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Ben Attal, la última revelación de Francia: “Cuando me preguntaban si era el hijo de mis padres, respondía que no”

La última revelación del cine galo actúa un poco, cocina mucho y prefiere hablar del cuscús de su abuela materna que de la música de su otro abuelo, Serge Gainsbourg

Álex Vicente
El actor Ben Attal posa para ICON vestido de Louis Vuitton.
El actor Ben Attal posa para ICON vestido de Louis Vuitton.Antonio Macarro

Ben Attal (París, 24 años) se puso por primera vez delante de la cámara a los cuatro años, en una película dirigida por su padre, el actor y cineasta Yvan Attal, y protagonizada por su madre, la actriz y cantante Charlotte Gainsbourg. Cabía esperar a un niño mimado, descendiente de una de esas dinastías francesas con rango prácticamente monárquico. La sorpresa es que se presente un tipo de 24 años educado, vestido con lo primero que ha encontrado en el armario y con los párpados caídos a causa de una adicción que lo mantiene despierto hasta altas horas de la noche: los videojuegos.

Ben Attal en 'Les choses humaines'

Attal fue educado por unos padres que hicieron lo posible para que no se comportara como un hijo de papá (y de mamá). “Siempre han insistido en que trabajáramos y nos esforzáramos. Fueron estrictos, tal vez porque mi padre tiene orígenes muy humildes. Siempre nos han apoyado mucho. Sobre todo a mis dos hermanas, porque yo era muy terco y nunca les pedía ayuda”, confiesa. Lo dice como antiguo pasota en proceso de transición hacia la adultez, que ha colgado los hábitos de las bacanales nocturnas que solía frecuentar –”digamos que los videojuegos no eran mi único vicio”, sonríe– y ahora prefiere pasar los fines de semana en una casa en medio de la nada en Normandía con sus dos perros. “Ya he hecho demasiado el tonto. Ahora me sienta mejor ese plan”, reconoce.

Attal es la última revelación del cine francés con El acusado, de próximo estreno en España, donde interpreta a un joven acusado de violación. La película adapta una novela de Karine Tuil que fue un pequeño fenómeno editorial en la Francia de 2019. Su personaje, Alexandre, es el hijo ejemplar de una conocida pareja de intelectuales parisienses, un presentador televisivo y una ensayista feminista. Todo cambiará cuando la hija del nuevo compañero de su madre lo acuse de haberla violado. Este thriller sobre los tiempos del #MeToo fue rechazado por otros actores franceses antes de caer en sus manos, tal vez porque nadie quería interpretar a un acusado de violencia sexual.

Ben Attal posa en exclusiva para ICON vestido de Dries Van Noten (la camiseta y la cadena son suyas) y Prada.
Ben Attal posa en exclusiva para ICON vestido de Dries Van Noten (la camiseta y la cadena son suyas) y Prada.Antonio Macarro

“No me lo dijeron, tal vez para que no me sintiera segundo plato”, bromea. “A mí me dio igual, porque los personajes de malo siempre me han parecido más interesantes, como dice Clint Eastwood. Hubiera sido una lástima rechazarlo por una cuestión moral”. A la vez, no le extraña que intérpretes más reconocidos dijeran que no al papel. “Poco después del estreno de la película en Francia, estaba con mi novia en una terraza y escuché que en la mesa de al lado alguien decía: ‘Mira, es el violador’. Ese día entendí que lo rechazaran”, admite.

Puede que proceder de una estirpe de escandalosos natos, encabezada por su abuelos maternos, Serge Gainsbourg y Jane Birkin, le dé permiso para meterse en todas las polémicas que quiera. “Mi madre protagonizó Anticristo, de Lars von Trier, creo que aún tengo bastante margen”, se carcajea. Dice no haberse sentido un privilegiado hasta el estreno de El acusado, porque hasta entonces ni siquiera se consideraba actor. Su trabajo de día, todavía hoy, es el de cocinero. Durante años intentó no acabar siendo un miembro honorario de la farándula. “Cuando me preguntaban si era el hijo de mis padres, respondía que no”, confiesa.

Se formó en la prestigiosa escuela Ferrandi, en París, y junto al chef estrella Joël Robuchon, antes de trabajar en 6 Paul Bert, reputado neobistró de la capital francesa. “Siempre he tenido problemas con la autoridad. Para superarlo tenía dos opciones: el ejército o la cocina”, ironiza. A la espera de sus dos próximos proyectos, uno en Francia y otro en Estados Unidos, piensa volver a los fogones. “La segunda la va a dirigir la hija del productor de mi película favorita de todos los tiempos”, dice a modo de pista. Mientras empieza el rodaje, trabajará algunos días con un chef al que admira y al cual contactó por Instagram.

Ben Attal vestido de Dries Van Noten y Prada.
Ben Attal vestido de Dries Van Noten y Prada.Antonio Macarro

Habla con mayor facilidad del cuscús de su abuela materna, de origen sefardí, que de las canciones de Serge Gainsbourg, al que no llegó a conocer (murió en 1991, seis años antes de que naciera) y al que dice que todavía no ha escuchado con la atención que merecería. Comparte con él, pese a todo, ese perfil de feo guapo (o de guapo feo), además de una elegancia torpe, de la que no parece ser consciente. Pese a las apariencias, la moda le interesa poco. “No sé mucho, pero me gusta Saint Laurent…”, dice sobre la firma francesa, de la que su madre es imagen desde la llegada de Anthony Vaccarello a su dirección creativa en 2016. “Me gusta vestirme con chupas de cuero y botas de vaquero”, añade. Su icono de estilo es Al Pacino en Carlito’s Way (1993), de Brian de Palma (neguémonos a usar su título español, Atrapado por su pasado).

“Mi novia es la que sabe. Me suele llevar de compras e interpretamos aquella mítica escena de Pretty Woman, solo que al revés, invirtiendo los papeles de Julia Roberts y Richard Gere”. ¿Es modelo? ¿Trabaja en el lujo? “¡Qué va!”, estalla a reír. “Es ingeniera. Las cenas en casa de mis padres son muy graciosas, porque a su lado nos sentimos todos bastante tontos, auténticos saltimbanquis, gente que se dedica a cantar y a hacer reír a los demás”. Trabajar con sus padres ha generado cierta reconciliación, superada una adolescencia que uno adivina difícil, contestona, rebelde sin mucha causa.

“Pienso que para mi padre hubiera sido más fácil contratar a un actor con diez años de experiencia. Fue la directora de casting la que le convenció, él tenía dudas”, relata. Lo mismo sucedió en su anterior película conjunta, Mi perro tonto, adaptación de la novela de John Fante en el País Vasco francés donde interpretaba –qué increíble casualidad– a un joven problemático, una pequeña intervención que demostró a los más escépticos que tenía tablas. En El acusado, su papel es protagonista, lo que conlleva otra responsabilidad. “El rodaje fue tenso, porque es mi padre, con todo lo que eso comporta. Pero si me escogió, después de dudar tanto, puede que sea porque vio algo. En realidad, es muy bonito que te forme tu padre”. Lo dice sin pensar y luego se calla de repente, sorprendido de que la madurez llame a su puerta. “Nunca creí que un día pronunciaría esta frase”.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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