Ludovic de Saint Sernin, el hombre que lleva el sexo en la moda a otro nivel: “No solo diseño ropa interior o trozos de tela sobre cuerpos increíbles”
El creador, que acaba de ser nombrado director artístico de Ann Demeulemeester, se ha hecho famoso con sus provocativas creaciones, inspiradas por iconos que van desde Robert Mapplethorpe a Bella Hadid. Pero él defiende que es capaz de mucho más
“Lo bueno de las primeras colecciones es que, como nadie te conoce, nadie te espera. No hay expectativas”, dice el diseñador Ludovic de Saint Sernin (Bruselas, 32 años). Pero en su primera colección, que presentó en 2017, ya estaban las provocadoras piezas para hombre que hoy le han hecho casi famoso: minúsculos calzoncillos con cierre de corsé, camisetas con aberturas y una idea minimalista de la elegancia masculina. Una idea de la moda cristalina y sexual que, este 1 de diciembre, ha desembocado en su nombramiento como director artístico de Ann Demeulemeester, una de las posiciones más codiciadas y retadoras en la industria.
Hace tiempo que su nombre suena en varias quinielas, pero nada de eso estaba en su horizonte cuando, aquel día de junio de 2017, mostró en París lo que, en aquel entonces, no consideraba ni siquiera una colección. “Era como un diario íntimo de mis vivencias como joven gay. Todo lo había cosido a mano en mi apartamento, sin pretender nada. Se convirtió en colección a medida que hablaba de ella y que la gente me decía que tenía ganas de verla”. Presentado sin apenas apoyo institucional, el conjunto de prendas que este joven francés que pasó su infancia en África y se mudó a París a los ocho años caló en un sector, el de la moda parisiense, sediento de nuevos talentos. El diseñador, que venía de pasar unos años trabajando en Balmain, asegura que su intención nunca fue lanzar su propia marca, sino dar forma a un portafolio que le permitiera encontrar un buen empleo. Pero la moda obró su legendaria magia y, de la noche a la mañana, Ludovic de Saint Sernin se convirtió en una de esas marcas que, de forma deliberada o no, elevan hasta el infinito su horizonte de expectativas. Aquel nombre de resonancias aristocráticas, ente misterioso y provocativo, reclamaba la sensualidad y la delicadeza de la lencería para un público imposible de encasillar.
Ahora, cinco años después de aquel primer fogonazo, de Saint Sernin deslinda los elementos que colisionaron en su imaginario. Por un lado, la lectura de Just kids, las memorias donde Patti Smith recuerda sus años junto al fotógrafo Robert Mapplethorpe. “Encontré algo muy emocionante en el relato, en su historia de amor, en estos relatos de descubrimiento, de sexualidad y de identidad”, recuerda. En aquellas imágenes de una sexualidad floreciente y explícita el joven diseñador encontró “una faceta muy lujosa, muy morbosa, queer, muy sensual y sensible a la vez”. Su idea fue “mostrar esta estética bajo una luz más solar, más inocente, que permitiera a la gente mirar lo gay y lo queer desde un mundo menos ostentoso, más ligado a la sugerencia y la interpretación”. En aquella búsqueda, cuenta, había también un componente autobiográfico y personal. “En mi infancia y en mi adolescencia era hetero. No conocía nada de este mundo, en mi entorno no había nadie gay ni queer, así que no me imaginaba que pudiera existir algo así. Y cuando llegué a la escuela de moda y me encontré rodeado de gais, de lesbianas, de bi, de todo, me di cuenta de que en toda cultura comunitaria es importante conocer tu historia y construir tus valores a partir de la conciencia de lo que sucedió antes”.
Lo comunitario, para de Saint Sernin, es un factor tan fundamental como lo autobiográfico o lo generacional. En estos cinco años, este hijo espiritual de la moda de principios de los dos mil –”Me gusta lo minimalista, limpio, sobrio, elegante, expansivo, pero también divertido”–, fan de Marc Jacobs y de Rick Owens, ha visto cumplido más de un sueño. Con Jacobs coincidió en una cena – “es exactamente tal y como me lo imaginaba, y es genial. Me dobla la edad, pero parecíamos de la misma”– y el pasado junio cerró como modelo invitado el desfile de Rick Owens en el calendario de la moda masculina de París, una ciudad en la que se encuentra como pez en el agua. “Ni Londres ni Nueva York”, sentencia, “Milán está bien, pero París es mejor”.
