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Moda

El renacer de Schiaparelli

El diseñador francés Bertrand Guyon ha resucitado una firma desaparecida durante 60 años

Carmen Mañana
Uno de los modelos de Bertrand Guyon para la colección de Schiaparelli.
Uno de los modelos de Bertrand Guyon para la colección de Schiaparelli.

La historia de Bertrand Guyon es la del triunfo de la experiencia y el ego domado. Un relato tan poco común dentro del mundo de la moda como un diseñador heterosexual. Tras 30 años en la sombra, el que fuera mano derecha de Hubert de Givenchy, Christian Lacroix, Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli – responsables de Valentino– tenía más que asumido su papel de secundario de lujo.

Hasta que en 2015 Diego della Valle decidió convertirle en actor principal. El consejero delegado del grupo Tod’s escogió a este francés formado en la Escuela de la Cámara Sindical de la Costura Parisina para capitanear una de las joyas de su emporio: Schiaparelli, la firma fundada en 1922 y que llevaba más de 60 años inactiva. 

Su decisión desconcertó al sector por dos razones: Guyon no solo era un desconocido para el gran público, sino que estaba a punto de cumplir 50 años. Casi un abuelo (sin cuenta de Instagram) comparado con algunos de los últimos fichajes de la industria: Jason Wu, director creativo de Hugo Boss, tiene 33 años; Olivier Rousteing, de Balmain, 32, y J. W. Anderson, de Loewe, 31.

“Sinceramente, a estas alturas no esperaba que me llegase este tipo de experiencia”, confiesa. Sentado en el apartamento de Elsa Schiaparelli (Roma, 1890) en la Place Vendôme de París, donde nos recibe, parece igual de cómodo que sobre la pasarela. Con solo dos colecciones de alta costura a sus espaldas, ha conseguido despertar el interés de crítica y compradores gracias a una aproximación pragmática al extravagante universo de la creadora italiana. Sus preciosistas espaldas, los exquisitos bordados y la investigación en materiales hacen presagiar un futuro brillante para la casa francesa.

Aunque suceder a una de las figuras más carismáticas de la historia de la moda no es una tarea que se pueda acometer en un año. Amiga íntima de Jean Cocteau, Alberto Giacometti y Cecil Beaton, la biografía de Schiaparelli está plagada de hitos sorprendentes: fue la primera diseñadora en utilizar el látex en 1933, en 1940 subió un chándal a la pasarela y se la considera una pionera en el uso del trampantojo textil. Junto a Salvador Dalí, ideó una polvera con forma de teléfono en 1935, y dos años después, el Lobster Dress, una falda con una langosta pintada, que Wallis Simpson adquirió para el ajuar de su boda con el duque de Windsor y que hoy se expone en el Museo de Arte de Filadelfia.

Tras indagar en la historia y los archivos de Schiaparelli, Guyon reconoce que resulta tentador dejarse arrastrar por la extraordinaria personalidad de esta mujer. Una visionaria que comenzó su carrera con una huelga de hambre, la que le permitió escapar del convento en el que había sido recluida por su familia tras publicar, con solo 21 años (1911), una colección de poesías eróticas.

Varios diseños de su colección de alta costura para esta temporada otoño-invierno.
Varios diseños de su colección de alta costura para esta temporada otoño-invierno.

Pero el francés ya sabe lo que es recoger el testigo de un divo. Durante siete años acompañó como director de diseño a Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli en el complejo y exitoso trance de suceder a Valentino Garavani. “Lo único que puedes hacer es ser honesto contigo mismo y respetuoso con el espíritu de la marca. Debes olvidarte un poco de quién eres y tratar de hacer lo mejor para la casa”, argumenta.

Y lo mejor para la marca, en su opinión, pasa por encontrar un equilibrio entre “la visión teatral” de la fundadora y las necesidades del mercado actual. Sin renunciar, claro está, al rosa Schiaparelli o shocking pink: ese tono ácido que se convirtió en la mejor metáfora del espíritu fantasioso, irónico y sensual de la firma. Y que Guyon ha decidido preservar como un sutil hilo conductor en sus colecciones.

“La alta costura es un sueño, pero resulta fundamental ofrecer un verdadero guardarropa: que además de vestidos, haya blusas, chaquetas. Y que las prendas sean llevables, cómodas y ligeras”, sentencia. La clave está en apelar a la Schiaparelli más funcional y realista, que también existió, aunque sea menos popular que su versión excéntrica; esa que llenó de trapecistas la presentación de su colección circense en 1938.

Bertrand Guyon, director creativo de Schiaparelli desde abril de 2015.
Bertrand Guyon, director creativo de Schiaparelli desde abril de 2015.

De hecho, el germen del discurso creativo de Schiaparelli no surge del lujo o el arte, sino de la estética deportiva, con la tenista Suzanne Lenglen, ganadora de 31 Grand Slam, como referente.

Así, su primera creación fue algo tan poco ostentoso como un tejido en punto de malla. Tras terminar la II Guerra Mundial, la italiana se entregó al minimalismo y presentó lo que consideraba el equipaje perfecto: una maleta con un abrigo reversible, seis vestidos y tres sombreros. Fue, según declaró entonces, su colección más inteligente, pero también una de las menos vendidas.

“Creo que, en cierta forma, tenemos el mismo gusto. Cada mañana, veo el retrato que pertenecía a la colección de Marisa Berenson y nos saludamos”, comenta Guyon un poco azorado. “Uno de sus mejores amigos, el ilustrador Marcel Vertès, publicó un libro titulado It’s All Mental [un juego de palabras. La frase significa “es todo mental” y, también, “es todo una locura”], y así es nuestra relación. Cuando escojo un patrón o un tejido siempre me pregunto primero si a ella le gustaría”.

