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De Malú a Alejandro Sanz, de Sabina a Bertín Osborne: las peores portadas de la historia de la música española

En esta lista hay artistas más o menos vendedores, más o menos queridos, casi todos populares, algunos ‘indies’, otros ‘heavys’, otros melódicos, otros puro pop. Pero todos tienen algo en común: en algún momento de su carrera, les hicieron una portada muy fea

Discos
Collage: Blanca López

¿Qué hace que una portada, o sea, eso que generalmente debería llevar el nombre de un artista, el título de la obra y, esto ya es discutible, su imagen, fracase en grado sumo? Según Diego Areso, director de arte de EL PAÍS, “el fracaso es casi seguro cuando se recurre a imágenes genéricas y trilladas que responden solo de refilón al contenido o a la música. También se falla casi siempre cuando no se trabaja a fondo la disposición de los textos: hay muchísimos ejemplos de estupendas imágenes arruinadas con unos títulos diseñados con tipografías cutres y baratas. Incluso cuando se diseña mal a propósito, buscando un diseño aparentemente más espontáneo, lo importante es tener un concepto claro, y que todo el diseño transmita la idea interior del disco o el libro”.

Todo esto hace todavía más incomprensible que el álbum de un artista respaldado por una gran discográfica y un presupuesto holgado y cierto asesoramiento artístico acabe siendo un fracaso. Hemos elegido, en su mayoría, artistas comerciales, respaldados por grandes discográficas, aunque también se cuelan algunos insignes representantes del indie. Hemos dejado fuera, por motivos de justicia, artistas más amateur cuyas portadas obedecen a la falta de medios. Esperen mucha representación del fenómeno Operación Triunfo, artistas que repiten en la lista, algún intocable del cancionero español, raperos, directores de orquesta y señores que hacen doblete como presentadores a tiempo parcial. Para la selección hemos pedido opiniones al equipo de ICON, a compañeros de EL PAÍS y a una serie de colaboradores de esta revista. El resultado es, por lo tanto, tan subjetivo y tan legítimo como el que podría haber salido si esta lista la hiciesen personas diferentes. Una cosa es innegable: entre las portadas escogidas hay obras que resultan, simple y llanamente, feas.

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Rosa, de Rosa

Operación Triunfo supuso un antes y un después en la industria musical española. Por un lado, el pop latino reemplazó al pop rock como género dominante. Por otro, se normalizaron los discos hechos a toda velocidad para aprovechar el tirón popular con canciones de catálogo, versiones y una mezcla de géneros impersonal (un poco de balada, un poco de folclore, un poco de latino) para conquistar a todos los perfiles de oyentes, siempre producidas y grabadas a toda prisa. Rosa López lanzó su disco el 29 de abril: dos meses y medio después de proclamarse ganadora y cuando ya llevaba a sus espaldas 14 conciertos de la gira nacional. Esos eran los tiempos. La portada resume estas prisas: Rosa aparece sentada, en una postura no particularmente favorecedora, con varios peinados en uno (moño palmera, mechones a capas, flequillo ladeado) y una expresión de: “pues nada, aquí andamos”. Es lo más cerca que ha estado un disco de usar una foto de carnet como portada. Ni siquiera se molestaron en borrar el trozo del respaldo de la silla en la que Rosa se sentó, que era negra como el traje y por tanto daba la sensación de que formaba parte del cuerpo de la cantante. El fondo rojo y las letras gigantes sugieren que el diseñador dedicó aproximadamente diez minutos al encargo, probablemente porque tenía que editar otras 12 portadas ese mismo día. Vendió medio millón de copias. ―Juan Sanguino

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Yo, minoría absoluta, de Extremoduro

Extremoduro siempre había apostado por la visceralidad y la contundencia en sus portadas. Con su octavo álbum de estudio, Yo, minoría absoluta, se les fue la mano. El título era una referencia explícita a un discurso de Blas Piñar en que el nostálgico del franquismo, único representante de Fuerza Nueva en el parlamento español de la legislatura de 1979, aseguró que no se sentía solo en sus posiciones, porque Dios y él sumaban mayoría absoluta. Robe Iniesta, líder de la vibrante (e insurgente) banda de Plasencia, aplicó un giro copernicano a la frase para sugerir que él tampoco necesitaba a nadie para defender puntos de vista exquisitamente minoritarios. Ni siquiera a Dios, porque, en cierto sentido, Dios era él. Para enfatizar la idea, decidió retratarse como un Jesucristo al pie de la cruz, con corona de espinas, sangre en las manos y un par de revólveres en el cinto, sobre un escuálido taparrabos. El resultado, una broma cazallera, una provocación un tanto pueril y un hilarante naufragio estético. ―Miquel Echarri

