El olfato artístico de la excéntrica Elsa Schiaparelli
Un libro repasa las colaboraciones de la diseñadora con Picasso, Dalí, Cocteau o Magritte
No solo fue la modista más excéntrica del París del siglo pasado y la más temible rival de Coco Chanel. Elsa Schiaparelli también fue de las pocas que siempre creyó que su oficio no tenía nada que envidiar al arte. Prueba de ello fueron sus numerosas colaboraciones con los más conocidos pintores, escultores, fotógrafos e ilustradores de su tiempo, con quienes estableció un diálogo entre iguales. Un nuevo libro, Schiaparelli and the artists (Rizzoli), revisa ahora la totalidad de sus alianzas con las mentes más creativas, analizadas por un incomparable conjunto de firmas. En sus páginas se encuentran diseñadores como Hubert de Givenchy o Christian Lacroix, el fotógrafo Jean-Paul Goude, la periodista Suzy Menkes o el fallecido empresario Pierre Bergé.
El surrealismo fue el primer amor de Schiaparelli (1890, Roma - 1973, París). Y, como tal, también el más intenso. Fue Gabrielle Buffet, esposa del dadaísta Francis Picabia, quien le presentó a Man Ray en 1920. Congeniaron de inmediato. A principios de la década siguiente, el fotógrafo utilizó un retrato de la diseñadora en una de sus composiciones fotográficas, que fue publicada en la revista Minotaure, biblia de los surrealistas. Sería una forma de hacerla entrar, de manera oficiosa, en las filas del movimiento. Más tarde, Schiaparelli también colaboraría con dos de sus principales pintores, Salvador Dalí y René Magritte. Con el primero tuvo una afinidad especial. Firmaron juntos decenas de objetos y vestidos. Entre ellos, dos creaciones míticas como el sombrero-zapato y el vestido-langosta, que acaba de cumplir 80 años.
“El París de los años treinta no estuvo marcado por los debates de los surrealistas en el café de la Place Blanche, ni por el suicidio de mi gran amigo, [el escritor surrealista] René Crevel, sino por la firma de moda que Schiaparelli iba a abrir en la Place Vendôme”, dejó escrito Dalí en sus memorias. Con todo, también tuvieron sus diferencias. Reza la leyenda que el artista quiso incrustar mayonesa real en el tejido de su vestido-langosta, pero Schiaparelli se negó rotundamente. Esa terminaría siendo una de las 18 prendas del ajuar de otra reconocida excéntrica como Wallis Simpson, futura duquesa de Windsor, que lo llegó a lucir en las páginas de la revista Vogue.
También Pablo Picasso quedó prendado por el talento de la diseñadora. En su retrato de Nusch Éluard, la esposa del poeta surrealista vestía uno de los conjuntos que la modista romana (y parisina de adopción) incluyó en su colección para el otoño de 1937. Más tarde, Picasso también se inspiró en unos guantes creados por Schiaparelli en 1928, un trampantojo que simulaba dejar a la vista los dedos y las uñas. El pintor malagueño siguió el procedimiento inverso: pinto con óleo sobre manos de carne y hueso, y después dejó que Man Ray fotografiara el resultado.
Jean Cocteau sería otro de sus principales aliados. En su artículo sobre la colaboración de Schiaparelli con este polifacético e imaginativo artista, Bergé se admiraba ante el espíritu pionero de la modista. “Visto desde hoy, cuando se considera que los diseñadores son artistas por derecho propio, cuesta entender la audacia que ella tuvo al pedir a los pintores que se interesaran por la moda”, escribe Bergé. “Schiaparelli abrió camino para otros grandes costureros, como Yves Saint Laurent, que más tarde seguiría sus pasos”, añade quien fuera compañero del diseñador en referencia al conocido vestido Mondrian, que convirtió las geometrías tricolores del pintor holandés en materia textil.
Durante el resto del siglo pasado y parte del actual, los puentes entre arte y moda nunca serían derribados. Alexander McQueen utilizó motivos surgidos de la obra de Damien Hirst, mientras que Louis Vuitton ya ha encargado dos colecciones de accesorios a Jeff Koons. Raf Simons trabaja con su inseparable Sterling Ruby, que lo auxilió primero en Dior y ahora en Calvin Klein. Virgil Abloh, diseñador de la marca Off-White, ha hecho lo propio con la artista conceptual Jenny Holzer. Y Jonathan Anderson, el prodigio norirlandés que diseña para Loewe, ha colaborado con el ilustrador y fotógrafo Ian David Baker, conocido por sus desnudos masculinos.
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