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Los ‘boomers’ que no serán abuelos: entre el duelo y la aceptación

Muchos dieron por hecho que tendrían nietos, pero la generación del ‘baby boom’ ve ahora que la posibilidad se reduce a medida que pasa el tiempo y sus hijos deciden no tener descendencia o se ven inducidos a no tenerla por el contexto socioeconómico

Abuelos

Ramón, informático jubilado de 65 años, recuerda una conversación entre compañeros de trabajo hace más de 20 años. “Estábamos bromeando, hablando de lo que queríamos ser cuando fuéramos mayores, y yo dije: ‘Yo quiero ser abuelo”, cuenta por teléfono. Sus dos hijos, de 36 y 34 años, no tienen descendencia ni contemplan la posibilidad de momento, una realidad que pesa en su hogar. Aun así, Ramón no pierde la esperanza de que algún día le hagan abuelo, aunque le pille ya mayor: “Miro alrededor y veo a los amigos, a algún hermano que ya tiene nietos y disfrutan de ellos. Es una alegría”.

Al otro lado del teléfono, Mari Carmen, su mujer, no quiere quedarse al margen de esta conversación que revela un debate recurrente en esta casa. El tema no es un tabú, pero Ramón confiesa que no pregunta mucho para no hacer sangre. Su hijo vive en Baleares y está soltero y su hija vive en el Reino Unido junto a su pareja, pero por circunstancias laborales y falta de prestaciones sociales ni se lo plantean. “Yo prefiero que no tengan hijos tal y como están las cosas: sería muy complicado. Se encuentran solos y no tienen el apoyo que tendrían de estar cerca de los abuelos”, explica Mari Carmen.

En España, el número medio de hijos por mujer se redujo hasta 1,12 en 2023, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Entre 2013 y 2023, el número de nacimientos ha caído un 24,7%, y la edad media de las madres se sitúa ahora en 32,6 años, con un 10,8% de mujeres que llegan a la maternidad con más de 40 años, frente al 6,8% en 2013. Estas cifras muestran un freno y un retraso de los procesos biológicos que también impacta directamente a los posibles abuelos.

“Mis compañeros de golf suelen hablar mucho de sus nietos. Al principio, cuando empezaron a aparecer los nietos en mi entorno, me sorprendía que alguno ya fuera abuelo. Y cuando quise darme cuenta, todos lo eran menos yo”, cuenta Francisco, de 74 años. Sus hijos, de 47 y 43 años, han decidido no ser padres. Laura, la hija, asegura que nunca ha querido ser madre y solo se lo planteó tras casarse, por la presión social. “Tenía dinero, una posición estable, era el momento más propicio y se me pasó por la cabeza, pero luego las cosas cambiaron y ahora mismo no quiero tener niños, pero es que tampoco podría, desde el punto de vista económico y laboral”, explica esta mujer que cree que su padre “se ha resignado a no ser abuelo”. “Lo voy aceptando”, dice Francisco, aburrido ya de escuchar a sus amigos hablar de sus nietos. “Puede que en el fondo lo sienta así porque querría contar también de los míos y no puedo. Como nos pasa a todos, a veces pienso que yo lo haría mejor. Cuando andan cansados de llevarlos y traerlos, pienso que yo jugaría más con ellos y disfrutaría más, aunque a veces los veo muy ocupados y cansados. Eso me hace sentir bien, más liberado que ellos”, dice.

Hablar con el entorno y soltar expectativas sobre ser abuela o abuelo ayuda, pero también lo hace entender que el contexto social ejerce una presión sobre el individuo. Además, hay que recordar que hay otras muchas cosas que ayudan a disfrutar de la vejez.

Francisco ve que es ya mayor, que sus hijos también lo son y que no hay niños en su familia que renueven la vida. Eso parece ser lo que más le pesa en esta historia, ver en cierto modo el fin de una saga. “Ya no habrá quien nos recuerde como aquellos abuelos o bisabuelos de las fotos antiguas —comenta—. Nos acabamos aquí, con nuestros hijos. No es que tenga mucha importancia, pero a veces lo pienso: mi casa, mis cosas, los recuerdos de familia, las costumbres, todo se acabará ahí. No es que me entristezca mucho, pero lo pienso. No quedará transmisión alguna”.

