¿Cómo se reparan cientos de años de esclavitud y discriminación?
En EE UU esta pregunta es cada vez mas habitual y está dando lugar incluso a pagos espontáneos de blancos a ciudadanos negros que ni siquiera conocen. No parece la mejor solución
Milly Tamarez es una cómica y guionista estadounidense de origen dominicano. Aunque creció en Miami, fue a la Universidad en el famoso condado de Orange de California, donde se rodó The O.C., donde suelen ganar los republicanos y donde el aeropuerto se llama John Wayne. “Es un sitio muy racista. Una vez, debía ser 2012, lo estábamos comentando por Facebook con varios exalumnos y uno de ellos, blanco, me corrigió. Me dijo que me equivocaba y que no sabía nada. Tres años más tarde, cuando ya había ocurrido el homicidio de Trayvon Martin, el adolescente al que disparó la policía cuando venía de comprar té helado y Lacasitos en un 7-Eleven, este tipo, mi excompañero, se puso en contacto conmigo y se disculpó. Me dijo que había estado reflexionando y que lo que me dijo estaba mal. Le respondí que vale, que apreciaba su disculpa. Pensaba que la cosa quedaría ahí. Pero al día siguiente me escribió para preguntarme si podía hacer una captura de pantalla de nuestra conversación y colgarla en su Facebook. No me lo podía creer ¡Yo no le importaba una mierda! Solo quería quedar bien en las redes”.
De está anécdota tan ilustrativa sacó Milly la idea para White Forgiveness (perdón blanco), el proyecto con el que ha ganado unos 5.000 dólares aprovechándose de la culpa de los ciudadanos de raza blanca. “El primer vídeo que colgué en YouTube era como una broma: si te sientes mal, envíame dinero y yo te absuelvo de tus pecados racistas. Pero la gente empezó a tomárselo en serio y a enviarme dinero de verdad”, explica. La cosa va así: quien quiera expiar su culpa, le envía un Venmo (el equivalente estadounidense a Bizum) a Milly y en el mensaje explica su historia. Entonces ella lo cuelga en su Tumblr, que se llama así, White Forgiveness.
Redistribución micro
Lo curioso es que este año, en todo Estados Unidos, muchos blancos se han entregado, sin rastro de ironía, a comprar su “perdón blanco”. Algunos, a través del gesto de gastar en comercios propiedad de afroamericanos, y otros de manera más directa, haciendo microdonaciones a través de aplicaciones a conocidos afroamericanos o a gente más o menos aleatoria que muchas veces se queda sorprendida al recibir 20 dólares de un completo desconocido.
El fenómeno se intensificó en torno al 19 de junio, cuando se celebra juneteenth, la fecha en la que se conmemora la liberación de los esclavos, pero lleva dándose de manera más o menos estable desde que, en el mes de mayo, la muerte de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis encendió de nuevo el movimiento Black Lives Matter. The Washington Post y el podcast Reply All han dedicado espacios al suceso, con testimonios como el de Parker Gillian, una afroamericana estudiante de marketing de 24 años que, tras colgar en su Instagram varios consejos sobre cómo deberían comportarse todos esos “aliados blancos”, recibió 20 dólares en su cuenta de parte de un compañero. “¡Yo no soy tu causa solidaria!”, pensó, algo airada.
En el podcast también habla Maya, una fotógrafa negra que recibió una pequeña cantidad de dinero de una persona desconocida. Pero era tan insignificante que se indignó: “¡Si esta es tu donación caritativa al fondo Soy Negra, no sé ni por dónde empezar, porque en 2020 las cosas son bastante caras!”.
Tavarez comprende este sentimiento de humillación y, aunque en su caso cree que el proyecto es una buena manera de darle la vuelta a esa idea –su actitud puede resumirse como: “Si vas a utilizarme yo te voy a utilizar más”–, ella misma ha terminado por cansarse de White Forgiveness. "Lo encontraba abrumador. Noté que cuanto más posteaba, más dinero me enviaban, pero llegué a sentir que era demasiado. También se me discrimina por ser mujer y por ser gorda y al final lo que estaba haciendo era actuar para un montón de personas que decían: “LOL, el racismo es divertido”.
La cuenta, por favor
Sin ser algo tan literal, el movimiento que promueve el consumo consciente en comercios que son propiedad de afroamericanos no deja de ser otra manera de utilizar la Visa para arreglar el racismo. En los últimos meses han circulado centenares de listas y artículos promoviendo librerías negras, cervezas artesanas negras, velas aromáticas negras o heladerías negras. Incluso Google lanzó a finales de julio una herramienta para poder encontrar estos productos y comercios fácilmente.
“Después de la Segunda Guerra Mundial no se les dijo a los alemanes que compraran en tiendas de judíos, se hicieron los juicios de Nuremberg”, compara Saida Grundy, profesora de estudios afroamericanos en la Universidad de Boston. “No es que comprar en negocios afroamericanos no sea importante, pero es que si existen tan pocos no es porque a los blancos no les gustase comprar en ellos. La causa es la violencia legislativa, policial y judicial. Durante demasiado tiempo hemos dejado a los ciudadanos blancos creer que el racismo es un sentimiento. ¿Y qué haces cuando te sientes mal por algo? Haces un gesto, compras una tarjeta”, resume Grundy, que sí cree, sin embargo, que el dinero es una de las maneras de paliar el racismo institucional, pero el dinero que se gasta el estado en hacer “reparaciones”. Una palabra que, según Grundy, “da mucho miedo en Estados Unidos” y que circula con fuerza desde que el escritor Ta-Nehishi Coates propuso en 2014 que se abordasen estas políticas públicas de compensación a los descendientes de esclavos.
El tema es espinoso: los candidatos demócratas Joe Biden y Kamala Harris solo se comprometen a crear un comité que las estudie. Sin embargo, ya se está aplicando cautelosamente en ciudades como Evanston, Illinois, donde los negros tienen 13 años menos de esperanza de vida que los blancos y las familias afroamericanas ganan 46.000 dólares menos al año. El ayuntamiento ya ha empezado a aplicar medidas como dar 25.000 dólares a los descendientes de esclavos para comprar viviendas en las mismas zonas de las que se les expulsó por ley en los años veinte.
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