Bergé después de Saint Laurent
El empresario, que murió este viernes a causa de “una larga enfermedad”, siguió vinculado al nombre del modisto y no dejó de defender su herencia tras su muerte en 2008
Todo el mundo lloraba, pero él retenía el lagrimal con todas sus fuerzas. Corría el mes de junio de 2008. Pierre Bergé se acababa de convertir en viudo de Yves Saint Laurent y se disponía a despedirse de su féretro con la mayor dignidad posible. El funeral tenía lugar en una pequeña iglesia en el corazón de París. En el exterior, sobre el asfalto de la rue Saint-Honoré, se congregaron cientos de ciudadanos. En el interior, Catherine Deneuve terminaba de declamar un poema de Walt Whitman. Fue entonces cuando Bergé pronunció uno de esos discursos que no se olvidan. “Pertenecías a esa gran familia, magnífica y lamentable, de los nerviosos. Todo lo bueno que hemos conocido procede de los nerviosos. Son ellos quienes han fundado las religiones y compuesto las obras maestras. El mundo nunca sabrá lo que les debe y, sobre todo, lo que han sufrido para dárselo”, proclamó. Entonces sonó una melodía de otro magnífico nervioso, llamado Jacques Brel.
Bergé, que murió este viernes a causa de “una larga enfermedad”, no era un nervioso, pero los conocía de cerca. Se había pasado medio siglo procurando que la vida de Saint Laurent –y antes, la de otro torturado como Bernard Buffet– fuera algo más sencilla. Aquel día empezó el último tramo de su existencia. Era el día de su liberación, creyeron algunos. Huelga decir que se equivocaron. Bergé siguió girando en torno al mismo astro, incluso cuando este se apagó. Siguió interpretando el papel de esforzado gestor y de eterno consorte, aunque en realidad no fuera solo eso. Habrá dedicado la década posterior a la muerte del modisto haciendo lo mismo que hizo cuando estaba vivo: intentar que su nombre no pierda ni un ápice de su potencia de irradicación.
Fue Bergé quien, en 2012, rescató a un iconoclasta como Hédi Slimane, que llevaba cinco años apartado de la moda, para darle las llaves de la maison. Le dio un control total sobre la línea creativa, con los resultados conocidos. En sus casi cinco años de reinado, logró duplicar los ingresos de la firma y volvió a acercar su insignia a un consumidor más joven y ávido de tendencias. En segundo lugar, Bergé ha conducido una labor infatigable al frente de la fundación que lleva su nombre y el de Saint Laurent, depositaria de 5.000 piezas de alta costura, 15.000 accesorios y unos 50.000 dibujos. En el momento de su muerte, Bergé llevaba meses preparando la apertura de dos nuevos museos que recogerán ese impresionante legado. Uno estará en los barrios burgueses de París. El otro, en su amada Marrakech, la ciudad donde la pareja se instaló en el antiguo atelier del pintor Jacques Majorelle.
Bergé fue un hombre de moda, pero también de cultura. Mecenas generoso con quienes creía que lo merecían, el empresario financió todo tipo de proyectos. Permitió la compra de distintas obras maestras por parte del Louvre y del Pompidou. Adquirió de su bolsillo una primera edición de 50.000 ejemplares de una de sus novelas a un escritor marroquí, Abdellah Taïa, amenazado en su país tras declararse abiertamente homosexual. Y contribuyó a hacer posible 120 pulsaciones por minuto, la crónica del militantismo contra el sida en la Francia de los años noventa, que triunfó en el pasado Festival de Cannes y lo vuelve a hacer ahora en las salas francesas.
Según sus amigos, Bergé era un hombre apasionado. Según sus enemigos, temperamental y colérico. Todos coinciden en que le gustaba mucho decidir. Sus últimos movimientos casi dejan intuir que fijó incluso la fecha de su muerte. Bergé se marcha con la casa ordenada, la ropa plegada y el congelador vacío. Con las finanzas saneadas y el valor de marca en lo más alto. El pasado mes de marzo se casó con el paisajista estadounidense Madison Cox, uno de los miembros de su círculo más íntimo, a quien también designó como ejecutor testamentario para estar seguro de que se respetará su voluntad. Saint Laurent pasa página en su historia, pero no cabe duda de que Bergé seguirá guiando su rumbo, ni que sea simbólicamente. No se llevará la gloria, pero ya tenía costumbre. El mundo nunca sabrá lo que debe a quienes no son nerviosos.
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