Millonario a los 18 y arruinado a los 22: el ‘influencer’ de las finanzas que personifica el peligro de invertir en criptomonedas
Kiarash Hossainpour se ha convertido en un caso ejemplar de los peligros de enriquecerse tan rápido, y siendo tan joven, con el bitcoin: en cuanto una no respondió como debía, él lo perdió todo
La suya es una de esas historias de auge demencial y caída aparatosa que tanto entusiasman, sobre todo, en Estados Unidos. Un orgulloso advenedizo que encontró un atajo para hacerse inmensamente rico siendo un imberbe, que se permitió el lujo de alardear de su formidable olfato y dar lecciones de emprendimiento empresarial 2.0, y cuya fortuna, amasada en lo que dura un relámpago, se desvaneció durante el colapso de la cotización de las criptodivisas que se produjo la pasada primavera.
La novedad en este caso es que Kiarash Hossainpour no se da por vencido. Puede que, como decía Scott Fitzgerald, las vidas estadounidenses no tengan segundos actos, que en el país de las oportunidades no haya redención que valga una vez se ha producido la caída. Pero Hossainpour no es estadounidense, sino alemán de origen iraní. Para él, ni la más severa de las derrotas es irreversible. Está programado culturalmente para levantarse de la lona y seguir luchando.
De ahí el discurso optimista con el que ha vuelto a saltar a la palestra estos días, tras sufrir pérdidas de entre el 60 y el 90% (las versiones difieren) de su cartera de inversiones digitales. En declaraciones a la edición alemana de Business Insider, este cachorro de tiburón de 22 años, un lobo de Wall Street de pacotilla para sus más feroces detractores, aseguraba que va a seguir invirtiendo en bitcoins y que cree firmemente en el futuro a medio plazo de las criptodivisas. “Acumular pérdidas”, asegura, “forma parte del juego”. Es una prueba de carácter.
Él pertenece a una generación y a un perfil demográfico más que acostumbrados a la caprichosa volatilidad del dinero. Primero tuvo muy poco, casi nada. Después consiguió mucho, en cinco años de actividad precoz y frenética, para perderlo casi todo de un plumazo. Y ahora conserva “algo”. Lo suficiente para aprender de la experiencia, restañar sus heridas y seguir invirtiendo, seguir remando.
Lecciones rápidas de inversión especulativa
Hossainpour añade que el desplome de sus activos digitales le preocupa solo “relativamente” porque no se plantea venderlos. Él se considera “un inversor estratégico”, de los que no sucumben a “repentinos ataques de pánico” porque llevan siempre puestas las luces largas. “No vendí en los momentos de auge incontrolado y no venderé, por supuesto, en pleno declive”. Entre otras cosas, porque cree que la tempestad está a punto de amainar y cambiar de rumbo en plena turbulencia sería propio de capitanes novatos. Y él se considera más bien un intrépido pionero.
El bitcoin se cotiza hoy a 22.542 euros la unidad, muy lejos de los 67.205 que alcanzó en noviembre de 2021. En realidad, sigue siendo la más estable de todas las criptodivisas en que ha invertido Hossainpour, la que menos se ha devaluado. El verdadero mordisco letal a sus finanzas se lo ha propinado Luna, la criptomoneda por la que él apostaba con fervor mesiánico hace apenas unos meses en su canal de YouTube y que el pasado mayo, en gráfica expresión del periodista Antonio Fernández Serrano, “dejó de orbitar” al perder el 99% de su cotización.
¿Qué ocurrió? Hossainpour achaca el desastre a la “incompetencia” del equipo que lanzó la divisa. Reconoce, eso sí, que él no lo vio venir. Por una vez, se le atrofió el olfato del que presume y que le ha permitido acumular cientos de miles de seguidores en sus canales de consejos financieros en redes sociales. Porque el joven alemán es, además de un inversor avezado, un gurú, un influencer. O, en expresión del asesor bursátil y locutor de radio estadounidense Clark Howard, “un irresponsable que ha incitado a arruinarse a miles de incautos”.
La forja de un emprendedor kamikaze
Kiarash Hossainpour nació en Berlín en 1999, en el seno de una familia iraní (él prefiere decir “persa”) que se refugió en Alemania para huir de los rigores de la revolución islámica. Su padre, informático, le regaló su primer ordenador a los 10 años. Con el instinto emprendedor que le caracteriza, el pequeño Kiarash empezó a utilizarlo para hacer apuestas deportivas, pero su padre, “un hombre recto, un poco de la vieja escuela”, se lo prohibió terminantemente: “Si quieres que la computadora te sirva para conseguir dinero, aprende primero a programar”. Y eso hizo.
En gran medida autodidacta, como muchos de los miembros de la primera generación de magnates de las criptodivisas, se introdujo en la escena gamer y a los 13 años estrenó su primer canal de YouTube. Pronto quiso ir más allá de ofrecer consejos online para ir pasando niveles de Grand Theft Auto. Empezó a dedicarse a diseñar páginas web personalizadas en WordPress, un trabajo por el que cobraba “apenas 30 dólares la página”, y en 2014, en un día que, según él mismo explicaba en sus redes sociales, “no olvidaré nunca, porque cambió mi vida”, recibió su primer pago en bitcoins.
