Franco Nero: “Buñuel nunca me llamaba Franco, por el dictador. Me decía: ‘¡Nero, Nero!”
Descubierto por John Huston, ídolo de Tarantino y amigo del mítico director español, el actor de 83 años tiene un arsenal de anécdotas insuperables y 18 películas por estrenar

Habla a ratos en español y a ratos en un perfecto inglés aunque, a veces, se adivina un acento italiano que no han borrado ni sus numerosos trabajos en producciones extranjeras ni su eterna y tormentosa relación con la actriz Vanessa Redgrave, con la que comparte un hijo, Carlo, nacido en 1969. El actor Franco Nero (Parma, 83 años) tiene siete décadas de trabajo a sus espaldas y es una fábrica de anécdotas. Historias que narra de corrido, con gusto, sabiéndose casi el último integrante de un cine ya extinto: un pabellón de hombres ilustres como John Huston, el director que lo descubrió, o su querido Luis Buñuel.
“John Ford tiene a John Wayne, Sergio Leone tiene a Clint Eastwood y yo tengo a Franco Nero”, dicen que dijo Sergio Corbucci, director romano considerado uno de los padres y maestros del spaghetti western. Corbucci se hizo un nombre en este subgénero cinematográfico precisamente gracias a aquel guapo aliado de ojos azules y gesto duro que encontró en Nero: juntos rodaron Django, en 1966, y fue una bomba. Era el primer papel protagonista para el actor y el sexto filme para el director, que hasta entonces no había rodado nada con tanto impacto. La violencia de la película, extrema para la época —llegó a ser prohibida en Reino Unido—, solo alimentó el fenómeno. Nero, que llevaba casi una década intentando vivir de la interpretación después de haber estudiado contabilidad, se convirtió en la estrella del momento. “Sí, me hice muy, muy famoso”, afirma hoy en tono rotundo, pero con su característico gesto impertérrito.
Nero tuvo estatus de estrella internacional desde finales de los años sesenta y durante la década siguiente: fue una figura clave del western y del poliziesco, aquel cine que narraba las violentas dinámicas de las redes criminales italianas y era considerado de serie B en su momento, pero que hoy, gracias a cineastas enamorados del género como Quentin Tarantino, ha ido rehabilitándose ante la crítica. Italia violenta era, precisamente, el título de la retrospectiva en el Festival de San Sebastián por la que Nero pasó en 2024.

Con más de 280 títulos en su filmografía, este octogenario hiperactivo no contempla el momento de retirarse. Acaba de estrenar en el Festival de Venecia In the Hand of Dante, un nuevo acercamiento a la Divina Comedia filmado por Julian Schnabel, y entre los 18 títulos que tiene pendientes está The Estate, película dirigida por su hijo Carlo y que protagoniza con su mujer, Vanessa. A sus 88 años, y con una salud delicada, podría ser su último trabajo. Juntos, Nero y Redgrave han rodado Un lugar tranquilo en el campo (1969), Cartas a Julieta (2010) y la ópera prima de su hijo, Uninvited (1999), un thriller que presentaron en familia también en San Sebastián, festival en el que ha estado incluso como parte del jurado. “Premiamos aquel año [1977] con la Concha de Oro a Nikita Mikhalkov por Una pieza inacabada para piano mecánico”, recuerda orgulloso.
Después de Django y Camelot, se convirtió en una gran estrella. ¿Siente nostalgia? No echo de menos aquellos tiempos de fama, pero sí el cine de entonces. Era cine de verdad.
¿En qué sentido? No había tantos pasos intermedios. Si un director y un productor querían hacer una película juntos, decían: “Vamos a hacer una coproducción con España, con Francia y con Alemania”. Y se hacían grandes películas.
¿Y ahora ya no se hace buen cine? Entonces no había televisión. La televisión lo arruinó todo porque ahora mismo no puedes hacer una película si no tienes a una televisión detrás… ¿Quién está al mando? Los empleados de las cadenas de televisión, que son los que hacen y deshacen a su antojo. El autor ya no es libre y eso no es bueno. Y ahora se han sumado las plataformas, Netflix y demás, a todo eso.
¿No ve nada en streaming? Nada, nunca. Si quiero ver una película, me voy al cine. Si veo una película, es en el cine.