También en ese afán por conocer (y comunicarse) con la creadora, Guyon parte con ventaja. De 1989 a 1995, el francés estuvo a cargo de las colecciones de alta costura de Hubert de Givenchy, que, a su vez, se había formado con Elsa Schiaparelli durante cuatro años por consejo de Christian Dior. De su paso por este taller, Givenchy extrajo su gusto por los cortes transgresores y allí conoció a un compañero para toda la vida, el también modisto Philippe Venet.

Últimos retoques a un traje de alta costura en los talleres de Schiaparelli, donde trabajan ocho personas.
Últimos retoques a un traje de alta costura en los talleres de Schiaparelli, donde trabajan ocho personas.

Guyon asegura que el discípulo de la italiana marcó su carrera y su forma de entender la moda. “Amaba su universo. De él aprendí la necesidad de ser exigente con uno mismo, el sentido de la proporción y el equilibrio. Recuerdo oírle hablar de su juventud en Schiaparelli. Me ayudó mucho y sigue haciéndolo. Antes de presentar mi primera colección, tuvimos una conversación increíble”.

No fue el único exjefe en mostrarle su apoyo. Pier Paolo Piccioli, al que abandonó para capitanear la casa francesa, lo definió en The New York Times como “la encarnación de la sensibilidad”, en el mejor sentido del término.

Y Christian Lacroix acudió incluso a una prueba de vestuario en los días previos al debut. Guyon fue su mano derecha durante 11 años, pero esta visita habla de algo más que de una buena relación entre colegas. Lacroix fue el primero en diseñar una colección para Schiaparelli después de que Diego della Valle comprase los derechos de la marca. Cualquier recelo profesional o choque de egos, si es que lo hubo, parece superado. “Fue muy emocionante tenerle en el taller. Es un gran maestro del color y sabe cómo utilizarlo con control. Con él descubrí el maximalismo en el minimalismo”. Una lección especialmente útil para actualizar el legado de la reina de la fantasía: el gran reto al que sigue enfrentándose Guyon, pero no el único.

Revivir a una bella durmiente, como se conoce en la industria del lujo a las marcas que llevan décadas fuera del mercado, está demostrando ser un negocio poco rentable. Al menos, a corto plazo.

Puede que estas maisons posean el patrimonio cultural que aún les falta a firmas de nuevo cuño, y que su simple nombre esté cargado de connotaciones glamurosas, pero en un mercado saturado resulta más difícil relanzar una vieja gloria que construir una nueva marca desde cero.

Un detalle de un hombro donde destaca el shocking pink, el color fetiche de la diseñadora italiana.
Un detalle de un hombro donde destaca el shocking pink, el color fetiche de la diseñadora italiana.

El fondo de inversiones De Lummen compró en 2006 Vionnet. Tres años después, pasó a manos de Matteo Marzotto –propietario durante una época de Valentino–, que terminó vendiendo la firma a la oligarca rusa Goga Ashkenazi. En esta década, la firma que cerró sus puertas por primera vez en 1939 ha tenido cuatro directores creativos y una escasa relevancia comercial.

La marca creada por Paul Poiret, el francés que pasó a la historia por liberar a la mujer del corsé, corre una suerte igualmente incierta. Tras 80 años cerrada, fue adquirida el pasado agosto en una subasta online por el grupo surcoreano Shinsegae, que está centrado en la distribución de productos de lujo en este país.

De todas estas bellas durmientes, Schiaparelli es la que ha tenido mejor despertar, aunque el proceso tampoco ha sido fácil. Diego Della Valle compró los derechos de la firma en 2006, pero no fue hasta siete años después cuando consiguió reinaugurarla. Lo hizo con una colección firmada por Lacroix pero que no podía comprarse. Después nombró director creativo a Marco Zanini, exresponsable de Rochas, que solo aguantó dos temporadas antes de abandonar la casa. El siguiente desfile fue realizado por los sastres de la maison, dirigidos de forma excepcional por la exmodelo Farida Khelfa, embajadora de la firma y sin ninguna experiencia como diseñadora.

Un rincón del apartamento que Elsa Schiaparelli tuvo en la Place Vendôme de París y que la firma ha recuperado.
Un rincón del apartamento que Elsa Schiaparelli tuvo en la Place Vendôme de París y que la firma ha recuperado.

Este es el legado que recogió hace un año Guyon, junto con un equipo de “siete u ocho personas” heredado de etapas anteriores. Nadie elegido por él mismo. “Siempre hay un momento de dudas. Ellos tienen que conocer mi forma de trabajar y yo la suya. Requiere tiempo. Pero es tan antiguo como la historia de la humanidad”, resume.

De nuevo, tres décadas de carrera alisan las posibles aristas laborales. Porque Guyon estuvo al otro lado de la mesa del despacho cuando John Galliano y Alexander McQueen tomaron las riendas de Givenchy. Dos genios para los que trabajó dos temporadas respectivamente y de los que aprendió no solo qué camino seguir, sino también cuál esquivar. “Fue muy instructivo ser testigo de los momentos difíciles que atravesaron las casas de las que formé parte. Tengo presentes cada día todos los errores que cometí y vi cometer. Además, siempre puedo preguntarme: ‘¿Qué haría Elsa en mi lugar?”.

elpaissemanal@elpais.es

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