, no consiguió completar sus estudios superiores. Su vida laboral ha resultado “muy frustrante” hasta la fecha: menos de cinco años cotizados más algún que otro periodo trabajando en negro. Pero Arturo tiene un plan. Es hijo único y cuenta con heredar a medio plazo las dos viviendas de sus progenitores, una en el centro de Barcelona y otra en Asturias. Venderá o alquilará una de ellas, se instalará en la otra y espera recibir también dinero en efectivo y propiedades menores como “un terreno, una plaza de aparcamiento y un trastero”. Divorciado desde hace una década, tiene una hija de 11 años que vive con su antigua pareja. Su proyecto a estas alturas consiste, según reconoce con amarga ironía, en vivir de la herencia de sus padres hasta que pueda vivir de su hija.

A diferencia de Iris y Arturo, Ignacio M., gestor financiero andaluz residente en Madrid que acaba de cumplir 43 años, tiene una carrera laboral “satisfactoria” que le proporciona ingresos muy por encima de esos 27.000 euros anuales que marcan la barrera del salario medio en España. Disfruta con sus quehaceres cotidianos, conserva la ambición y no tiene la menor intención de retirarse de manera prematura, pero, según confiesa sin ambages, “bien podría hacerlo si quisiese”: su hermana y él acaban de heredar de su madre un patrimonio inmobiliario que “una vez pagados los impuestos, vendida una parte y alquilado el resto” les ha dejado la vida “más que resuelta”. “Es el signo de los tiempos”, añade, “la mayoría de mis compañeros de generación están en situaciones parecidas a la mía, con herencias y dinero fresco, dejando atrás, en muchos casos, décadas en las que les tocó vivir a salto de mata”.

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Estos tres ejemplos son casos más o menos extremos de un fenómeno que se viene anunciando desde hace al menos diez años y que cada vez resulta más evidente. Los medios anglosajones ya le han asignado una etiqueta muy expresiva: la Gran Transferencia de Riqueza (aquí, la Gran Sucesión). Afecta, en general a una generación en pleno declive biológico, la de los boomers (nacidos entre el final de la Segunda Guerra Mundial y los primeros sesenta, hijos de esa generación silenciosa que padeció la crisis del 29 y el desastre bélico) y otra a la que queda aún mucha vida por delante, los millennials, nacidos entre 1981 y 1996. Los primeros vendrían a ser, según la periodista de New York Magazine Katie Arnold-Ratliff, “la generación más rica y próspera en términos relativos de la historia económica de Occidente”. Y a los segundos les correspondería recibir a medio plazo la más formidable herencia intergeneracional que ha conocido el ser humano: 124 billones de dólares (unos 112 billones de euros) en activos de todo tipo que cambiarán de manos en los próximos 20 años solo en Estados Unidos. En España, utilizando grosso modo los datos de la última Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España de 2022, se calcula que los babyboomers acumulan un patrimonio neto de cuatro billones de euros. Emparedada entre unos y otros, como casi siempre, queda la generación X (los nacidos entre 1965 y 1980), más cercana en términos estadísticos, según apuntan la mayoría de expertos, a los herederos universales que a los grandes detentadores de riqueza. Tal y como explica otra redactora de The New York Mag, Madeline Leung Coleman, el mecanismo de transferencia es muy sencillo de entender: cada año que pasa, los boomers se aproximan un poco más a la extinción biológica o se muestran más dispuestos a ceder en vida a sus herederos un patrimonio que ya no necesitan.

Para los millennials, la primera generación en mucho tiempo que parecía predestinada a vivir peor que sus padres, esta transferencia puede suponer un vuelco existencial insólito. En España son algo menos del 19% de la población nacional. El 84% residen en área urbanas, su nivel formativo es el más alto de la historia de España (el 67% ha obtenido títulos universitarios o de posgrado) y solo el 48% tiene hijos. Una encuesta reciente de Audience Origin apunta a que, pese a sus excelentes credenciales educativas, solo uno de cada cuatro percibe ingresos por encima de la media del país.

En palabras de Eva Ducka, profesora de EALDE Business School, son (muy a su pesar) una generación curtida en la adversidad, que ha conocido en su vida adulta “muy pocos periodos de bonanza económica”. Fueron los principales perjudicados por la incertidumbre que trajo la crisis de 2008 y su incorporación al mercado laboral ha sido tardía y precaria. Ninguna otra generación ha tenido tantas dificultades para emanciparse y acceder a una vivienda digna, y sus ingresos se desplomaron durante la pandemia. Esas convulsiones sucesivas han dejado profundas cicatrices en la salud de sus finanzas: aún hoy, solo el 44% de los españoles de entre 30 y 45 años dispone de vivienda propia (por el 67% de sus predecesores, los X), y más del 33% tiene deudas no hipotecarias, un porcentaje muy superior al del resto de grupos de edad. A juzgar por las proyecciones de transferencia de riqueza que manejan los analistas, es precisamente esa generación de sufridores crónicos la que está a punto de enriquecerse de manera algo tardía, aunque justo a tiempo de garantizarse una vejez plácida como la de los boomers: solo el 12% vive de alquiler.