Pero algo de televisión sí ha hecho. Sí, alguna serie. Hice Garibaldi [1987], por ejemplo, pero cuando la hice, obligué al director y al productor a hacer una versión de cine y la presentamos en Nueva York [en España se tituló El general, y actuaba Héctor Alterio]. Hice otras interesantes también, como Painted Lady [1997], con Helen Mirren y Lesley Manville. Pero yo siempre seguiré prefiriendo el cine… Y te explicaré por qué: cuando ves la tele en tu casa igual estás comiendo o de repente vas al baño, cambias de canal, vas a la cocina… No hay respeto por el trabajo. Mi gran amigo Fernando Rey, el actor español, me dijo un día: “Yo nunca había hecho televisión hasta Don Quijote [1992]. Me dijeron que todo el mundo la había visto, pero no es verdad. Tenían puesta la televisión, pero no le hacían caso”. A mí siempre me pasó lo mismo. Cuando alguien me decía que me había visto en la tele y les preguntaba por la historia, nadie sabía de qué iba.
Ahora que menciona a Fernando Rey, su relación con el cine español ha sido muy estrecha. He hecho varias películas aquí. Y mi favorito fue siempre Luis Buñuel. Era fantástico. Nunca me llamaba Franco por Franco, el dictador. Siempre me decía: “¡Nero, Nero!” [lo dice imitando la voz del aragonés]. Y creo que es el único director que me impuso en una de sus películas, El monje [1972]. La íbamos a rodar en España pero, como no pudo por culpa de Franco, se llevó el guion a Francia. El problema es que los productores franceses creo que querían a Omar Sharif o a Peter O’Toole, pero él les dijo: “Os doy el guion con una condición, que Nero sea el protagonista”. ¿Te imaginas?
¿Se hicieron muy amigos después de rodar Tristana, en 1970? Sí, recuerdo que Luis siempre me pedía que le trajera Fernet-Branca, que es como un amaro, un licor italiano. Tengo tantas buenas historias y tantos recuerdos con él. Mi anécdota preferida es cuando estábamos rodando en Toledo y una vez, preparando una escena, aunque estábamos casi listos, él estaba nerviosísimo porque no encontraba su maleta. Así que todos paramos de hacer lo estábamos haciendo y nos pusimos a ayudarle y, cuando por fin la encontró, como un niño pequeño, se la colocó sobre las rodillas. Luego, cuando todo el mundo se fue, él echó a andar, llegó a una plaza y se sentó en un banco. Pensaba que nadie le estaba viendo, pero yo le había seguido pensando que de esa maleta saldría algo importante, un guion o algo así. Pero la abrió y resulta que dentro había un bocadillo de jamón serrano [lo dice de nuevo en español, marcando bien la jota de jamón], una Coca-Cola y una botella de vino. Me acerqué y le dije: “Pero, Luis, ¿qué haces?”. Y él me contestó: “No, no, vete, que tengo hambre. Si me ven comer, todos querrán comer... y solo quieren que trabaje, no quieren que coma”. ¡Ese era Buñuel! Los genios son como niños, les suele pasar cuando se hacen viejos.

