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¿Vale 4.000 euros un jersey de lana? Por qué el punto puede llegar a ser prohibitivo (y una inversión)

Firmas de lujo refinan sus técnicas y materiales, nuevas marcas reivindican métodos artesanales y la mezcla de texturas y grosores en una sola prenda revolucionan (y encarecen) lo que hasta ahora creíamos que era un simple suéter

Chris Evans y su célebre jersey de punto (agujeros incluidos) en 'Puñales por la espalda' (2019).
Chris Evans y su célebre jersey de punto (agujeros incluidos) en 'Puñales por la espalda' (2019).
Carlos Primo

Hay un ejercicio de voyeurismo muy habitual para cualquier aficionado a la moda que consiste en entrar en la tienda online de cualquier marca de lujo –o en una multimarca– y ordenar todos los productos disponibles de mayor a menor precio. Los primeros puestos, en el prêt à porter de las grandes firmas, siempre son para las prendas de piel, los abrigos y los acabados artesanales como el bordado o las aplicaciones de materiales valiosos. Pero, desde hace años, justo después viene el punto.

Por ejemplo: un cárdigan de lana de Celine (3.900 euros), un jersey de ochos de cachemir de Loro Piana (3.450 euros) o una chaqueta de Brunello Cucinelli (alrededor de 3.000 euros). En ocasiones la escasez o el valor de los materiales explica parte del precio –cachemir o angora– pero en otros la descripción de la prenda menciona simplemente la lana como ingrediente principal. Las formas también varían: firmas como Prada o Loewe se han apuntado a la vertiente más lujosa de esta categoría, con técnicas como la intarsia –una suerte de patchwork texturizado que mezcla distintos colores y grosores en una misma prenda– o los colores llamativos y los acabados atípicos de The Elder Statesman, una firma especializada en cachemir que ha irrumpido en gigantes del comercio online como Mr Porter con jerséis con precios entre 800 y 3.000 euros.

El punto está de moda: aunque pocas marcas han prescindido a lo largo de las décadas de este material –¿quién no produce un jersey de cuello redondo, una rebeca o una bufanda?–, en las últimas temporadas ha ganado enteros en las colecciones. Firmas jóvenes, como la italiana Federico Cina o la española Alled–Martinez, se han hecho un hueco en la industria con reinterpretaciones originales de prendas clásicas. Incluso aunque, como comentaba Alled-Martinez a ICON, en ocasiones tengan que renunciar a ellas porque, en una época en que parece que cualquier tejido y prenda se puede confeccionar al instante en cualquier parte del mundo, producir punto sigue siendo insistentemente caro.

Richard Dreyfuss y su (entonces) esposa Jeramie, conjuntados con jerseys de punto de Ralph Lauren con la bandera estadounidense.
Richard Dreyfuss y su (entonces) esposa Jeramie, conjuntados con jerseys de punto de Ralph Lauren con la bandera estadounidense.Robin Platzer (Getty Images)

Los motivos los explica John Eccles, profesor de la Escuela de Fashion del Istituto Europeo di Design de Madrid, especialista en diseño textil de punto y diseño de textil plano. Para diseñar y producir punto, hay que ocuparse de la selección del hilo, de la galga (el tamaño de la aguja y de la máquina, que resulta en puntos abiertos y ligeros, o rígidos y compactos), del tipo de puntada y de la construcción de la prenda. Por ejemplo, hay máquinas que ya tienen incorporado el patrón de la prenda, por lo que se teje directamente sin necesidad de costuras.

“Está claro que en diseño de punto hay que tener en cuenta muchas cosas. Todas las anteriores requieren más procesos y algunas pueden tener que desarrollarse a mano; lo que significa que los precios de la prenda pueden aumentar. El incremento puede ser tal que el producto final no sea comercialmente viable para el mercado. Así que, en cierta medida, puede entrar en juego el papel del gestor de producto”, explica.

Un ejemplo práctico: la firma italiana Missoni ha sido durante décadas especialista en crear prendas de punto con intrincados motivos, colores y detalles que solo se podían lograr gracias a máquinas desarrolladas especialmente para ellos. De ahí que, aunque algunos de sus iconos, como los motivos en zigzag, hayan sido copiados por otros diseñadores, sus prendas clásicas siguen ganando adeptos y cotizan al alza en las tiendas de segunda mano.

