Violencia, homosexualidad y un irresistible James Dean: aquel escándalo llamado ‘Rebelde sin causa’
La película que forjó el mito de James Dean se estrenó hace 60 años en España, casi una década más tarde que en Estados Unidos por la censura franquista
Rebelde sin causa se estrenó en octubre de 1955 sin muchas fiestas. James Dean, su estrella principal, había fallecido un mes antes en un accidente de tráfico. Las otras dos, Natalie Wood y Sal Mineo, seguirían su estela trágica un tiempo después. En España hubo que esperar nueve años más para verla: se estrenó el 20 de febrero de 1964. La censura tuvo la culpa del retraso: inquietaba la homosexualidad latente, las peleas con navajas y la desintegración del núcleo familiar tradicional. Aquellos jóvenes que acudían al instituto con sus propios coches, sus jeans y sus tupés no tenían reflejo en nuestro país.
Aparentemente. Su mensaje resultó ser universal y su influencia quedó presente en Grease (1978), West Side Story (1961), el Fonzie de la serie Días felices o el Dylan de Sensación de vivir. Sin el James Dean de Rebelde sin causa no habrían existido, al menos tal como los conocimos, River Phoenix, Brad Renfro, Keanu Reeves, Zac Efron o James Franco. Hasta el atuendo de Fry en Futurama está inspirado en el vestuario de Rebelde sin causa.
Ni Warner Bros era consciente del potencial de aquel guion cuando empezó la producción. Hasta entonces las películas de adolescentes eran considerabas serie B y solían formar parte de programas dobles, cine intrascendente para pasar el rato. Los personajes jóvenes carecían de identidad propia, sólo estaban ahí para complementar a los adultos. Pero Rebelde sin causa inmortalizó el arquetipo del adolescente melancólico, el que no entiende el mundo y siente que el mundo no lo entiende a él. Por si eso no fuera suficiente para lograr un lugar en la historia del cine, también mostró al primer adolescente gay, además interpretado por un actor gay, el guapísimo Sal Mineo.
Rebelde sin causa iba a ser la adaptación del ensayo del doctor Robert M. Lindner publicado en 1944 sobre la psique de un joven delincuente. Warner había comprado los derechos del libro en 1946 pensando en Marlon Brando, pero aquel proyecto no salió adelante. Cuando la delincuencia juvenil empezó a convertirse en la primera preocupación de los estadounidenses, sacó el proyecto del cajón y se lo ofreció a Nicholas Ray, uno de los directores de moda gracias al éxito de Johnny Guitar (1954), él la convirtió en lo que conocemos hoy. Del libro original apenas conserva el título.
”¿A qué se debía tanto alboroto por Dean cuando Dean estaba tan claramente imitando a Nick [Nicholas Ray]?”, escribió su viuda, Susan Schwartz. El director Nicholas Ray era un personaje inquieto que había estudiado con Frank Lloyd Wright y había abandonado la arquitectura por amor al teatro. Fue un director original y carismático, pero también problemático. Ignorado por Hollywood a partir de los años sesenta, Francia y la Nouvelle Vague salieron al rescate. “El cine es Nicholas Ray”, escribió Godard.
Ray fue quien sugirió un cambio esencial para el éxito de la película: los delincuentes juveniles no serían elementos marginales de la sociedad, como en el libro de Linder, no provendrían de entornos deprimidos y familias desestructuradas, sino que serían los hijos de las familias acomodadas, de la emergente clase media que se había desarrollado en Estados Unidos tras la II Guerra Mundial. Eso resultaría mucho más aterrador: todos los hogares americanos podían albergar un delincuente potencial tras su encalada valla blanca. “¡Y venían de buenas familias!”, rezaba el cartel promocional.
Al trío protagonista, Jimmy, Nancy y Platón, los conocemos por primera vez en una comisaría, pero no una de esas estancias sórdidas donde los jóvenes marginados se pierden en los vericuetos del sistema. Parece más bien la oficina del director de un instituto, y en ella recalan esos tres personajes en los que cualquier ciudadano de bien podría verse reflejado. La historia de la película es sencilla: hay amor, amistad, pandillas y sentimientos exaltados y todo transcurre en un único día porque, como recalcaba Ray, “cuando eres adolescente 24 horas son una vida entera”.
Reparto de ideas fijas
Ray tenía claro quién sería Jim Stark. James Dean le había fascinado en Al este del Edén (1955), su única película hasta el momento y, aunque su director Elia Kazan le advirtió de sus excentricidades, nada paró a Ray, que veía en el joven actor a su alma gemela. A pesar de todo, Warner sugirió hasta el último minuto nombres de galanes convencionales del estudio como Robert Wagner y Tab Hunter. El papel de Platón no tuvo más candidatos que Sal Mineo, ya una estrella en Broadway por aquel entonces. Más complejo fue el papel de Judy: Warner sugirió a Debbie Reynolds y Carrol Baker, e incluso, para desesperación de Ray, a la explosiva Jayne Mansfield. Ray le hizo una prueba para contentar al estudio, pero ni puso cinta en la cámara.
Tampoco confiaba en que Natalie Wood pudiese ser una rebelde con o sin causa, pero ella deseaba desesperadamente el papel para dejar de interpretar a niñas y también para librarse del puño de hierro de su madre. Ray supo sacar partido de esa desesperación: días después de la primera prueba de cámara, estaba en la cama con ella. Él tenía 44 años, ella 16, los mismos que Mineo, que también pasó por el dormitorio de Ray. Wood, en aquel momento, mantenía una relación con Dennis Hooper, que aparece brevemente en la película porque los celos de Ray le llevaron a cortar todos sus diálogos en la sala de montaje.
