Las incógnitas sobre los crímenes de Manson y la Familia, más de medio siglo después: “Creo lo que me han dicho que crea, ¿tú no?”
Con una tesis oficial discutida, los asesinatos de Tate-LaBianca siguen suscitando debate. Su líder intelectual falleció en 2017, pero otra figura relevante y aún más misteriosa sigue en prisión: el músico Robert Beausoleil
No había transcurrido un lustro desde la sentencia a Charles Manson y su secta criminal, la Familia, cuando a la versión oficial le surgieron escépticos notables. Truman Capote, cuyo estudio de la criminalidad en A sangre fría (1966), sobre el asesinato de una familia en Kansas, le había convertido en autoridad en la materia, escribió en 1972 con sorprendente convicción: “Robert Beausoleil (...) es el verdadero personaje misterioso de la secta de Charles Manson; más exactamente (...) la clave del misterio de las incursiones homicidas de esa llamada familia Manson, sobre todo de los asesinatos de Sharon Tate y de los LaBianca”. En el texto, titulado Y luego ocurrió todo y recogido en su colección de cuentos y entrevistas Música para camaleones (1980), Capote aseveraba que “fue por devoción a Bobby Beausoleil por lo que Tex Watson y esas jóvenes asesinas, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Hooten [autores materiales de los homicidios, junto a los no mencionados Linda Kasabian y Clem Grogan, según instrucciones de Manson], emprendieron su satánica misión”.
En otras palabras, el escritor de la segunda novela más vendida sobre asesinatos reales no creía en lo que decía la primera, Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson (1974), donde el fiscal del caso, Vince Bugliosi, exponía el relato que avalaron los tribunales. Según Bugliosi, la razón por la que la Familia asesinó el 9 de agosto de 1969 en su casa de Los Ángeles (California) a la actriz Sharon Tate, de 26 años y embarazada de ocho meses y medio, sus tres acompañantes y otro joven en un coche que visitaba la vivienda de al lado, y el 10 de agosto al matrimonio LaBianca, era que Manson tenía visiones de una guerra próxima entre negros y blancos. El escenario apocalíptico se describía, desde su punto de vista, en la canción Helter Skelter, de los Beatles. Mediante los crímenes, diseñados para atribuirse a los Panteras Negras y con insultos como “cerdos” pintados en las paredes, Manson pretendía acelerar los acontecimientos, mientras él y sus seguidores se refugiaban para, al término de la guerra, emerger como líderes del nuevo mundo.
El 27 de julio de 1969 había tenido lugar un homicidio casi idéntico. La víctima era Gary Hinman, un músico asociado al entorno de la Familia, y el autor fue Robert Beausoleil, detenido el 6 de agosto. Los motivos barajados van desde un negocio de drogas fallido hasta el rumor, llegado a oídos de Beausoleil y su amigo Manson, de que Hinman acababa de acceder a una herencia. En la escena del crimen, perpetrado a puñaladas, se halló con sangre en la pared el mensaje “Political Piggy” (cerdo político) y símbolos de los Panteras Negras. Para Capote, la motivación de los crímenes Tate-LaBianca era evidente: confundir a las autoridades para que pensasen que el asesino era el mismo y que, por tanto, Beausoleil no era a quien buscaban. “Los medios nos llamaban “familia”. Y es la única verdad que dijeron”, contó Beausoleil en su entrevista con el escritor en prisión, donde se había convertido en cabecilla de un grupo neonazi, la Hermandad Aria. “Si un miembro de nuestra familia se encontraba en peligro, no lo abandonábamos. Y por amor a un hermano, a un hermano que estaba en la cárcel acusado de asesinato, fue por lo que ocurrieron todos estos asesinatos”.
La credibilidad de Truman Capote, que se tomó célebres licencias en A sangre fría, es relativa. Nada más publicar la crónica de su encuentro, Beausoleil negó que la transcripción se ajustase a su conversación, si bien él distaba también de ser fiable, dados sus cambios de versión a lo largo de las décadas. Tras negarse a cooperar durante años, Beausoleil expresó arrepentimiento en los ochenta, aunque su historia de las drogas (supuestamente, proporcionó a unos moteros mescalina en mal estado que le había vendido Hinman, lo que le creó problemas y provocó su venganza) no coincide con los demás testimonios de la Familia, salvo, ocasionalmente, el de Manson.