Ottavio Missoni fotografiado en 1990 con una de sus célebres prendas de punto, de trama inimitable.
Ottavio Missoni fotografiado en 1990 con una de sus célebres prendas de punto, de trama inimitable.Mondadori Portfolio (Mondadori Portfolio via Getty Im)

Son irreplicables, igual que lo eran los jerséis de lana con los que Elsa Schiaparelli dio sus primeros pasos en la moda de los años veinte, y que ahora ocupan un lugar destacado en las vitrinas de la exposición monográfica que le dedica el Museo de Artes Decorativas de París: la clave de su éxito eran sus motivos en trampantojo, pero también el punto que tejía a mano una tejedora armenia exclusivamente para ella, y que ninguno de sus competidores podía hacer. Lo mismo sucede con los jerséis marineros de la casa normanda Saint James, que data de 1889 y que Francia considera como patrimonio inmaterial.

Dominar estas técnicas no es en absoluto sencillo. Desde IED Madrid, el director de la escuela de moda, Eduardo García, confirma que “las enseñanzas de perfil técnico específico son altamente demandadas en la industria de la moda” y destaca que, en los últimos meses, la escuela madrileña ha apostado por “ampliar la maquinaria, los contenidos y los procesos vinculados al punto para que nuestros estudiantes tengan un conocimiento con el que puedan acceder al tipo de puestos que la industria reclama”. Parece ser que, en efecto, es una demanda del propio sector: para la publicación especializada Business of Fashion, los diseñadores de punto son el perfil más codiciado en un momento en que la ropa cómoda y deportiva gana enteros en el negocio.

Pero el precio del punto no solo deriva de los procesos necesarios para producirlo, sino también de algo mucho más fundamental: el propio material. Entre dos jerséis con un patrón similar, uno elaborado de fibras sintéticas o materiales naturales procesados, y uno exclusivamente confeccionado con fibras naturales tratadas de modo respetuoso, puede haber hasta 3.000 euros de diferencia. Hablamos de lujo, así que los procesos no explican del todo el precio –las firmas de lujo tienen precios elevados en ocasiones porque así lo exige su posicionamiento de marca y su sentido de la exclusividad–, pero sí gran parte de él. Yolanda Estévez y Pedro Castellanos, dos empresarios gallegos fundadores de Knitbrary, una singular firma de punto de lujo producido artesanalmente entre Galicia y Perú, venden sus jerséis para hombre a partir de 800 euros.

Pablo Picasso posa con un jersey de cachemira en París en 1966.
Pablo Picasso posa con un jersey de cachemira en París en 1966.Tony Vaccaro (Getty Images)

Pero aquí no hablamos de procesos industriales, sino de algo mucho más antiguo: las labores de punto a mano, con aguja o con telares artesanales y muy pequeños, que hacen en colaboración con un taller en Perú y en el que cada prenda, con solo materiales de calidad y teñida individualmente con tintes naturales, se elabora bajo pedido o para una reducida red de puntos de venta. Su posición les da un conocimiento profundo del sector. “La demanda de hilados 100% naturales, aunque está creciendo, es baja y por eso mismo existe poca oferta. Un hilado 100% natural tiene un precio bastante más elevado que el del que se ha mezclado con fibras sintéticas. También existen diferencias dentro de los propios hilados 100% naturales, no es lo mismo un hilado 100% vicuña, del que se produce muy poca cantidad al año ya que la población de vicuñas, una especie protegida y salvaje, es muy pequeña, que el hilado 100% cachemir, donde existe una sobreexplotación importante”.

De ahí que el aprovisionamiento de fibras naturales se haya convertido, en los últimos años, en un campo de batalla. El cachemir es el nuevo petróleo y, tal y como comentan los fundadores de Knitbrary, su demanda da lugar a fenómenos tan polémicos como la degradación de Mongolia, cuya producción de cachemir se ha multiplicado de forma vertiginosa en la última década para abastecer al número creciente de marcas que lo incluyen en su repertorio. De ahí la disparidad de precios.

En origen, el cachemir era un material casi legendario cuya obtención revestía rasgos míticos. En ciertas zonas de Mongolia, las cabras de Cachemira pastan entre espinos en los que quedan prendidos mechones de lana. Eran estos mechones los que, recolectados por los pastores, popularizaron el cachemir como un material extraordinario y escaso. Estas fibras, largas y desprendidas de forma natural del pelaje de los animales, son las más resistentes y, tejidas del modo adecuado, proporcionan mucho calor con un peso mínimo: son las famosas pashminas, vaporosas y casi transparentes, que fueron uno de los primeros productos elaborados con este material. Hoy, sin embargo, es posible encontrar jerséis de cachemir en grandes cadenas de moda asequible por precios que rondan los cien euros. El material es el mismo, pero cambian los procesos; por ejemplo, el cachemir esquilado es más frágil y de peor calidad que el peinado, es decir, el que se obtiene peinando manualmente a las cabras para que se desprendan naturalmente de las fibras.

