En 1994, con 12 años, yo inventé el “género fluido”: una historia real
Siendo un niño de pelo largo y raya al medio, un día, sin quererlo y en una comida familiar, me salté las barreras del género y me gané mi primer admirador


Cuando tenía 12 años vi El cliente y quise tener el pelo como Brad Renfro, con flequillo alborotado y rebelde. Lamentablemente, en vez de parecer un atractivo púber camorrista y fumeta, como yo pretendía, mi cabello liso y mi raya al medio me dieron más bien aspecto de poeta dieciochesco. Un día salí de la piscina con mi melena mojada, fui a una hamburguesería cercana y la camarera me preguntó: “¿Qué te pongo, bonita?”. Me quedé paralizado un segundo y, con mi voz aún aguda, respondí: “Un perrito caliente”.
La cosa se repitió un mes después, cuando invitaron de nuevo al señor y en la sobremesa, ya borracho, se acercó a mí sigiloso y repitió la frase: “¿Y esta niña tan guapa?”
Seguí yendo por allí durante unos meses, ella siguió llamándome “bonita” y yo nunca la corregí. Era mi pequeña travesura, mi flirteo secreto con el travestismo. “Ya me saldrá bigote”, pensaba yo. “Ya iré a comprar perritos a otro lado”. Pero un día la travesura me siguió hasta casa. Un amigo de mi abuelo apareció en una comida familiar, se acercó a mí tambaleándose por culpa del vino y preguntó: “¿Quién es esta niña tan guapa?”.
Resulta que también parecía una niña con el pelo seco, maldita sea. “¡Es un niño!”, chilló mi abuelo con su honor herido después de que confundieran con una chica a su único nieto varón (después llegarían cuatro más, a Dios gracias).
La cosa se repitió un mes después, cuando invitaron de nuevo al señor y, en la sobremesa, ya borracho, se acercó a mí sigiloso y repitió la frase: “¿Y esta niña tan guapa?”. Mi abuelo optó esta vez por un sano ejercicio de psicología inversa y, en vez de gritar lo que yo era, aclaró lo que no era: “¡No es una niña!”. Su amigo exclamó galante: “¡Claro que no es una niña! ¡Es toda una mujer!”.
Creí oír una explosión, tal vez la cabeza de mi abuelo Alberto. Pero yo estaba contento: aunque me considerasen una adulta antes que un adulto, ¡había crecido! Cuando alguien habla hoy del género y sus variantes, me aburro. ¡Qué antiguo! Eso lo viví yo a los 12 años, justo después de ver El cliente.
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