Tal y como explican Enrique Martín, director asociado y experto en vivienda de Analistas Financieros Internacionales (AFI), y Marina Asensio, consultora del mismo organismo, la concentración de riqueza en España tiene que ver, sobre todo, con el patrimonio inmobiliario. Si algo van a heredar masivamente de sus padres los millennials españoles es ladrillo que podrán vender, alquilar o convertir en sus propias residencias libres de hipoteca: “El análisis del estudio Demografía, vivienda y brechas de riqueza de la fundación AFI Emilio Ontiveros destaca que la concentración de riqueza en propiedades inmobiliarias de los españoles de más edad va a traducirse muy pronto en una importante transmisión a las generaciones más jóvenes”, explican Martín y Asensio por correo en respuesta a las preguntas de ICON.

Pese a todo, ese diagnóstico general debe ser matizado: “Las generaciones más jóvenes tienen menos integrantes que sus predecesoras, así que, al disminuir el número de receptores, la riqueza transferida va a concentrarse en menos manos”. Más aún: un alto porcentaje de millennials y zetas no van a beneficiarse de estas transferencias, “tanto por lo limitado del patrimonio de sus padres como por tratarse de inmigrantes de primera o segunda generación que no cuentan con mayores propietarios”. En consecuencia, es previsible que el resultado de la gran transferencia sea, en España, una sociedad aún más desigual. En concreto, según un artículo de los investigadores Pedro Salas-Rojo y Juan Gabriel Rodríguez, las herencias son responsables de casi el 70% de la desigualdad de la riqueza. Por último, destacan los expertos, “toda esta transmisión queda sujeta a que no licue el patrimonio antes de la herencia, ya sea debido a un uso del ahorro financiero con vistas a la jubilación o porque se recurra a otros instrumentos financieros de licuación de patrimonio inmobiliario”, aunque estos últimos “aún no son tan frecuentes en España como en otros países”. Hablamos de figuras como la nuda propiedad. Personas, generalmente de una edad, que venden sus viviendas con derecho a ocuparla hasta su muerte. Ellos tienen una jubilación tranquila, pero a cambio sus herederos se quedan sin casa.

Como reflexión final, Martín y Asensio sugieren un análisis en detalle de los resultados del Atlas de las oportunidades publicado por la Fundación Felipe González y Cotec sobre movilidad social. En él es constante “una elevada correlación entre la renta de los padres y la renta de los hijos”, aunque siempre “con una alta variabilidad que sugiere que otras variables relevantes influyen también en el nivel de renta”. La tesis de la Gran Transferencia inminente gana muchos enteros si se considera desde Estados Unidos, donde ya se estaría produciendo. La ya citada analista financiera Madeline Leung Coleman destaca que los boomers concentran alrededor de la mitad de la riqueza de la nación. En consecuencia, se han convertido en proveedores masivos de apoyo financiero a las generaciones que vienen a continuación: “Solo uno de cada tres adultos menores de 43 años depende por completo de sus propios recursos y no recibe ningún tipo de ayuda económica de sus padres”. Coleman concluye, centrando la mirada en ese gran observatorio de tendencias globales que es la ciudad de Nueva York, que “si conoces algún neoyorquino menor de 50 años que viva como si aún estuviésemos en los noventa (en su propio apartamento, saliendo de fiesta una noche tras otra, llevando a los niños a una guardería privada y con ahorros para plantearse algún que otro viaje a Europa), lo más probable es que tenga a un boomer rico detrás”.

La analista añade que este pacto de solidaridad intergeneracional que tanto beneficia a los millennials incluye también, cada vez más, el acceso gradual a una parte de la herencia antes de que lo padres fallezcan. Las fórmulas son múltiples, pero las más frecuentes incluyen asignaciones económicas directas a fondos con control parental (fideicomiso), avales a créditos hipotecarios o de estudios, pago de tarjetas de crédito o la posibilidad de vivir en viviendas que son propiedad de los padres a precios muy inferiores a los del mercado.

Estas microtransferencias de riqueza más o menos encubiertas están manteniendo a flote a muchas víctimas de la incertidumbre económica global y anticipando el gran vuelco que, en palabras de Coleman, “va a cambiar las reglas del juego para siempre”. La ironía la sirven fría: poco a poco, aquel ok boomer con el que los millenials se mofaban de sus mayores va dejando paso a un contrito “gracias, boomer”.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.
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