Warner Bros sabía que Dean era un proyecto de estrella (con tan solo una película estrenada, recibía 400 cartas a la semana) y quería un gran producto para él, pero dudaban que Rebelde sin causa fuese ese producto. De hecho, iba a ser una pequeña película en blanco y negro, como quería Ray, hasta que alguien leyó la letra pequeña del contrato con Cinemascope y descubrieron que era obligatorio rodar en color. Ray tuvo dudas con aquel nuevo formato tan apabullante, temía no poder “rellenar” la pantalla. Hoy nadie duda de que a la fascinación que despertó la película contribuyeron tanto la amplitud del campo visual como sus colores explosivos.
Para aportar más realismo, Ray contrató a un pandillero de verdad, Frank Mazzola, que interpreta a uno de los amigos de Judy. Él fue quien indicó al departamento de producción cómo tenían que ser los coches, los juegos, las peleas y también la ropa, que hubo que sustituir al pasar del blanco y negro previsto inicialmente al color. Mazzola hizo que el departamento de vestuario comprara la ropa en Matson’s, en Hollywood Boulevard, donde se vestía su pandilla. Después, el departamento de vestuario ensució, lavó y tiñó más de 400 pares de pantalones Levi’s para el elenco porque en pantalla parecían verdes. En aquellos almacenes fue donde encontraron la emblemática cazadora roja que se acabaría convirtiendo en una de las señas de identidad de Dean.
Otras masculinidades fueron posibles
Había otra cosa tan llamativa en Rebelde sin causa como su vívido cromatismo: la homosexualidad de Platón. Ray siempre tuvo claro que ese personaje era gay y en aquel set de rodaje no planteaba ningún problema. Dean era, según muchas crónicas, bisexual, al igual que Ray, y Mineo era homosexual. En el caso de su personaje, sin disimulo. En su taquilla hay una foto de Alan Ladd, galán de los años cincuenta. Cuando Platón invita a Jim a su casa para cenar, queda claro que se ha enamorado de él y pretende que a la cena le siga un desayuno. Todos los implicados conocían esa subtrama. Para facilitarla, Dean le pidió a Mineo que lo mirase como su personaje miraba a Judy. Sabiendo lo que se estaba gestando, la oficina del Código de Producción Cinematográfica, el infame Código Hays, envió un memorando al director de Warner Bros, Jack Warner, advirtiéndole: “Por supuesto, es vital que no se infiera una relación homosexual o cuestionable entre Platón y Jim”.
Toda la película gira en torno a la masculinidad, que en aquel momento buscaba nuevos referentes más allá de John Wayne. Marlon Brando había ofrecido una alternativa como el líder de la pandilla de motoristas en Salvaje (1953) y Dean aportó una imagen más sensible. Un año después llegaría la eclosión de Elvis Presley. Los nuevos ídolos de los jóvenes no temían mostrar sus sentimientos, sus dudas, su fragilidad. Esa construcción de una nueva identidad queda patente durante toda la película: el mayor miedo de Jim es parecer un cobarde, por eso trata de ganarse el respeto de la pandilla dominante del instituto, participa en una pelea con navajas y en “la carrera de la gallina”, en la que dos coches se dirigen a toda velocidad hacia un acantilado y el primero que salta es el perdedor.
En la casa de Jim también hay un orden atípico: la madre es la figura de poder, su padre es tierno, reflexivo y cariñoso. Hoy se le llamaría deconstruido, entonces simplemente se le tildaba de calzonazos por cocinar para su mujer. A Jim le horroriza la posibilidad de terminar siendo como él. Sin embargo, si lo miramos con ojos actuales parece un buen referente y el que resulta realmente perturbador es el padre de Judy, quien, consciente de que su hija ya no es una niña sino una mujer y muy atractiva, prefiere alejarla violentamente de su lado por miedo a sus propios deseos.
Warner ya era plenamente consciente del inmenso éxito que se avecinaba cuando el día 30 de septiembre de 1955 una noticia sacudió a Hollywood. James Dean se había estrellado con su Porsche camino de una competición automovilística. Tenía tan solo 24 años. Cuando Warner Bros estrenó Rebelde sin causa, apenas un mes después de la muerte de Dean, toda la promoción se centró en él. La película no tuvo el respaldo unánime de la crítica y tampoco la actuación de Dean, exagerada en algunos momentos. Wood y Mineo fueron nominados a los Oscar, Dean no. Con solo tres películas en su haber, dos de ellas estrenadas tras su fallecimiento, Dean es un icono que, a base de ser asociado con anuncios de cigarrillos o refrescos, corre el peligro de dejar de ser recordado como un actor extraordinario que redefinió la interpretación.
El impacto de la película fue inmediato: los adolescentes llenaron las salas de cine porque se sentían interpelados por primera vez. El contenido violento asustó a algunos distribuidores y hubo cines en Estados Unidos que se negaron a exhibirla para evitar la proliferación de peleas y competiciones automovilísticas de trágico final. Tal como explica el historiador cinematográfico Douglas L. Rathgeb en el documental Defiant Innocents, había miedo a que aquella película pusiese a la comunidad en peligro, que introdujese en la psique adolescente la idea de crear una familia alternativa.
El de Dean no fue el único final trágico asociado a Rebelde sin causa. Sal Mineo tenía tan solo 37 años cuando murió apuñalado por un atracador en un callejón; Natalie Wood murió ahogada a los 43 en la que sigue siendo una de las muertes más misteriosas de la historia del cine. Pero el legado de Rebelde sin causa es más fuerte que estas tragedias. Fue la primera película que colocó a los adolescentes en el centro de la pantalla y solo hay que observar las pantallas actuales para saber que nunca han vuelto a abandonarlas.
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