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Aprendiz, de Malú

Para muchos de los que crecimos con Windows 95, el software de dibujo que incluía, Microsoft Paint, fue una fuente de goce y frustración a partes iguales. Era muy sencillo de usar (simplemente consistía en dibujar con el ratón), pero era difícil que el resultado quedase bien. Lo normal era acabar haciendo trazos gruesos de distintos colores, corazones o inscripciones con tu nombre. Y eso es lo primero que viene a la mente al ver el nombre de Malú escrito con caracteres manuales y colorines en la portada de su primer disco, que según los archivos se llama Aprendiz, aunque el título del álbum no aparezca en ningún sitio. El efecto es desconcertante, especialmente porque la foto no es mala en absoluto, sino un retrato bastante aceptable de la cantante que sigue varias filias de la época, como el formato foto-de-sofá-desgastado (que resultó mucho mejor en el disco de debut de Ella Baila Sola), el corte de pelo a lo Rachel de Friends (omnipresente en la época) y la combinación de flash y terciopelo, otro hito de aquellos años. El desconcierto surge de todos esos elementos juntos, como si alguien se hubiese entretenido en pintarrajear con el Paint una foto promocional. ―Carlos Primo

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Sabor a México, de Bertín Osborne

Para los aficionados a la serie Yellowstone, hagan apuestas: ¿cuánto duraría este chuleta vaquero que vemos en la portada en la cuadra donde duermen, beben, se pelean y juegan a las cartas los capataces a las órdenes de John Dutton, el rudo y atormentado dueño del rancho, interpretado por Kevin Costner? ¿Un minuto? ¿Quizá dos? Bertín no tiene ni una posibilidad ante tipos duros de verdad. Mirando a no se sabe dónde, pensativo, sacando cadera, ¡con esa hebilla! Todo es esperpéntico en esta portada. Y el contenido del disco camina en paralelo al pésimo gusto de la imagen. ―Carlos Marcos

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La profecía, de Amistades Peligrosas

La discografía de Amistades peligrosas es una admirable secuencia de saltos al vacío. Sobre todo me fascina la portada de Nueva era, donde Cristina del Valle y Alberto Comesaña se marcaban un Reina Margot de saldo cuya visión bastaría para desbaratar el legendario hieratismo de Isabelle Adjani. Pero quizá sea La profecía el disco que reúne en su portada más elementos desasosegantes. Su apuesta referencial, que parece fusionar los murales pompeyanos, el manierismo tizianesco, el rococó francés y el posmodernismo de Ouka Leele, aunque la extraña morfología de los cuerpos remita más bien a Ingres o a las Majas de Goya. La ensalada tipográfica, que propicia un choque de titanes entre el art nouveau y el gothic punk draculino. El error ortográfico en el propio título (la i de “profecía” no lleva tilde). Y, por encima de todo ello, la doble aplicación del filtro Ictericia. El resultado bien podría inspirar a Mark Fisher nuevos capítulos de su ensayo Lo raro y lo espeluznante. ―Ianko López

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Nuevo pequeño catálogo de seres y estares, de El Último de la Fila

Vale, objetivamente hay miles de portadas más horrorosas en el pop español, pero siempre me contrastó mucho la belleza excelsa de canciones como Cuando el mar te tenga o Canta por mí con esa cubierta tan cutre, tanto por la tipografía, como por la composición, como esa imagen borrosa del dúo, trajeado dentro de una ducha y portando un patito, como si estuviesen bolingas al final de una boda. Es cierto que Manolo García y Quimi Portet siempre tuvieron una especial querencia por reírse de sí mismos, incluso de aberrar, y está clara que esa es la intención de esa portada, pero tal vez pudieron haber controlado aquí un poco más el sentido del ridículo. Tal vez ellos lo pensaran también, ya que no volvieron a salir en la imagen de cubierta de sus dos siguientes (y últimos) álbumes. ―David Saavedra

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Un día en el mundo, de Vetusta Morla