Cuatro modelos lucen la colección Zegna Oasi Cashmere de otoño/invierno 2022.
Cuatro modelos lucen la colección Zegna Oasi Cashmere de otoño/invierno 2022.Zegna

Para sobrevivir en un mercado tan salvaje y liberalizado como el de las piedras preciosas o los metales necesarios para producir dispositivos electrónicos, algunas marcas fían parte de su estrategia a estructuras verticales, que implican que la misma empresa se encarga de la cría y pastoreo de las cabras, el esquilado, el hilado de las fibras y la confección y comercialización de las prendas. La italiana Zegna es pionera en este campo; desde hace años cuenta con rebaños propios en distintas zonas del mundo, y en los últimos tiempos ha llevado a cabo movimientos estratégicos para asegurarse el suministro. Por un lado, en julio de 2019 adquirió Dondi, una fábrica especializada en punto de calidad. Por otro, este año ha lanzado Oasi Cashmere, una firma cuyo nombre remite a Oasi Zegna, la reserva natural protegida por la firma en Trivero (Italia), y que aspira a lograr la trazabilidad absoluta de todo su cachemir en 2024. Sus jerséis minimalistas en tonos neutros, elaborados en cachemir, cuentan con un código QR que permite al usuario trazar su historia y su precio de venta al público está en torno a los mil euros. La colección también incluye sobrecamisas, pantalones y chaquetas que revelan el zeitgeist en el que adquieren sentido: ya desde antes de la pandemia la demanda de sastrería –una de las especialidades de Zegna desde siempre– había decaído a favor de prendas de punto, cómodas y fáciles de llevar, que recuerdan a la ropa deportiva pero con cortes sofisticados y materiales de lujo.

No es el único caso. Chanel cuenta con una fábrica de cachemir en Escocia para satisfacer la demanda de sus colecciones más lujosas, y marcas italianas como Loro Piana y Brunello Cucinelli se han hecho un hueco en el mercado gracias a prendas de punto sencillas y extremadamente lujosas. Loro Piana cuenta con la legitimidad de los pioneros, puesto que fue una de las primeras empresas en especializarse en este material en una época en que las grandes firmas preferían apostar por los vaqueros y los logos. Brunello Cucinelli fía su legitimidad a un imaginario muy particular, que tiene que ver con las condiciones laborales de los empleados de Solomeo, el pueblo medieval que el empresario ha restaurado para instalar allí una suerte de edén neoartesanal que sonaría casi como un proyecto del socialismo utópico –o una materialización de la teología de Santo Tomás de Aquino, de la que Cucinelli se declara admirador– si no fuese porque sus lujosísimas prendas son las más codiciadas por un público que valora su diseño discreto y relato humanista.

Un invitado a la semana de la moda de París en otoño de 2022 viste un jersey estilo 'patchwork' de JW Anderson.
Un invitado a la semana de la moda de París en otoño de 2022 viste un jersey estilo 'patchwork' de JW Anderson.Edward Berthelot (Getty Images)

Es en esa esfera donde reside parte del magnetismo del punto. Los fundadores de Knitbrary aluden a esa atracción inmaterial que producen sus prendas. “El punto es nuestra razón de ser, y no solo el punto, sino el punto trabajado de una determinada forma, mimando y cuidando mucho el proceso y respetando los tiempos del trabajo manual”, explican. “Para nosotros las piezas de punto están muy vinculadas a las emociones, desde que nacen hasta que las vivimos. Creamos piezas honestas y únicas preservando un legado, una herencia cultural. Nuestros clientes son sensibles al trabajo artesanal, a la historia que hay detrás de cada una de nuestras piezas. Valoran la calidad, la dedicación y la belleza de la imperfección. Buscan piezas responsables con las que puedan establecer un vínculo emocional a lo largo del tiempo”.

Tal vez ese vínculo afectivo, ligado a la artesanía y a materiales que evocan la calidez de lo doméstico, explique mejor que toda la geopolítica del mundo por qué el punto se ha convertido en la fibra más deseada en el corazón de un sector que, a pesar de lo que se suele pensar, no solo vive de logos, zapatillas y bolsos.

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Sobre la firma

Carlos Primo
Redactor de ICON y ICON Design, donde coordina la redacción de moda, belleza y diseño. Escribe sobre cultura y estilo en EL PAÍS. Es Licenciado y Doctor en Periodismo por la UCM

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