Aquello puso su cerebro en órbita. ¿Una nueva moneda, cien por cien virtual, hasta cierto punto clandestina y que se podía acuñar en casa para intercambiarla con los miembros de una comunidad de emprendedores tecnológicos? A los 16 años, a finales de 2015, dio el paso decisivo: invertir los cerca de 40.000 euros que había ganado con sus otras líneas de negocio en bitcoins, su nuevo fetiche.
Sus padres le preguntaban si aquello era legal, si era dinero “de verdad” o una simple estafa, pero aparcaron sus reticencias en cuanto él consiguió acumular su primer millón de euros y demostrarles que podía gastárselo en objetos del mundo real. “Mi padre viene de una familia muy rica a la que la revolución empobreció”, explicaba el millonario incipiente en una entrevista con la página para captar inversores MoneyNow, “y tal vez por ello no da demasiada importancia al dinero. Siempre me dijo que lo más importante era que fuese prudente, que siguiese con mis estudios universitarios y no perdiese del todo de vista que aquellos millones no eran más que números en una pantalla”.
Números, en cualquier caso, que Kiarash utilizó como anzuelo para incrementar su fortuna, vendiéndose aquí y allá como un ejemplo de éxito. Aunque su canal financiero en YouTube ofrecía, en general, consejos relativamente sensatos (“invierte solo lo que te sobre, nada de lo que necesites para vivir o para cubrir las necesidades de tu familia”), las fotos en que aparecía, con apenas 20 años, luciendo relojes Richard Mille o Audemars Piguet, al volante de un Rolls-Royce, un Porsche o un Lamborghini y fumando cigarros cubanos contaban una historia muy distinta. La de un joven sin prejuicios que estaba haciendo uso de su talento y su formidable intuición para pasarle la mano por la cara a los inversores adultos.
¿Un ejemplo a seguir?
Cuando estaba en pleno apogeo, en ese otoño de 2021 en que tanto bitcoin como otras criptodivisas estaban rozando el cielo, la prensa internacional empezó a fijarse en él. David Thompson hablaba de él en la revista TechTimes como una especie de rey Midas posadolescente, un hombre “tocado por la varita del éxito en todos los campos que se asoma” y dispuesto, además, “a compartir su experiencia en redes sociales”.
Su canal de consejos financieros, Kyle Hoss, era presentado como “una escuela virtual de futuros millonarios”. Arianna Rodriguez, de International Business Times, le describía como uno de los escasos jóvenes europeos que ya había alcanzado la plena independencia financiera a los 18 años y el responsable de “una influyente red que comparte conocimiento, pero no uno trivial, sino el tipo de conocimiento que es difícil de obtener y que marca la diferencia”.
En el artículo de Rodriguez se afirmaba también que Hossainpour era hijo de una modesta familia de inmigrantes a los que sacó de la miseria con el fruto de sus inversiones, un detalle que no encaja del todo en el relato que de su propia vida hace el interesado. Pero todo vale cuando de lo que se trata es de contar una historia de éxito que pueda servir de anzuelo a futuros inversores. Y eso es lo que era la idílica biografía de Hossainpour. Un anzuelo.
En opinión de Ana Cristina Silva, profesora de finanzas en el Merrimack College de Massachusetts, historias como las de esta cenicienta de la informática no tienen nada de ejemplar. En realidad, le parece un síntoma “de lo mucho que ha calado la cultura del enriquecimiento rápido entre las jóvenes generaciones”. Para ella, “cualquier emprendimiento exige una cierta cultura económica y, sobre todo, una base financiera sólida, incitar a los jóvenes a invertir en un campo tan especulativo y volátil como el de las criptomonedas tentándolas con algún supuesto ejemplo de éxito resulta muy irresponsable”.
Silva añade que un alto porcentaje de sus alumnos “gasta sus ahorros en comprar bitcoins y criptoactivos de todo tipo, pensando que van a hacerse ricos, y la mayoría pierden hasta el último dólar”. Desde el punto de vista de la académica, “no hay nada más alejado de la verdadera cultura del emprendimiento, que exige, para empezar, una formación, una disciplina y unos valores”.
A Hossainpour estas reflexiones sobre ética empresarial y cultura financiera básica le resultarían del todo peregrinas. Para él, emprender consiste sobre todo en asumir riesgos y en no perder la calma. Lleva jugándose el todo por el todo en un eterno cara o cruz que empezó cuando tenía 14 años, y hasta ahora casi siempre le había salido cara. La gran cruz de la pasada primavera no es más que una nube pasajera que se disipará pronto.
Como dijo a Business Insider, “debo reconocer que me equivoqué con Luna, no soy infalible”. Pero sigue convencido de que el tiempo le dará la razón y que muy pronto habrá recuperado hasta el último céntimo. Las vidas de los inversores persas y alemanes tal vez sí tengan segundos actos.
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