Victor Erice, la mirada hechizada
El director ha sido el islote más esquivo, enigmático, inalcanzable y remoto de ese archipiélago que fu ele nuevo cine español
El rostro de una niña iluminado por el asombro se convirtió en una de las imágenes más perdurables de El espíritu de la colmena. Casi un emblema universal del hechizo que el séptimo arte ejerce sobre todos nosotros, abriendo nuestra percepción al sentido de la maravilla, pero también modelando nuestra comprensión para hacernos entender, entre otras cosas, la ternura de los monstruos o los claroscuros de la existencia. Junto a una Ana Torrent recién salida del huevo, el responsable de esa imagen fue Víctor Erice, a quien, salvando todas las distancias que convenga salvar, se podría considerar nuestro particular J. D. Salinger, o el islote más esquivo, enigmático, inalcanzable y remoto de ese archipiélago que fue el nuevo cine español.
El estreno de Cerrar los ojos, su regreso al largometraje tras tres décadas que no han estado marcadas por el silencio, sino por la miniatura, el apunte, el esbozo, la carta cinematográfica o la poética de lo fragmentario, propicia no solo un cruce de miradas entre una ahora veterana Torrent y un ahora venerable (y clásico en vida) Erice, sino que proporciona un buen número de claves para descifrar una de las carreras más esquivas del cine contemporáneo.
Por un lado, es fácil detectar la continuidad entre esos ojos infantiles contemplando a Frankenstein y los de ese otro niño hechizado por La Mort Rouge, pasando por los de un padre que, Flor en la sombra mediante, se reencuentra con el fantasma de un amor perdido en una Arcadia a la que no puede acudir todas las noches. Por otro, el último trabajo de Erice parece dejar claro que la trayectoria del cineasta vizcaíno es tan relevante por lo que ha hecho como por lo que no ha hecho: ahí están tanto su nonata versión de El embrujo de Shanghai como esa abortada segunda parte de El sur proyectando su seducción desde los limbos de la inexistencia. Si ha sido una industria que no ha estado a su altura o su propia autoexigencia arisca lo que haya condicionado una filmografía tan breve como excelente no es enigma que se pueda resolver con facilidad.
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