A sus 76 años, acaba de cumplir 55 en prisión y todas las peticiones de libertad condicional le han sido denegadas. Ha asumido la responsabilidad del crimen y, en un reportaje de 2019 en Rolling Stone titulado El último misterio de Manson, afirmó que la tesis de que los crímenes Tate-LaBianca se concibieron para liberarle era tan absurda como la de Helter Skelter: “No tuvo que ver conmigo. Yo no imponía ese tipo de lealtad”. Palabras distintas a las que, en principio, dijo cuando Capote le preguntó si estaba bajo el influjo de Charles Manson: “Si alguien se sintió influido fue él. Por mí”. La teoría del crimen por imitación ha ganado peso con los años, conforme diversos investigadores han cuestionado los procedimientos y conclusiones de Bugliosi. Incluso ha penetrado en cine y televisión, con la serie de suspense Mindhunter (2017), de Netflix, haciendo suya la hipótesis en un episodio.
Beausoleil militaba en los márgenes oscuros del Hollywood de los sesenta y la escena psicodélica. Discípulo y amante de Kenneth Anger, cineasta y autor de Hollywood Babilonia (1959), fue a través de él como se familiarizó con la filosofía del mago Aleister Crowley, que pudo luego transmitir a Manson. Beausoleil aparece con Mick Jagger y el fundador de la Iglesia de Satán, Anton LaVey, en el cortometraje Invocation Of My Demon Brother (1969), de Anger, conjuro cinematográfico en forma de misa negra donde el, a posteriori, asesino convicto interpreta al diablo. Según relata el periodista Jesús Palacios en su libro Satán en Hollywood (1997, reeditado por Valdemar), la negativa de Anger a dar a Beausoleil el mismo papel en su siguiente proyecto, Lucifer Rising, propició la ruptura entre ambos. En el tiempo posterior, el director lució un medallón vudú con la imagen de una rana y la inscripción “Bobby Beausoleil transformado en rana por Kenneth Anger”. Obra maestra del experimental underground y traducción visual de las profecías de Crowley, Lucifer Rising vio la luz en 1981, con música compuesta por Beausoleil desde la cárcel de San Quintín e interpretada por una docena de asesinos.
Bajo los adoquines, la playa
Consultado por ICON, el periodista Tom O’Neill ve como un “escenario inverosímil” que la motivación de los crímenes Tate-LaBianca fuese liberar a Beausoleil. En su libro Manson: La historia real (2019, editado en España por Roca), cuestiona la aparente arbitrariedad de los asesinatos y desmonta piezas esenciales del relato de Bugliosi. Lejos de la visión romántica del círculo que rodeaba al matrimonio de Roman Polanski y Sharon Tate establecida por Tarantino en Érase una vez en Hollywood (2019), el autor señala numerosos vínculos entre las víctimas y sus verdugos, al tiempo que describe una cotidianidad tormentosa. El periodista menciona una cinta de vídeo grabada por Polanski donde Tate mantenía violentas relaciones sexuales con dos hombres, que las autoridades descubrieron y devolvieron al cineasta, al considerar que formaba parte de su intimidad. “Roman era un psicópata. La obligaba a hacerlo”, confiesa a O’Neill en el libro Vince Bugliosi, que omitió parcialmente el detalle en Helter Skelter.
“Esa gente daba un poco de miedo. Tenían cierta reputación de peligrosos”, dice en otro momento Peter Bart, exredactor jefe de Variety y antiguo amigo de Polanski. En el libro, se apunta al director de La semilla del diablo (1968) y al peluquero Jay Sebring, otra víctima mortal, como sujetos clave en el tráfico y distribución de drogas en Hollywood. Según los testimonios, el flujo de personas en la casa era alto y algunos afirman haber visto a Manson en, al menos, una de sus fiestas. O’Neill pone en entredicho la creencia de que el cabecilla de la Familia se equivocó y realmente quería asesinar al anterior inquilino de la vivienda, el productor Terry Melcher, en venganza por no financiarle una carrera musical: queda acreditado que Charles Manson sabía que se había mudado y se presentan pruebas de que el fiscal ocultó que Melcher, en un interrogatorio, admitió haber estado en el rancho de la Familia tras los crímenes, lo que ponía en duda la historia.