Los años del Fotolog fueron duros. Es verdad que se podía subir alguna foto de uno mismo, de un lugar que acababas de visitar o de un perro bonito que te habías encontrado por la calle. Pero también había que demostrar una vida interior rica y, mucho antes de que eso también se lograse mediante selfies, para aquello se usaban imágenes más o menos sugerentes, poéticas, oníricas. La fotografía en la portada de Un día en el mundo lo tuvo todo para triunfar entonces: una niña concentrada, el mar, el cielo… la intensidad. Por lo demás, toda la portada parece obra de un aficionado al diseño: alguien que sabe manejar algún programa de retoque o maquetación, pero no sabe componer visualmente. La tipografía podría ser la de una empresa de tubos de PVC o de transporte de frutas, está mal ajustada y tiene problemas en el interletraje (no están bien medidos los espacios entre caracteres). Otro detalle fatal: la foto continúa como relleno del cuerpo del texto, generando un degradado. Herencias del WordArt. ―Enrique Rey

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Zarzuela, de Luis Cobos

Es una portada tan, tan terrible que da toda la vuelta a la ruleta del gusto y se convierte en obra de arte. La combinación de esa tipografía de palo seco con acabados afilados que hace pensar en el filo de las navajas y en lo metálico, tan asociado al heavy, sobre un abanico hecho con aerógrafo y unas líneas de neón, todo para un disco en el que Cobos mete bases electrónicas a la zarzuela clásica, es simplemente sublimemente horrorosa (y a la vez maravillosa). ―Raquel Peláez

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Parte de mí, de Gisela

Todo este artículo podría hacerse, simplemente, amontonando las portadas de los 13 álbumes salidos de los concursantes de la primera edición de Operación Triunfo, ese programa que dejó una controvertida herencia musical y una infame impronta estética (por ahí arriba está Rosa para demostrarlo). Todo aquel horror vive en las portadas de los discos: recargadas, retorcidas, incomprensibles, feas. En Parte de mí está todo junto. Gisela, vestida en la playa con un estilo entre hippie y bereber, está a punto de acariciar la arena mojada de la playa pero no lo hace, nadie sabe por qué, y al fondo, caminando sobre el agua, como Jesús, está su fantasma, pero no va solo: está montado a caballo y vestido de manera diferente, con vaqueros, tal vez porque a esa versión de Gisela la muerte la pilló de atuendo informal. Gisela está escrito con las mismas letras que alguien emplearía para el logo de una gestoría y tanto gustaron que ellas también tienen su propio fantasma, las letras g-i-s-e-l-a del revés que se ven reflejadas en el agua. Cosa que no le pasa a la Gisela a caballo, que está transparentosa y no se refleja en ningún sitio, lo cual nos confirma que es un fantasma o, probablemente, una vampira. El disco es pop, pero el envoltorio es psicodelia. ―Guillermo Alonso

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Tren de largo recorrido, de La Unión

Tren de largo recorrido es un álbum grabado en directo, en A Coruña, en 1991. En él están todos los temazos del grupo de Rafa Sánchez, Luis Bolín y Mario Martínez, de Maracaibo a Sildavia o Lobo-hombre en París. Lo tuve en cedé y lo escuché muchísimo; me gustaban tanto las canciones como me espantaba la portada, que parecía salida de una buena/mala noche en la Ruta del Bakalao. ¿Combinar una tipografía amarilla achatada por los polos con un fondo morado-fucsia en degadé era buena idea? Parece que sí, porque al final le cogías cariño a la carátula y no dejabas de mirarla preguntándote por qué las caras a medio iluminar del grupo emergían de un fondo que podía haber salido de observar una gota de sangre en un microscopio o de un corte de lombarda. ―Ana Fernández Abad

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Estopa, de Estopa

Me encantan Estopa y su primer disco echó raíces en la memoria sentimental de varias generaciones, pero pocas cosas tan horrendas como la portada. Encontramos una foto de los Estopa cruzando un paso de cebra de un barrio de bloques de edificios anónimo, podríamos suponer que de Cornellá. Los colores están saturados hasta lo lisérgico, la imagen es borrosa y en una esquina, el título del disco (y del grupo) a modo de grafiti. Todo despedía el mensaje de sencillez, de manejar poco presupuesto y ser, por tanto, auténtico, de calle, rumbero, festivo, orgullo de clase obrera. También suponía un sutil rechazo a la mesura, la elegancia y el buen gusto marcados por una élite cultural siempre vinculada a las clases altas. La portada de Estopa era chonarra, barata y estridente en un momento en el que lo cani y los gustos masivos de la población criada en barriadas de extrarradio estaban muy lejos de ser reivindicadas por alguien con un criterio respetado. El grupo ha mantenido esa línea ética y estética a través de los años, dotando a sus portadas de una coherencia y un sentido que raras veces en la industria musical de este país aparecen plasmados de forma tan clara. ―Raquel Piñeiro