Su colección para este invierno, efectivamente presentada con un casting mixto y rabiosamente contemporáneo, permite reconocer algunos de los provocadores elementos que le han hecho famoso. Por ejemplo, las aplicaciones de cristales en las iniciales de su logo, en los ribetes de camisetas de tirantes o en tops cruzados con transparencias y redecilla. También la cordonadura de corsetería –ojales metálicos, cordones cruzados– que emplea para cerrar la bragueta de minifaldas de tablas y tangas de cuero, uno de sus productos estrella. Si mostrar una abertura es insinuar el gesto de abrirla, estos diseños son una celebración del sexo estratégicamente milimetrada para pasar los filtros de la nueva censura digital.
Pero no todo es provocación erótico-festiva. A medida que la firma crecía –hoy el diseñador lidera un taller de siete personas–, su repertorio ha enfilado horizontes menos comprometidos. “Me interesa la idea de mostrar que mi ropa se puede llevar en cualquier momento. No solo hago aplicaciones de cristales, ropa interior o trozos de tela sobre cuerpos increíbles, aunque son elementos fundamentales en mi estética, y quiero seguir fiel a ellos. Pero hay muchas personas que se han sentido identificadas con mi marca a pesar de no haber podido probarse las prendas, y lo que quiero es demostrar que LDSS se puede llevar en cualquier ocasión. Por ejemplo, también hago jerséis sin cortes. Quiero inscribir el lenguaje de la marca en el día a día, conservando su espíritu. No quiero hacer ropa más comercial, pero sí me interesa que mis prendas se puedan llevar con más facilidad”. Esa ambición de navegar entre lo conceptual y lo comercial es otro rasgo en común con Demeulemeester. La diseñadora belga, que se retiró hace una década y el pasado verano reapareció con motivo del relanzamiento de su firma tras su adquisición por el empresario italiano Claudio Antonioli, forjó durante tres décadas un estilo radical y seductor, que aunaba delicadeza punk y prendas de lujo codiciadas por una tribu global de seguidores.
A Saint Sernin tampoco le gusta que le encasillen. Este año, por ejemplo, se pasó al calendario femenino por un motivo con nombre y apellido. “Admiro enormemente a Bella Hadid, y ella suele venir más al calendario femenino que al masculino. Es así de sencillo. Mi sueño era tenerla en mi desfile”, confiesa. “Además, a la gente le gusta encasillarte, y este es un modo de decir que no estoy aquí para vestir a mis amigos, sino para hacer moda en serio. Además, los modelos hombres vienen de todos modos. Así tengo the best of both worlds”. No es la única expresión en inglés que se cuela en el discurso por lo demás ordenado, pulcro y perfectamente articulado del diseñador. “París es mi sitio, pero la verdad es que en mi día a día hablo muy poco en francés. En mi equipo hay bastantes franceses, pero todos somos internacionales y al final mi mayor público está en Estados Unidos, en Los Ángeles y Nueva York. De hecho, hay quien piensa que soy estadounidense. ¿Cómo es posible? Con el nombre que tengo, ¡con la cara que tengo!”.
Su raigambre parisiense no solo se refleja en su biografía, sino también en un modo de entender la profesión muy propia de la capital francesa de hoy. “Lo genial de París es que hay una escena real, con Simon [Porte Jacquemus, fundador de Jacquemus], los Coperni, Courrèges [actualmente dirigida por Nicolas di Felice], somos todos de la misma generación y nos llevamos muy bien. Y lo mejor es que no hay tanta competitividad entre nosotros, todos nos alegramos de los éxitos del resto, y es algo que me encanta, porque en la escuela no era así. Hace diez años, en mi época de estudiante, prefería trabajar solo en casa, para estar tranquilo. No quería que nadie viese lo que hacía, no fueran a copiarme. Pero ahora es muy distinto”. ¿Hay, por tanto, menos miedo a las copias? “Hoy la moda vive en Instagram, y la belleza de Instagram es que celebra la autenticidad y el punto de vista único de cada persona. Eso nos permite ser nosotros mismos. Al final, lo que hacemos es tan preciso que, incluso aunque trabajemos con los mismos agentes de prensa o los mismos modelos, hemos aprendido a crear nuestro propio lenguaje y a amar el del resto sin dejarnos influir. Y si alguien se deja influir más de la cuenta, no pasa nada. Nos perdonamos”.
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