Beausoleil sí mantiene que Manson tenía como objetivo acabar con Melcher y no con Tate. “En un momento dado, estaba en una celda con Charlie y le dije “¿Pero qué cojones?”. Él nunca admitiría haberse equivocado, pero me miró con sonrojo. “Envié a Tex a matar a Terry”, me contó. Todo le estalló en la cara”, dijo en su última entrevista a Rolling Stone. En otro tramo de Manson: La historia real, el foco se desplaza a la Clínica Gratuita de Haight-Ashbury, epicentro del Verano del Amor –el de 1967, apogeo del movimiento hippie–, donde se llevaban a cabo tratamientos contra la adicción y experimentos con LSD con fines investigativos, por la que consta que pasó Manson y en la que también colaboró Abigail Folger, una de las personas asesinadas el 9 de agosto de 1969 (O’Neill recalca a ICON que, aunque pudieron coincidir, “nunca se demostró” que interactuaran directamente).
Nacido de un encargo de la revista estadounidense Premiere en 1999, Manson: La historia real es el resultado de un artículo que nunca vio la luz, después de que el periodista quedase absorbido por la investigación y dedicándole veinte años. O’Neill acabó produciendo un volumen que, lejos de esclarecer los hechos, los enturbia más. A la manera de una novela paranoica de Thomas Pynchon, esboza en su relato un esquema extravagante que tiende puentes entre los crímenes de Manson, el magnicidio de Kennedy y el proyecto de control mental MK Ultra de la CIA, con el paisaje de los EE UU de los sesenta de fondo y en medio de los acreditados esfuerzos de la inteligencia para desactivar el movimiento estudiantil de Berkeley, los Panteras Negras y el agitado clima que estaba desarrollándose.
O’Neill ubica a través de distintas fuentes a un individuo próximo a los servicios secretos, Reeve Whitson, en la escena del crimen de Tate antes de ser noticia; ilustra cómo las autoridades vigilaban a la Familia desde antes de los crímenes (pese a no proceder a las detenciones hasta meses después) y logra que una autoridad policial señale a Manson como confidente para justificar la libertad de movimientos de la que gozaba, pese a su historial delictivo. Ninguna conclusión es definitiva, pero Manson: La historia real, como poco, reinyecta misterio y engrandece la leyenda de unos crímenes de un calado social, cultural y político insondable, que incluso en la película de terror de moda, Longlegs, tienen su eco.
En un registro desmitificador, James Buddy Day, último periodista que habló con Manson antes de morir, dedicó al caso la película Charles Manson: The Final Words (2017) y el libro Hippie Cult Leader (2019), donde exponía una teoría unificada. Day cree a Beausoleil y su explicación de que mató a Hinman porque le timó con mescalina de mala calidad, así como observa que Manson temía represalias de los activistas antirracistas después de haber disparado a un traficante negro, Bernard Crowe. El líder puso en marcha una doble estrategia, la de involucrar al mayor número de personas de su entorno en acciones violentas (también motivadas económicamente) para prevenir chivatazos y la de dotar a las escenas del crimen de elementos confusos para no ser capturados, como pistas falsas –en casa de Tate dejaron unas gafas sin dueño– o mensajes delirantes, elevados a evangelio por Vince Bugliosi en Helter Skelter. “Yo creo lo que me han dicho que crea, ¿tú no?”, dice, en un momento del documental, un Manson tan poco dispuesto a colaborar como siempre, que al morir alcanzaría esa volatilidad de los personajes fascinantes: lienzos donde uno puede proyectar todo lo imaginable, o no proyectar nada y enfrentarse a la vacuidad absoluta.
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