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, de Chico y Chica

En 2001 Chico y chica publicaron su primer disco , y para la portada decidieron elegir una entre las fotos de viajes que se habían hecho sus dos componentes, Alicia San Juan y José Luis Rebollo. De entre todas prefirieron una de Alicia en Bruselas, posando con una amiga delante del Atomium. La típica foto de viaje que todo el mundo tiene y que no ha salido bien. Claramente fuera de foco, los cuerpos de las chicas cortados por encima de la cintura y demasiado cielo azul en la parte superior. Además está un poco torcida. Por si esto no fuera suficiente la tipografía del nombre del grupo es Univers porque querían copiar a Oasis pero para el del titulo prefirieron la letra gótica en una decisión tan incoherente como fascinante. El resultado es algo que no ha ido bien pero que sientes familiar porque lo podría haber hecho cualquiera con un mínimo de pretensiones. Sin embargo esta imagen tan feúcha y tan atractiva a la vez resultó ser perfecta para el disco que contiene algunos de los himnos fundamentales de los 2000 en España: Cansada de la vida, Tú lo que tienes que hacer y Supervaga, que parece describirla perfectamente. ―Joaquín García

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Lo que te conté mientras te hacías la dormida, de La oreja de Van Gogh

Las mejores portadas no son solo estéticamente bonitas sino que dan información sutil sobre el artista y el disco. En el caso de Lo que te conté… no se cumplen ninguna de las dos premisas, ni la estética ni la sutilidad. Sin ser horrenda, la imagen tiene un aire a catálogo de muebles, pero los verdaderos problemas están en los detalles. Vale que Amaia duerma maquillada y peinada, pero ¿era necesario poner una foto en su mesilla (con perspectiva forzada) para que aparezcan los demás integrantes del grupo? ¿Tan poco se soportaban para no estar juntos ni en una foto? El vaso con la flor parece puesto para rellenar un hueco. Pero lo peor es la literalidad: ¿no había nada más sutil que una imagen de alguien durmiendo para un disco con ese titulo? El detalle definitivo es el logo pop a lo planetas de la esquina izquierda: un icono acostado, por si no queda claro el leitmotiv del disco. La contra, por cierto, es una foto similar pero de espaldas. Ingenio desbordante pero poniéndolo fácil. ―Guillermo Arenas

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Jesús de Chamberí, de Mägo de Oz

Adorados en los círculos del heavy primigenio, nada en Mägo de Oz es sutil. Como ejemplo la portada de su segundo disco; Jesús de Chamberí, una ópera rock de 1996 sobre la segunda llegada de Cristo, esta vez en el distrito madrileño de Chamberí. Para la portada decidieron crucificar a Mohamed, su violinista, en una azotea de Tirso de Molina, que no es Chamberí, pero qué más da… ya se ha dicho que lo suyo no es la sutileza. ―Iñigo López Palacios

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¿Dónde estás amor?, de Rocío Jurado

Con ¿Dónde estás amor?, Rocío Jurado apuntaba a la canción melódica, orientada al gran público, lejos del mundo flamenco y hasta de la copla, que daban algo menos de libertad estética por tener códigos muy asentados: volantes, lunares o un mechón acaracolado y pegadito a la mejilla. Si la portada es fea o bonita es una cuestión de gustos, pero sin duda no parece pensada para la Jurado: tapada con un tul negro gigante, no se le ve la melena leonina tan característica en ella y se muestra solamente el óvalo de su cara, que además ni siquiera está en el culmen de su expresividad, que era mucha. Si digo que era una apuesta extraña es porque a esas alturas, la Jurado ya había conocido a Manuel Alejandro, había grabado Señora y Paloma Brava y con ambos discos se había arrancado del todo la peineta para ser cantaora o tonadillera solo a tiempo parcial y cuando a ella le apeteciera. Y en sus canciones, apostaba más por el “aquí estoy yo” que por representar a la madre sufridora o la hembra siempre a la espera de las coplas. Porque el disco se titulaba ¿Dónde estás amor? pero a la Jurado parecía darle igual donde anduviera él. Se nota nada más empezar: “Ya está bien de que los hombres/lleven siempre la ventaja/primero, con las promesas/y luego, con amenazas/Se terminaron las cartas/y este juego se acabó/o rompemos la baraja.../o rompemos la baraja/o aquí, jugamos los dos.” Por todo eso, y porque la norma fotográfica de la Jurado en sus portadas anteriores ya era la del escote palabra de honor y rostro en escorzo con un toque feroz, resultan incongruentes (y feos) esos tules tapando todo el poderío que había construido la más grande, no solo con su voz inigualable, también con su imagen. ―Silvia Cruz Lapeña