Tristana fue la primera película que Franco Nero rodaría con Luis Buñuel y en España, pero después vendrían más. “He rodado en Almería, Barcelona, Madrid...”, recuerda. “Creo que soy el único actor que ha hecho películas en 35 países y en ruso, alemán, español, francés o árabe. El arte es internacional y, como soy muy curioso, si un director brasileño quiere trabajar conmigo y me interesa su película, voy. Ahora me acaban de ofrecer una en Bulgaria. Me gusta el cine. Me gusta trabajar”, afirma. También es director. Debutó en 2005 con Forever Blues, pero se recuerda sobre todo la polémica que generó su segundo y por ahora último filme detrás de la cámara, El hombre que dibujó a Dios, en 2022. “Fue porque contraté a Kevin Spacey. En EE UU le habían matado, y me llamó y me dijo: ‘Franco, necesito trabajar’. Así que le contraté, era un papel pequeño pero no le importó. Él sólo quería estar en el set, así que se vino a Italia, y luego le encontré otro papel en Croacia. Ha ganado sus juicios, pero en Estados Unidos no le perdonan”.
¿Cree que dirigirá alguna película más? Tengo varios proyectos, pero no sé, es muy difícil ahora encontrar la financiación. Lleva mucho trabajo. Yo desde el principio siempre quise dirigir. En el colegio, montaba obras con los estudiantes. Me gustaba dirigir, pero siempre me decían que, como era guapo, mejor colocarme como actor. Y así seguí.
Fue más o menos eso lo que le pasó con John Huston, ¿no? Le conquistó con su físico. Yo trabajaba como asistente de un fotógrafo en Roma y un día vino un amigo suyo al estudio, que también era fotógrafo, y me dijo que si podía hacerme unos retratos. Yo dije que sí, y esos retratos acabaron en la mesa de John Huston, que pidió conocerme. Así que fui al gran hotel donde se alojaba, llamé a la puerta de una inmensa suite y ahí estaba él, rodeado de muchas mujeres. “Come, boy, come”, me llama. Luego me mira y me dice: “Desvístete”. Me dio mucha vergüenza, con tanta mujer, pero empecé a quitarme la ropa hasta quedarme en calzoncillos. Y me fui. Unos días después, me llamó y me dio el papel en La Biblia… en su principio [1966], que me cambió la vida. A Huston le debo todo: me enseñó inglés, me recomendó a Joshua Logan para hacer de Lancelot en Camelot…

Años después, otro director estadounidense le reivindicó y le descubrió a las generaciones más jóvenes, Quentin Tarantino. La primera vez que supe de él yo rodaba Pasiones rotas [1998] en Oviedo, con Paco Rabal y Penélope Cruz, una buena amiga, que hacía de mi hija. Penélope se escapó al Festival de San Sebastián y a su vuelta, en el set, me dijo: “He conocido a este director que, cuando dije tu nombre, se volvió loco”. Era Quentin. Ahí empezó todo. En cada entrevista que él hacía, me nombraba como su ídolo, hasta que finalmente nos conocimos en Roma, en un restaurante, y me contó su historia. Cómo se vio todas mis películas en el videoclub en el que trabajaba de joven, cómo fue coleccionándolas por todo el mundo porque muchas no estaban editadas en EE UU... y me ofreció el papel en Django desencadenado [2012], una película que nos homenajeaba a mí y a Corbucci. Cuando leí el guion pensé que no había nada para mí, le hice una propuesta para el personaje principal, se lo pensó, no la aceptó… pero intentó convencerme. Al final, en el desayuno más largo del mundo, después de tres horas, acepté.
Django le ha perseguido toda su vida. Sí, ahora hay una serie, Django Lives!, escrita por John Sayles, un gran guionista. Ha sido un personaje muy importante en mi vida, el que me abrió al mundo con solo 24 años. Y creo que la película fue un éxito porque era política, estaba dirigida a los jóvenes trabajadores. Me ha marcado y no me importa. Recuerdo que Sean Connery me decía: “Siempre seré 007, no importa lo que haya hecho”. Me ocurre lo mismo con Django, pero estoy tranquilo porque sé que he hecho todo tipo de películas. Estoy feliz, no me queda nada pendiente. Bueno, siempre quedan cosas por hacer, pero he hecho tanto...
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