En su consulta, la psicóloga y terapeuta familiar Pilar Gómez-Ulla ve a menudo a jubilados que llegan con la necesidad de adaptarse a una situación vital que se aleja de las expectativas que habían podido tener de esta etapa. “Es un tema que sale a menudo con personas que vienen por otros asuntos. Es parte de lo que les está pasando: esperaban estar cuidando nietos y no los tienen o viven lejos y no pueden disfrutar de ellos. Les cuesta adaptarse a esta nueva etapa en la que no saben cuál es su rol en esta sociedad”, explica.

Ramón lo resume en una frase que ha escuchado desde siempre: “Los hijos son para criarlos y los nietos para disfrutarlos. Es la ocasión de pararte a hacer las cosas que cuando estabas trabajando no podías hacer. Y luego la satisfacción de enseñarles, de darles ese complemento que sus padres a lo mejor no pueden darles ahora. Ese tiempo, ese capricho, ese secreto compartido…”, reflexiona este cordobés. El recuerdo de su abuelo, un hombre serio con quien tenía un vínculo muy especial, le emociona al pensar en su propia infancia y en esa figura familiar.

“Es una etapa de crianza de más ternura y menos disciplina. Pero además de lo evidente, la relación intergeneracional es una riqueza enorme: sentirse parte de una familia, de un linaje, escuchar sus historias y saber de dónde vienes. Los abuelos son un apoyo para hijos y para nietos, son confidentes y acompañantes”, considera Gómez-Ulla. Con sus pacientes, esta psicóloga constata que la precariedad laboral y el difícil acceso a la vivienda impacta en la salud mental de las familias con hijos, pero también en aquellas que no los tienen: “Hay un duelo que tiene que ver con que tengo que ir ajustando constantemente mis expectativas. Los procesos que muchas personas se imaginaban viviendo a cierta edad se han atrasado: la emancipación, el momento de construir una pareja estable, de tener hijos. Y uno de esos procesos es este: me imaginaba con nietos, pero mis hijos o bien no se lo plantean o no tienen posibilidad”.

La transmisión intergeneracional parece pesar más a Francisco y a Ramón que a sus mujeres. La mujer de Francisco, Ana, anima a sus hijos a que disfruten de una vida sin ataduras, quizás por su propia experiencia de haber sido madre joven y ama de casa. Consuelo, médico jubilada de 69 años, también se muestra comprensiva con la elección de sus hijos de no ser padres. “Para mí no es un trauma no tener nietos. Veo a mis hermanos con sus nietos y sería bonito, por supuesto, pero yo creo que mi hijo piensa que traer hijos a este mundo con la perspectiva que hay… Yo tampoco soy muy optimista”, admite.

Ninguno de sus dos hijos quiere tener retoños. El mayor está casado, pero ha sacado la idea de tener descendencia de la ecuación familiar. De tanto ver las fotos de los nietos de sus amigos y hermanos, Consuelo piensa a veces que tener un nietecito “estaría bien”. “Yo le enseño las fotos de los niños y mi hijo me dice: ‘¡Mamá, no me enseñes más fotos de niños chicos!’ o ‘¡No esperes que te vaya a hacer abuela!’. Así que se acabó la discusión. No espero nada. Si vienen, bienvenidos sean, pero tampoco tengo un interés especial”, señala Consuelo. En el caso de su hijo, también entiende que la situación laboral no es la mejor. “No le falta trabajo, pero no tienen estabilidad económica. Les da para vivir”, añade. Paradójicamente, su hijo mayor confiesa sentirse culpable por no darles nietos, aunque no quiera ser padre.

Para hacer frente a esta situación, Gómez-Ulla insiste en que no se puede psicologizar todo y argumenta que hablar con las personas de nuestro entorno puede ayudar a hacer que los posibles duelos por esa ausencia sean más llevaderos. “Hay una adaptación a la situación que nos toca. Puede ser un duelo en algunas ocasiones, aunque hay otras personas que no lo viven así, pero puede ser un dolor”, dice. Hablar y soltar expectativas ayuda, pero también entender que el contexto social “ejerce una presión sobre el individuo y condiciona nuestras vidas”, añade.

Lejos de esa visión idílica de la vejez donde parece que la única nota positiva es la posibilidad de ser abuelo, como parece vender la publicidad, Consuelo asegura que hay otras muchas cosas que la ayudan a disfrutar de la vejez. Francisco juega al golf y concede caprichos a su gato, al que se refiere como una especie de nieto; y Ramón se vuelca en su familia y en las cosas sencillas de la vida, sin deshacerse de la esperanza de que quizás algún día, cuando sea más mayor, será por fin abuelo.


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