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La última tentación, de Amistades peligrosas

Iba a decir que en mi impresionable infancia no entendía las portadas de Medina Azahara, y desde luego la que me traumatizó fue una cinta de Luis Eduardo Aute con una foto suya con barba y fumando y una canción que decía No sé qué coño me pasa hoy, pero en el top 10 del desconcierto posiblemente esté el disco barroco de Amistades Peligrosas, La última tentación. Tiene color pergamino, la silueta de un CD decorada como un libro medieval y tipografía de asador… Dentro hay fuego, duetos y clavicordios. No sé, no tengo adjetivos. ―Daniel García

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Dímelo en la calle, de Joaquín Sabina

¿Por dónde empezar? Esta portada alcalzó el clímax del canallismo en la carrera del cantautor español: pelo sucio, careto amoratonado junto a restos de sangre (¿ketchup?), barba de tres días, el ojo de llevar 19 días y 500 noches sin dormir o ese cutre corazón al estilo old school tatuado en el hombro. Una paconada pop sin gracia ni gusto solo superable por la canción Ya Eyaculé, que contiene el álbum. ―Victoria Zárate

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Sirope, de Alejandro Sanz

Cosas que deberían estar claras antes de diseñar la portada de un disco: si se llama Sirope, no escribas “sirope” con lo que parece sirope. A eso se añade la presencia de cuatro manos femeninas que una no sabe muy bien qué pintan ahí ni qué relación tienen con el sirope y esa cara de canalla de él. El cantante explicó que el título era una referencia a lo azucarado que puede llegar a ser el amor. Y si es a cuatro manos, como el de la portada, más azúcar todavía. ¿Y por qué está en medio de lo que parece una avenida? ―Sara Navas

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Sin Frenos, de La quinta estación

Con una bicicleta tuneada y, efectivamente, sin frenos, La Quinta Estación sentaba las bases su cuarto álbum. Una portada no apta para epilépticos con la que la banda afrontaba su incierto futuro tras el abandono del guitarrista. La mezcla de colores chirriantes y la estética festivalera nostálgica de la época hippie pretendía romper con todo lo que había hecho hasta entonces el grupo. Del pop, al rock, pasando por la música mariachi, el álbum agrupaba, como la portada, elementos aparentemente irreconciliables. A pesar de cosechar algunos éxitos como Que te quería, este bienintencionado pastiche demostró ser finalmente insostenible y, siguiendo el augurio del título, el grupo se precipitó sin frenos hacia su ruptura definitiva al año siguiente. ―Lucas Barquero

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Quítate las gafas, de Melendi

Meterse con las portadas de Melendi es un poco como meterse con el débil: es fácil, previsible y casi todas son muy feas. El feísmo de las primeras pueden considerarse una elección personal, una cuestión de estilo: él era un cantante con rastas y una hoja de cannabis en sus portadas. La portada de Volvamos a empezar lo mostraba con otra hoja, esta de parra, tapando su sexo, porque él aparecía desnudo, tal vez simplemente quería enseñar que el gimnasio había funcionado. Lo más inexplicable es lo de Quítate las gafas, un disco donde aparece Melendi, ahora bueno y repeinado, con unas gafas que explotan en mil pedazos y su nombre escrito, nadie sabe por qué, con una letras más propia de un show de burlesque. Tal vez la portada no es tan mala al fin y al cabo: muestra a un artista que, a base de ganar fama en programas de talentos televisivos y tener que acomodarse a los gustos de diez tipos de público diferente, aún no sabe muy bien en qué se ha convertido. ―Óscar Tévez

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Los chulos son pa’ cuidarlos, de Alejandro Magno

La web oficial de Alejandro Sanz indica que su primer trabajo discográfico fue Viviendo deprisa, de 1991, por lo que parece poco probable que en la docuserie que prepara para Netflix haga referencia al álbum que lanzó como Alejandro Magno en 1989. Solo se editaron 500 copias de Los chulos son pa ‘cuidarlos, una mezcla de flamenco y techno que el artista promocionó con la chaqueta de torero que luce en la contraportada. La portada del disco lo presenta con camisa con chorreras, chaleco rojo y una inenarrable composición en la cual destacan su nombre artístico, escrito a mano y con el interior de las letras coloreado, y una sonriente flor que podría haber inspirado posteriormente su canción La margarita dijo no. ―Diego Feijóo

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